Aparece estos días en la prensa regional la celebración del juicio social sobre la demanda presentada por una trabajadora de la Dirección Regional de Igualdad contra la anterior directora, Nuria Varela, fichaje personal de Adrián Barbón allá por 2019 y que en su momento se destacó como algo relevante porque se rescataba para Asturias a una referencia en la lucha por la igualdad.
No abundaremos en el relato de lo sucedido cuando en las redes podemos encontrar exhaustivos textos que recogen los hechos (como el realizado por Ismael Juárez en Nortes) aunque debemos explicar que todo gira alrededor de la denuncia por acoso laboral de varias trabajadores de la Dirección Regional de Igualdad contra la responsable de entonces dado que ya no está en el gobierno regional y en la mezquindad (en su acepción de falta de nobleza de espíritu) con la que los implicados en los hechos han afrontado este grave problema.
Mezquindad es la palabra adecuada porque hace una semanas, a preguntas del diputado del PP José Agustín Cuervas-Mons en el pleno de la JPGA sobre qué medidas tomaría el gobierno ante ese caso, la actual consejera de Presidencia, Gimena Llamedo, recurrió en su contestación al lamentable “¿Se está refiriendo usted a una denuncia ante Fiscalía contra una persona que ya no es directora general de este Gobierno”. Como Nuria Varela ya no trabaja aquí no me pregunte usted por eso que me incomoda. Lo que viene después es la dúplica habitual de los socialistas en los plenos con las que intentan envolver a la oposición haciéndoles ver que ya lo han hecho todo pero que aquéllos no se enteran de nada. En este caso, Llamedo escurre el bulto diciendo primero que no saben nada y después maquilla la realidad afirmando que fueron proactivos a la hora de afrontar un problema que realmente fue el sindicato CSIF el que lo sacó a la luz. Y como buenos socialistas, desdoblan jefaturas, modifican RPT para añadir más y más estómagos agradecidos y a ver si entre toda esa montaña de burocracia ocultamos lo que realmente sucedió que, hasta que se esclarezca en el juicio, sólo podemos intuir tras las 10 trabajadoras de baja por ansiedad o depresión, las que pidieron el traslado o las que simplemente se fueron a la calle porque no aguantaban más.
Aunque lo más desagradable de este asunto es la miseria moral con la que Adrián Barbón lo ha afrontado. Fue él quien trajo a Nuria Varela, quien la hizo depender de Presidencia, es decir, de él, y a la que, presumiendo de ser el más feminista, dio poderes para convertir Asturias en el paraiso de los derechos de las mujeres y la lucha contra el machismo.
Pero de repente salta el escándalo de Nuria Varela y Barbón calla. La directora coge sus cosas en abril de 2023 y se va. Barbón calla. La Dirección General se descabeza y si ya carecía de jefes de servicio porque 3 nombraron y 3 lo dejaron, ahora no queda más remedio que llamar a una asesora de Presidencia para que desembarque allí y navegue en tan complicadas aguas hasta la llegada, el verano de ese año, de otra socialista de toda la vida, María Jesús Álvarez, con 33 años de cargos públicos a sus espaldas ya sea en Agroganadería, la Junta General, el Senado o lo que haga falta con tal de seguir en la cosa pública. Aquí Barbón sigue callado pero ha aprendido la lección y ante la posibilidad de encontrarse otra vez con un feo problema decide deshacerse de la Dirección General de Igualdad y se la endosa a la consejera de Presidencia, Gimena Llamedo, acostumbrada a hacer de parapeto de todo aquéllo a lo que su líder no se quiere enfrentar.
Con lo que no contaba Barbón es que una trabajadora acabaría llegando a los tribunales y, como es obvio, denunciando no solo a su inmediata superior, Nuria Varela, sino también a su responsable jerárquico, es decir, a él. Y cuando es llamado como parte del proceso para declarar, en vez de personarse, reconocer los errores de una subordinada nombrada directamente, Adrián Barbón recurre a una miserable prerrogativa, al estilo Pedro Sánchez, para pedir declarar por escrito y decir que no sabía nada. ¿Qué clase de aliado feminista es? ¿Qué pensarán las mujeres de la Dirección General de Igualdad, agraviadas durante tanto tiempo, enfermas por culpa de una persona que Adrián Barbón les impuso? Era tan sencillo acudir al juzgado, declarar ante los medios que no le gusta estar en esa situación, que nunca deberíamos acudir a un juicio por acoso laboral porque en una sociedad sana no debería darse, que le apena la situación a la que han llegado las trabajadores de Igualdad, que quizá él no lo ha hecho bien y que, se resuelva como se resuelva el juicio, estará vigilante para solucionar cualquier problema antes de que se enquiste, que su despacho está abierto para cualquier persona, no solo mujer, que se sienta mal por la actuación de compañeros, superiores jerárquicos o cualquier otro elemento de la administración regional; que ha pedido un informe exhaustivo sobre Igualdad a la Consejera del que en breve presentará conclusiones públicas, tomará medidas y las evaluará continuamente para prestar el mejor servicio a los asturianos con el mejor equipo que se pueda tener en todo el Principado.
Pero optó por declarar a distancia, por carta, sin dar la cara. Está en su derecho, cómo no, pero en este caso la cuestión moral está por encima de la formal.
A Adrián Barbón le gusta tuitear sobre la lucha feminista, ensalzar los derechos de las mujeres, denigrar los ataques machistas, empoderar a mujeres que fueron pioneras en su reivindicaciones, víctimas por su lucha y olvidadas por el odio. En las redes es el mejor compañero de viaje, un amigo. – Mira, el presidente Barbón ha hecho un retuit de nuestra iniciativa, es fantástico, maravilloso, nunca hemos contado con nadie así, ¡tenemos que seguir peleando!-.
Pero cuando en su casa tiene un problema se esconde, se agazapa detrás de una consejera parapeto, de un “esa señora ya no trabaja aquí”, de una prerrogativa para no ir a declarar, de una carta en la que muestra su sorpresa porque no sabía nada.
Cuando Adrián Barbón tiene un verdadero problema con las mujeres, el peor machista es él.
Los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres.