
Cuenta la leyenda que, en un antiguo edificio llamado Comunidad, vivían diversos vecinos con historias distintas, variopintas y peculiares.En el séptimo derecha residía José, conocido derrochador, que había acumulado una deuda considerable, entre otros, con la propia comunidad de vecinos.En el cuarto izquierda vivía María, dueña de dos inmuebles en el mismo portal.Por otro lado, en el segundo centro vivía Luis, de perfil bajo, preocupado y observador.
En determinado momento, y por cuestiones que ahora mismo no vienen a cuento —o quizá sí, pues el administrador quería perpetuarse llevando la gestión de la comunidad sine die y no le salían los números para tener quórum—, decidió este que era hora de condonar la mayor parte de la deuda a todos los vecinos, en proporciones decididas por él y de forma unilateral.
La noticia corrió como la pólvora: José, el Señor de la Condonación, ¡quedaría libre de sus obligaciones! A María, aunque poseedora de dos pisos a su nombre, la condonación que le ofrecían era mayor en términos globales que la de José; sin embargo, al analizarlo bien, se dio cuenta de que, por cada piso de su propiedad, la condonación era en realidad menor.
Aun así, la idea de no tener que pagar parte de lo que adeudaba le sonaba tentadora. Por otro lado, Luis, como observador, creía que esos temas ni le iban ni le venían, pues seguiría asistiendo a las reuniones de propietarios, pagando su cuota mensual y cumpliendo con sus demás obligaciones dentro de la propiedad horizontal.
Pero parte de los vecinos sabían que la condonación de deudas no era un regalo sin consecuencias. La comunidad, al asumir las deudas de todos los propietarios, tendría que buscar la manera de equilibrar sus cuentas. ¿Y cómo lo haría? Con más impuestos, por supuesto. La cuota de comunidad aumentaría y, con ello, vendrían más derramas y menos servicios públicos compartidos dentro del inmueble.
Así, comenzaron los susurros en la sombra… Algunos aplaudían la condonación, mientras que otros temían por el futuro.De todas maneras, y lejos de esos murmullos de fondo, lo que está claro es que la situación en Comunidad se volvió un poco complicada. Es comprensible que, ante el aumento de las cuotas y las derramas, muchos vecinos se sintieran abrumados, optando la mayoría por dejar de pagar (más bien por no poder o por hastío de pagar la fiesta de otros), lo que llevó a un deterioro del espacio común y afectó sobre todo su calidad de vida.
La acumulación de deudas y la falta de pago a los servicios esenciales generaron un ambiente muy difícil para todos ellos.
El ascensor dejó de funcionar por falta de mantenimiento, y hubo vecinos cuya edad avanzada les impidió utilizar las escaleras, así que pasaron meses sin poder bajar a la calle, ya que su medio de transporte había dejado de subir y bajar. Este se convirtió en un mueble decorativo okupado por los gatos. La acera parecía un mercadillo, pues las visitas llamaban a voces desde la misma, ya que no se habían arreglado los micros ni los timbres.
Había que entrar sorteando cientos de elementos que la empresa de limpieza ya no recogía. Los fantasmas de antiguos propietarios decidieron comenzar a limpiar la comunidad, pero lo hicieron de manera muy peculiar: cada vez que lo hacían, reorganizaban los muebles y decoraban con objetos de épocas pasadas.Quien entraba en el portal lo hacía acompañado por la linterna de su móvil, ya que se había dejado de pagar la luz.
Entre unos cuantos vecinos crearon la Iluminación Creativa: la luz de los pasillos se apagaba, pero, en su lugar, aparecían luciérnagas gigantes que iluminaban el camino. Los residentes tuvieron que aprender el idioma “luciernagués” para comunicarse con ellas y que los guiaran a sus inmuebles, creando una especie de danza nocturna.Las reuniones de vecinos se convirtieron en eventos surrealistas: sesiones de arte abstracto, y en lugar de discutir sobre los ingresos y los gastos, los asistentes expresaban sus preocupaciones a través de grafitis y pinturas.
Sus mascotas —y también las de los inquilinos— tomaron el control de la administración. Los perros organizaron actividades al aire libre y se encargaron de la decoración, mientras que los pájaros se convirtieron en palomas mensajeras intracomunitarias.Se averió la cerradura del portal, quedando este libre y sin fronteras para la entrada de distintos tipos de fauna. De esta manera, en su recinto —e incluso en algún rellano— empezaron a morar ejemplares singulares y exóticos por doquier.
Al final, hubo un trueque o mero intercambio de servicios: como se dejó de pagar y de tener servicios comunes, los vecinos empezaron a intercambiar destrezas y habilidades. Un músico ofrecía conciertos de música clásica a cambio de limpieza, un cocinero preparaba cenas a cambio de reparaciones, y un repartidor de Motopollo ofrecía sus servicios para el intercambio de cosas entre vecinos a cambio de que velaran por su mascota (un cerdo vietnamita). Comunidad se convirtió en un gran mercado de talentos.Y un largo etcétera de sinsentidos que solo ocurrían en Comunidad.
En fin, la leyenda cuenta que, al final, Comunidad se llenó de incertidumbre. La condonación de deudas había traído consigo un nuevo peso: el de la responsabilidad compartida. Y así, los vecinos tuvieron que aprender en sus propias carnes que, a veces, las soluciones rápidas pueden tener un coste mayor del que se imagina.Y, de momento, tomaron la decisión de que eso ya lo arreglaría el administrador que viniera después (como he oído en Castilla: “Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente”).
¿Te imaginas que eso ocurriera? ¿Que tu comunidad se convirtiera en un Aquí no hay quien viva o La que se avecina, pero superlativo? ¿Cuál sería el resultado final? No se me ocurre ni por asomo.Así, es importante recordar que, en la vida, las soluciones no consensuadas no siempre deberían suponer un alivio para quienes han tomado decisiones financieras poco responsables.
Condonar deudas a aquellos que han gastado sin control suele ser una solución fácil, pero a menudo deja en gran desventaja a quienes manejan su economía doméstica de forma prudente.
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Consultor empresarial.
Germánico en organización, perseverante en las metas, pragmático en soluciones y latino en la vida personal.
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