Hace algunos días caí tentado por los dictados propios de la TPA. No fue difícil, tras un mes de exaltaciones patrias: la nostalgia de 1934, la miniatura de la revolución panhispánica y el desarme de la sociedad a base de bacalao agarbanzado y el porrón con vino tinto. Todo para acabar arrumbados
por ese absurdo impuesto del Halloween, el Samhain astur de toda la vida, que corrompe a nuestra madre vernácula y ancestral: «La Llingua».

Un parlamentario cantaba las verdades de la chalana astur a la gente de Laviana, o de Llaviana, que con esto de la llingua andamos de aquella manera. Así que falar de la chalana no está de más, quizá de menos, ante un galicismo que hunde sus orígenes en la cosa bizantina. Vamos bien.

Así que me permito insinuar un sendero en la búsqueda de la «nuesa identidá astur». Aunque esas cosas identitarias se retuercen como un intestino atascado tras varios días de astringencia. Pues, la identidad, la dibuja la historia con su advenimiento de necedad soluble en la idiocia simple del manejo de algunas letras. Un interés cojitranco que anhela su fantasía a sabiendas de la destrucción que ya se comió el progreso del siglo XIX.

Dijo el señor diputado lo que le pareció sobre la gramática astur, la ambivalencia de aquella y un simulacro suave de sustituir, como en la matemática, una cosa por la otra. Así, mutatis mutandis, del castellano se pasa al arameo sin apercibirnos. Perdidos en la bravura de esta ola astur, sentimos sobre la piel el salobre de la mar nórdica dispuesto para hermanar nuestro Belenos con Odín. Un acompañamiento cultural que algunos ya transitan. ¡Por fin, veremos, la furia de los astures!

Es una cuestión circular, como las runas nórdicas girando su desesperación y fatalidad alimentadas por vientos tórpidos desnortados. Con esta ensoñación, y nuestra lengua propia, pretenden algunos, en su reducida dimensión, construir una Patria sin aflicciones. Desplazar la lengua española adoptando un neolenguaje y su neogramática parda. Tornaremos, al fin, al manejo viejo de la lingüística histórica. Esas cosas de la filología con su retórica nibelunga. Que ya lo dijo Víctor Klemperer: «las palabras son tan eficaces, mortíferas como la persona que las pronuncia, o peor aún, como aquellos que creían en su significado con una fe ciega e inquebrantable».

Lo intuyó Adolfo con su bigotito corto y la manita dispuesta a interrumpir el tráfico en un paso de peatones a la puerta de un colegio. Porque ya se sabe, que dos pájaros no anidan en el mismo nido, como dos lenguas no comparten la misma nación. Toca elegir al precio del desvarío.

Tengo para mí, que la Academia de la Llingua es ya una cosa menor, superada por una neo Sociedad de la Historia Ancestral del espíritu astur. Es decir, una Ahnenerbe nuesa de inspiración germánica cocinada en 1935. La arianización astur. Un proceso suave, entre la discreción y el ocultismo propio de quien lo instiga.

Hace tiempo que el odio a lo propio, absurdamente, ansía sustituir la identidad española por un ideario neorromántico que solo aspira a seguir tirando del hilo de la cometa política. La sociedad astur sufre, cada día, el manejo turbio de la manipulación. No se busca, con esta neogramática, un fluir en la comunicación, solo alterar la realidad mediante el discurso… la apropiación neo identitaria de un destino superior limitado a los pueblos con lengua propia.

Hay demasiados arqueólogos sociales de pesebre aspirantes a abrevar la sangre astur en el caldero escandinavo del sacrificio. Pero, dicen que aquí será distinto. ¡Estu ye otra cosa! No importan los ejemplos
en esta piel de toro descosida, abatida por el engaño y el mutismo de la simpleza.

En este afán de determinar nuestro Lebensraum, el espacio vital astur, cualquier día una expedición a las piedras viejas remontará el Himalaya del Picu Urriellu, como las huestes de Hitler tras los orígenes de todo. En este proceder, la bandera astur incorporará el trisquel con sus alas blancas orientadas hacia la izquierda, eso sí, en contra de los tiempos y de la luz dextrógira del sol de oriente. Un pasito para atrás, como en la cumbia colombiana.

Los guerreros astures, en una ensoñación inducida, harán propia la vieja Asturias de Santillana, dándole a los cántabros una de arroz con leche, los sobrantes del desarme de los fartucos. ¡Aquí hay memoria que no requiere de la democracia! Algunos caerán en la batalla, pero alcanzarán el reposo en nuestro Valhalla, una visión a escala del valle de Cuelgamuros. Aunque, de momento, parece que el Gobiernin está gacho.

No interesa el bable ni en New York. Aunque lo programe el Instituto Cervantes. Que ya lo escribió en «Comunicación y Poder», Manuel Castells Olivan, ministro podemita de Universidades de España, y no sé si de Andorra. Otro que anduvo por Asturias.

Estamos, pues, ante una Lingua Imperii que evocó Klemperer y que trae sobre nosotros el recordatorio de Franz Rosenzweig: «El lenguaje es más que sangre». Harían bien los impositivos bablistas astures en postrarse de hinojos ante el Espíritu Santo. Tal vez les conceda la gracia del don de lenguas.