
Como bien dice mi hermano,
con voz de compadre sincero:
«La cosa está que arde»,
más que el fierro.
Y yo declaro, sí,
estar en forma…
pero de botijo.
Así que me dispongo a actuar
pasado mañana, fijo.
Raudo y veloz,
como gacela en su andar,
me propuse ir al gym
(gimnasio, en pijo),
cambiando mi esbeltez oronda
de huevito Kinder
por una tableta.
Pectorales firmes
en lugar de tetas,
reír y músculos
hasta en las orejas.
Libre es soñar y discurrir… ¡vaya receta!
Me presenté al gym
con gran decisión.
Un chico «tirillas» me atendió,
lleno de desparpajo,
soltando palabrerío,
tecnicismos que danzaban
en aquel templo del sudor.
Y me lo enseñó…
Al entrar, y observar a lo lejos:
¡Estupefacción!
Me pregunté:
¿Dónde están aquellas cintas por el pelo,
y en las piernas un calentador?
Veo por todos lados
mallas ajustadas
cual segunda piel,
envasadas al vacío.
¿Ofrecen libertad?
Quizás un abrazo fiel.
Pulsómetros, relojes
y otros artilugios
vigilantes del latir,
métricas que apuntan
el esfuerzo al seguir.

Zapatillas a la última,
con acolchado y de marca;
cada paso que se da
debe ser pura elegancia.
Bandas de resistencia,
botellas en mano…
cada accesorio (creo) suma
en este viaje inhumano.
Y me imagino yo,
con mi camiseta de un pretérito Mundial,
calcetines a rayas…
¡Rediosss, un toque especial!
Con estilo único,
auténtico ochentero.
Pero me dice el del gym:
«Lo importante es ejercitar
y brillar en el sendero».
A lo largo de la visita,
un ejército de artilugios
recibe con brazos en posición
amenazante,
cual molinos quijotescos en extinción.
Sinfín de máquinas expectantes,
como catálogo de El Corte Inglés…
¡Vaya miedo, qué horror!
Cual mecanismos
de un juego antiguo surgidos,
alineados como soldados en formación,
diseñados seguramente
por una loca ingeniería,
y con más botones que un avión.
Una elíptica,
monstruo de dos brazos y cabeza.
Y un press de banca que espera…
¡creo que con sorpresas!
Otros tronos de suplicio,
dice el colega: «¡Menuda delicia!»
Un banco de abdominales…
¿pura envidia?
Me acerco de soslayo (eso sí, con poca gana),
pero, con turbación…
¿Eso que me enseña es una máquina
o un tormento medieval en acción?
Intento leer y descifrar en cada una
sus jeroglíficos en papel,
mientras jóvenes musculados
me observan cual dinosaurio en extinción.
Eso sí: móvil en mano
y espejo de frente. ¡Qué cruel!
Y así sigue el chico-entrenador
explicando con su locura,
pero yo ya he desconectado
de esa virtual tortura.
Quiere enseñarme a usar
el “cazador de glúteos”
o un “destructor de brazos”.
—Bienvenido al gym —dice—,
donde el sudor es rey,
y la única amenaza…
una depresión.
Me dan calambres pensándolo,
¡vaya calentón!
¡Ay, ay, hey, hey!
Ánimo —dice—, que la aventura
apenas comienza
en ese santuario
de fuerza y de destreza.
Con cada repetición,
un paso hacia el Olimpo.

En el gym… ¡tú eres el ganador!
En ese universo de máquinas,
donde el sudor es la trama,
elementos que levantan sueños
y seguro derraman lágrimas.
Cintas que parecen correr solas,
dejando atrás desvelos.
Donde cada uno forja su propio destino,
trabajando cuerpos,
labrando el camino.
—Elige con cuidado —me sigue diciendo—
según tu meta y caminar.
Cada ejercicio (diabólico)
tiene su arte de brillar.
Así intento adentrarme mentalmente
en este mundo de superación,
donde la fatiga es la moneda
y el esfuerzo, la canción.
Donde todo es fervor… y pasión.
¡Qué despliegue! ¡Ciencia ficción!
Me habla de las sentadillas…
¡Rediosss, cuántas variaciones!
¡OJO! ¡Que son con peso!
(A mí, que ya me cuesta hacerlas
solo con el mío y sin vacilaciones…
¡Como para poner más!)
Con peso, sumo, búlgaras
y mil más opciones.
Cada una enfoca
en un músculo distinto
(¿hay tantos?)
aportando beneficios:
¡un regalo divino!
(Con la colaboración técnica de Noelia López)

Consultor empresarial.
Germánico en organización, perseverante en las metas, pragmático en soluciones y latino en la vida personal.
¿Y por qué no?