Asturias Liberal > Aportaciones > El estadio como templo de desahogo

Antes, la grada era catarsis sin manual; hoy, pasión con aduanas éticas. El fútbol pasó de rito tribal a espectáculo global con reglas claras.

ANTES: terapia colectiva a pulmón

Ir al campo en los 70s, 80s o 90s no era solo ver fútbol: era una sesión de terapia colectiva, sin psicólogo, pero con 30.000 energúmenos gritándole cosas a los señores de negro… y entre ellos.

  • Los insultos empezaban antes del partido. Antes incluso de que esos árbitros salieran al campo, ya se lo estaban llevando por delante. Incluso, ya empezaban cuando se salía de casa.
  • Cuando salía el trío arbitral a calentar, la pitada podía derretir satélites. Aunque se jugara en Almería, dicen que se podía oír en la aldea más recóndita de Pontevedra.
  • El “¡árbitro, cabrón!” se coreaba con una hermandad que ni el “Hola Don Pepito, Hola Don José”.
  • Se insultaba con convicción, con pasión, con alma. Había gente que se desgañitaba 90 minutos enteros, y al llegar a casa decía:
    — “¿Qué tal el partido?”
    — “No sé, pero me he quedado como nuevo”.

La grada era una sopa hirviendo de testosterona, alcohol, nicotina, bocadillos de chorizo que olían a gloria y frustración en general. Y los insultos estaban aceptados como parte del ambiente. Era un rito tribal.

AHORA: pasión con protocolo

Bienvenidos y compórtense como en un concierto de música clásica. En los tiempos modernos, la cosa ha cambiado. Se puede seguir insultando, pero con GPS emocional y filtros éticos. El fútbol ya no es sólo pasión, es un producto global, y claro: hay normas, protocolos, códigos de conducta, cámaras de 8K y redes sociales dispuestas a viralizarte si se te va la lengua.

  • Puedes decirle al delantero rival que es un “hijo de p…” y no pasa nada.
  • Puedes insinuar que el árbitro fue concebido sin alma o que su madre “vende patatas por sobornos”.
  • Pero ay de ti como digas algo que toque temas de raza, género, orientación sexual o identidad.

En ese momento se detiene el tiempo, se activan protocolos, y te cae encima más legislación que si hubieras invadido una provincia. Multas, vetos de por vida, comunicados oficiales, vídeos de concienciación, trending topic y, por supuesto, la carta de disculpa leída entre lágrimas en El Larguero.

Porque claro, insultar por insultar aún se ve como “pasión desbordada”. Pero insultar tocando ciertos temas se ve como “odio estructural”. Y hay que decirlo claro: con razón.

Reflexión

Antes, el estadio era una jungla emocional sin reglas, donde el insulto era parte del cántico, del folclore, del desahogo vital. Hoy, el estadio es una zona mixta entre pasión y responsabilidad social, donde el insulto tiene que pasar por aduanas éticas.

¿Se ha perdido algo de autenticidad? Sí.
¿Se ha ganado en respeto y sentido común? También.

El reto, quizá, es encontrar el equilibrio entre el grito tribal y la convivencia moderna.

Aunque eso sí: el día que prohíban gritar “¡árbitro, la concha de tu madre!”, ahí sí que se cae el fútbol.

Como dijo aquel periodista: “Ojo al dato que con eso puede estallar la bomba deportiva”.

Etiquetas: fútbol, gradas, arbitraje, protocolo, respeto, odio, convivencia
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