
Fotografía de portada: Trump y Maduro: tensión entre ambos países (Federico PARRA, KAMIL KRZACZYNSKI/AFP)
“Nicolás Maduro no busca paz: busca tiempo. Su súplica de “diálogo” llega cuando el régimen está acorralado por sus propias contradicciones y por un cerco judicial y político creciente.”
En las sombras de la diplomacia de rehenes, donde los tiranos disfrazan sus debilidades con palabras almibaradas, Nicolás Maduro ha desplegado una nueva táctica: la carta conciliadora.
Hace apenas dos semanas, el 6 de septiembre de 2025, Maduro envió una misiva personal a Donald Trump, revelada por la agencia Reuters, en la que insta a retomar el “diálogo” a través de Richard Grenell, el enviado especial de la Casa Blanca con quien el chavismo había pactado deportaciones y liberaciones de presos al inicio del año.
“Presidente, espero que juntos podamos derrotar las falsedades que han empañado nuestra relación, que debe ser histórica y pacífica”, escribió Maduro, clamando por “conversaciones directas y francas” para superar el “ruido mediático y las fake news”.
Es un tono de sumisión disfrazada de igualdad, un lamento por la “relación histórica” entre dos naciones que, según él, solo ha sido empañada por “falsedades”.
Fragmento final de la larga carta de Maduro a Donald Trump donde felicita a éste por su esfuerzo de paz en el mundo.
El espejismo del “diálogo”
Pero este súbito afán de paz no es más que un espejismo estratégico. Maduro no escribe desde la convicción de la reconciliación, sino desde la desesperación de un régimen acorralado.
Tras el regreso de Trump a la Casa Blanca en enero de 2025, las tensiones han escalado: ataques estadounidenses contra embarcaciones venezolanas acusadas de narcotráfico, el despliegue de buques de guerra contra las mafias en el Caribe y la duplicación de la recompensa por la cabeza de Maduro a 50 millones de dólares, por sus certificados lazos con el Cartel de los Soles y el tráfico de cocaína.
Grenell visitó Caracas en enero, posando con Jorge Rodríguez ante la espada de Bolívar en un gesto que buscaba descolocar a la oposición, pero los acuerdos efímeros se evaporan ante las nuevas ofensivas de la Casa Blanca.
Ahora, con misiles y submarinos nucleares en el horizonte acosando a los carteles del narcotráfico, Maduro agita el espectro de un “diálogo” que, en realidad, busca una tregua para su supervivencia.
Antiimperialismo de cartel y memoria selectiva
Este cambio de tono choca brutalmente con la retórica incendiaria que Maduro ha escupido durante años contra el “imperio gringo”, los “yankees” y, en particular, contra Donald Trump.
No es casualidad: es la esencia del chavismo, un régimen que ha convertido el odio antiestadounidense en combustible ideológico, mientras sus líderes acumulan fortunas en paraísos fiscales.
Recordemos el historial de agravios, no como anécdota, sino como prueba irrefutable de su hipocresía. No olvidemos que en esas patrañas está atravesada la cartilla de Fidel Castro, que primero Hugo Chávez y ahora Maduro siguen “al pie de la letra”.
Desde su ascenso en 2013, Maduro ha erigido al “imperio yankee” como el gran demonio.
-En 2018, denunciaba una “campaña de chantaje” de Washington contra América Latina para aislar a Venezuela.
-En 2019, ante el reconocimiento del gobierno interino por Trump, expulsó al personal diplomático estadounidense en 72 horas, gritando “¡Yankee Go Home!” y acusando a la Administración de orquestar un “gobierno títere”.
Llamó a las acciones de EE. UU. un “golpe de Estado continuado” que violaba el derecho internacional, y rechazó las “virulentas amenazas” de Trump como un asalto a la soberanía venezolana.
“Trump lo llamó ‘tirano ilegítimo’; Maduro respondió tratándolo de ‘vaquero racista’. Hoy, el mismo que rugía promete ‘paz histórica’.”
En el Estado de la Unión de 2020, Trump lo tildó de “tirano ilegítimo que brutaliza a su pueblo”, prometiendo “aplastar y romper su agarre tiránico”.
Maduro respondió con veneno: lo describió como un “vaquero racista vulgar y miserable”, acusándolo de desatar a la CIA para derrocarlo. En 2019 denunció un “asalto brutal” a la embajada venezolana en Washington, y en foros internacionales, como la ONU, ridiculizó una “reunión de la vergüenza” convocada contra su dictadura.
Del bramido a la súplica
Las amenazas no se limitaron a palabras. En 2020, Maduro pidió justicia ante la Corte Penal Internacional por “crímenes contra la humanidad del bloqueo imperial”, y en 2021, en el Día del Antiimperialismo Bolivariano, citó a Simón Bolívar para advertir que EE. UU. está “destinado por la providencia para plagar de miseria a la América en nombre de la libertad”. Sus posts en X rebosan de esto: “El imperio de los EE. UU. no ha podido, ni podrá con Venezuela, no somos ni seremos jamás una colonia”.
En 2025, con Trump de vuelta, el guion se repite con más ferocidad. Ante el despliegue naval en el Caribe —que Washington justifica como lucha contra carteles—, Maduro juró defender la soberanía con 4,5 millones de milicianos, declarando una “república en armas” si hay una invasión.
Acusó a Trump de buscar “cambio de régimen por petróleo”, de “agresión militar” en ataques a barcos que mataron a 11 personas, y de “terrorismo psicológico” con mensajes intimidatorios. “No hay forma de que entren a Venezuela”, rugió, prometiendo “máxima rebelión” y que una guerra “mancharía las manos de Trump con sangre”.
Este contraste no es solo retórico; es la confesión de un régimen en quiebra moral. Maduro, que ha convertido Venezuela en un narcoestado —con acusaciones probadas de narcotráfico que él niega como “falsedades”—, pasa de amenazar con “repúblicas en armas” a suplicar “paz histórica”.
Es el mismo que, en julio de 2024, condenó el atentado contra Trump en un post inusual de solidaridad, solo para volver a los insultos meses después. ¿Diálogo genuino o maniobra para ganar tiempo?
Es el mismo Maduro que se las arregló para que el expresidente Joe Biden le devolviera a sus dos “narcosobrinos”, ya sentenciados por narcotráfico, y con ellos regresara a Venezuela su testaferro, Alex Saab (20 de diciembre de 2023). ¿El acuerdo? Maduro aseguró, “jurando por Dios”, que permitiría elecciones libres y liberaría a los presos políticos. No cumplió para nada esos acuerdos firmados en la negociación de Barbados.
La ONU lo documenta: terrorismo de Estado
La verdad está plasmada en el informe que el lunes 22 de septiembre presentó ante la ONU la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela.
Es un parte detallado: dicha misión confirma que, “en Venezuela se ha instaurado un sistema de represión estatal, en el que todos los poderes públicos participan de forma coordinada para silenciar, perseguir y castigar a opositores reales o percibidos como opositores”.
Destacan que “la violencia institucionalizada —detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, tortura, violencia sexual y asesinatos— no son incidentes aislados, sino parte de un terrorismo de Estado que utiliza el miedo como herramienta política”.
“La Misión de la ONU insta a liberar a todos los detenidos arbitrariamente, garantizar justicia y reparación, poner fin a la impunidad y desmantelar la maquinaria de represión.”
Los tópicos y frases clave a destacar dentro de la narrativa del informe indican que “hay más de 2.220 personas detenidas tras las protestas de 2024, muchas sin orden judicial ni garantías. Más de 200 nuevas detenciones en 2025 confirman que la represión sigue activa”. La Misión califica estas prácticas como crímenes de lesa humanidad por persecución política.
La Misión confirma que
-“84 extranjeros de 29 países fueron detenidos y usados como fichas de negociación;
-que se registraron 30 muertes (25 en protestas y 5 bajo custodia del Estado);
-30 desapariciones forzadas con autoridades negando el paradero de las víctimas; se documentaron casas clandestinas de detención y manipulación de documentos oficiales;
-que la tortura sigue siendo política de Estado —descargas eléctricas en genitales, asfixia y aislamiento prolongado— y que las celdas de castigo de un metro cuadrado mantienen a los detenidos en condiciones inhumanas.
-También se reporta violencia sexual sistemática contra mujeres, adolescentes, hombres y personas LGBT, y que ninguno de esos casos ha sido investigado, garantizando impunidad total a los agresores.
-La Misión concluye que “Venezuela vive bajo terrorismo de Estado, con el miedo como herramienta de control”.
Conclusión: presión efectiva, no humo retórico
Como ex alcalde de Caracas y preso político del chavomadurismo, he visto y padecido de cerca esta farsa, en carne propia.
Maduro no busca paz; busca perpetuarse. Trump debe ignorar esta carta y presionar con la fuerza de la verdad: más sanciones contra los integrantes de la pandilla de esa corporación criminal y más apoyo a la resistencia cívica que lideran el legítimo presidente electo, Edmundo González, y la líder que guía espiritualmente a nuestro pueblo, María Corina Machado.
Esa es la única vía para restaurar la democracia. Venezuela no será colonia de nadie, pero tampoco será rehén de un tirano. El pueblo clama libertad, y el “diálogo” de Maduro es solo humo para ocultar su rendición inminente. ¡Hasta que caiga el régimen, no habrá paz verdadera!
“Libertad con verdad y presión sostenida: sin justicia no hay paz; sin democracia, no hay diálogo que valga.”

Antonio José Ledezma Díaz (San Juan de los Morros, 1 de mayo de 1955) es un político y abogado venezolano, destacado opositor al régimen de Nicolas Maduro. Actualmente exiliado político en España. Fue el alcalde mayor del Distrito Metropolitano de Caracas hasta 2015, cuando fue sustituido por Helen Fernández.También se ha desempeñado como alcalde del municipio Libertador de Caracas en dos ocasiones y gobernador del antiguo Distrito Federal. Fue dos veces Diputado del extinto Congreso Nacional de Venezuela (actual Asamblea Nacional) desde 1984 y fue elegido Senador de la República en 1994, siendo la persona más joven en ser elegida para ese cargo.