Antes, la grada era catarsis sin manual; hoy, pasión con aduanas éticas. El fútbol pasó de rito tribal a espectáculo global con reglas claras.
ANTES: terapia colectiva a pulmón
Ir al campo en los 70s, 80s o 90s no era solo ver fútbol: era una sesión de terapia colectiva, sin psicólogo, pero con 30.000 energúmenos gritándole cosas a los señores de negro… y entre ellos.
- Los insultos empezaban antes del partido. Antes incluso de que esos árbitros salieran al campo, ya se lo estaban llevando por delante. Incluso, ya empezaban cuando se salía de casa.
- Cuando salía el trío arbitral a calentar, la pitada podía derretir satélites. Aunque se jugara en Almería, dicen que se podía oír en la aldea más recóndita de Pontevedra.
- El “¡árbitro, cabrón!” se coreaba con una hermandad que ni el “Hola Don Pepito, Hola Don José”.
- Se insultaba con convicción, con pasión, con alma. Había gente que se desgañitaba 90 minutos enteros, y al llegar a casa decía:
— “¿Qué tal el partido?”
— “No sé, pero me he quedado como nuevo”.
La grada era una sopa hirviendo de testosterona, alcohol, nicotina, bocadillos de chorizo que olían a gloria y frustración en general. Y los insultos estaban aceptados como parte del ambiente. Era un rito tribal.
