
Nuestro atribulado presidente no pasa por el mejor momento y tampoco vamos a abundar en este texto para no generarle más congoja.
Sin embargo, sí nos gustaría fijarnos en los interesantes debates que han surgido en los medios y que reflexionan, de manera a veces algo alocada, sobre las posibilidades que tiene Pedro Sánchez de afrontar esta situación y cuál sería la mejor opción en función de la perspectiva del cualificado opinador, desde el turbo fango de la ultraderecha radical que pide su cabeza, prisión y elecciones (en ese orden) y los de la coalición progresista de progreso que, como mal menor, aceptarían a María Jesús Montero como presidenta del Gobierno (válgame Dios).
Visto el perfil del personaje al frente de esta situación, parece inútil dedicar cualquier esfuerzo racional a comprender las motivaciones o decisiones que podría adoptar. A la cuestión más íntima, personal y subjetiva se suman aliados poco recomendables, compañeros de fatigas cuya honestidad resulta más que cuestionable y un partido que, poco a poco, está pasando de ser un sólido bloque a una endeble estructura con pies de barro.
En 2009, en el número 84 de la revista El Catoblepas, el filósofo Gustavo Bueno publicó el artículo titulado ¡Dios salve la Razón!, en el que menciona al «perro de San Basilio», una figura conocida desde el siglo IV. Según el relato, este perro corre tras un conejo para cazarlo y llega a un punto donde el camino se divide en tres. Olfatea un sendero y no encuentra rastro; repite el proceso con otro y tampoco halla nada; finalmente, sin olfatear de nuevo, se lanza por el tercer camino tras el conejo. El interés por esta historia surge de la discusión entre quienes consideran que el perro es racional, argumentando que, ante tres opciones, eligió la más adecuada y, por tanto, es capaz de resolver silogismos. Sin embargo, lo más preciso sería decir que, según la terminología de Brunswick, el perro es raciomorfo: un sujeto operatorio que realiza acciones más mecánicas que genuinamente vinculadas a la razón.
Podríamos considerar a Pedro Sánchez, a pesar de ser humano, como un ser raciomorfo. Su comportamiento sugiere cierta forma de inteligencia práctica y deliberada, aunque, en realidad, sus reacciones parecen más guiadas por el instinto y el hábito que por un alma racional.
Intentar adivinar o prever qué decisiones tomará se convierte solo en un juego más o menos entretenido. Desde una perspectiva racional, resulta imposible anticipar si optará por la resistencia, la dimisión, una consulta o cualquier otro camino. Al igual que los castores construyen sus presas o las termitas erigen sus torres, Pedro Sánchez avanza sin mayor previsión ni proyección, en una carrera hacia adelante con el único afán de perpetuarse en el poder. Lamentablemente, esta falta de racionalidad podría acabar arrastrándonos a todos al peor de los destinos.

Los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres.