
De la trinchera al escaparate: la evolución de las botas de fútbol del cuero curtido a la “segunda piel” aeroespacial.
Ese humilde calzado que ha pasado de ser una herramienta de guerra campal a un accesorio de pasarela caprichosa.
Antes
Auténticas herramientas de guerra. Pesadas. Más duras que la infancia de tu abuelo. Te las ponías y necesitabas una hora de calentamiento solo para que el cuero se aflojara… si es que lo hacía. Grueso, ingobernable.
Se untaban con grasa de caballo para conservar y no sería la primera vez que un jugador, antes de salir al campo, entrara a la ducha para mojarse los pies con ellas puestas pues se volvían tan duras que podían producir deformaciones espantosas y casi perpetuas.
Después de un partido bajo la lluvia, llevabas puestos dos ladrillos mojados. Ideal para hacer piernas, no tanto para correr. La lengüeta era más grande que la ambición de tu entrenador.
Los cordones, gordos como sogas náuticas, se enrollaban sobre las botas con 8.000 vueltas cual alfombra persa, rodeando a las mismas con casi cuádruple nudo, no fuera a ser que el fragor de la batalla se descalzara una y quedara cuál náufraga en el lodazal. Y si no lo hacías, no eras digno del equipo.
Si le pegabas mal al balón, salía con efecto… pero de rebote contra tus propios cordones. Todas de color negro. Si alguien llevaba unas blancas, era Pelé, o alguien que estaba pidiendo una entrada criminal.
“Multitacos” del pasado, pero no porque tuvieran muchos tacos como las de ahora sino porque todo el mundo llevaba en su bolsa de aluminio y de plástico (parecían clavos) para cambiarlos en función del tiempo.
Si el campo estaba embarrado y usabas plástico, se estaba más en el suelo que el propio barro; sin embargo, si se usaba aluminio y el campo estaba duro, esos tacos se clavaban en el pie como si te hubieran taladrado hasta la mandíbula.
Esos mismos que el árbitro te revisaba cuando salías de suplente y presto a entrar al campo. No vaya ser que los llevaras afilados o, incluso, de Rugby que eran incluso más largos.
Literalmente podías plantar tomates si corrías lo suficiente en tierra. Después de un partido, los podías usar para construir una casa.
El efecto te lo daban los callos que te salían después del partido.
Ahora
Más ligeras que una hoja de lechuga y más blandas que una promesa de político. Se amoldan al pie como calcetín de zurcir, pero versión “súper” NASA.
De colores que parecen fluorescentes con esteroides: rosa neón, verde alien, dorado intergaláctico y con nombres que parecen de Odisea del Espacio 2145: “Mercurial Superfly 9 Elite”.
Cuanto más pareces un cono de entrenamiento psicodélico, más velocidad te atribuyen aunque ésta sea inferior a la de un caracol cansado.
Con calcetín incorporado, porque ahora las botas quieren abrazarte, proteger tu tobillo y darte autoestima. Las nuevas vienen sin lengüeta, todo minimalismo, como si fuera pecado querer tapar los cordones.
En la suela hay más ciencia que en el Apolo 11: tacos en forma de flecha, pentágonos y hasta ventosas para “controlar el balón”.
Tecnología de compresión, memoria del material, termosellado… ya no te aprietan, te abrazan. Control del balón nivel Dios y acorde al precio de las mismas; con zonas “texturizadas” que prometen darte el efecto de Modrić… aunque tu pase siga saliendo al córner contrario.
Tan livianas que pesan menos que una chancla; si sopla viento fuerte, salen volando sin ti. Dicen las malas lenguas que hay hojas de papel con más masa. Las pateas por error, vuelan solas y caen cual pluma oscilando.
En resumen
Antes: “Sé un gladiador y a la guerra.”
Ahora: “Deslízate en tu segunda piel ergonómica con tracción aerodinámica y domina el juego con la precisión de un dron.”
Moraleja: ayer te curtían; hoy te optimizan. El fútbol cambió y las botas cuentan la historia.

Consultor empresarial.
Germánico en organización, perseverante en las metas, pragmático en soluciones y latino en la vida personal.
¿Y por qué no?