Asturias Liberal > España > Sánchez, el invencible

Imagen de cabecera: portada del libro de Sánchez y fotomontaje con el rostro de Irene Lozano. LUIS PAREJO


El mito de la resiliencia de Sánchez funciona mientras convence a los suyos… y desarma a sus críticos.

El cuento de la invencibilidad de Sánchez, su famosa resiliencia, es sin lugar a dudas el mayor acierto del equipo de agitprop de PSOE-Moncloa.

Y lo es, no porque sea una grandísima y novedosa estrategia de comunicación lo de atribuirle al líder poderes muy superiores a los de cualquier mortal, sino porque, sorprendentemente, está calando hondo, no ya en sus entregados y acríticos fieles, que eso se da por supuesto, sino también en quienes afirman que su presidencia, con permiso de José Luis Rodríguez Zapatero, es de lo peor que le ha pasado a España en los últimos y democráticos tiempos.

Agitprop y mito de la resiliencia

En términos folclóricos, lo que está haciendo Sánchez sería un híbrido entre «hacerse un Pantoja» («dientes, dientes, que es lo que les jode») y publicidad estalinista, cuyo ejemplo ficticio, pero útil, se da en la película La muerte de Stalin, cuando poderosos subalternos soviéticos encuentran el cuerpo del líder empapado en su propia orina y afirman que el amado caudillo «yace sobre un charco de indignidad», en un magnífico ejercicio eufemístico para escapar de la realidad.

El relato del “puto amo” busca algo más que votos: pretende instalar la idea de que nada puede cambiar.

Desgaste real: los ojos no mienten

No se podrá negar que Sánchez aguanta, pero cada embate es un desgaste del que no hay TikTok que te libre, por mucho diente que exhiba. Decía la grandísima Lola Flores que el brillo de los ojos no se opera y a Sánchez se le nota, y mucho, que sus ojos ya no brillan como antes. De una manera o de otra, el presidente del Gobierno está acumulando cansancio y, de una manera u otra, en 2027, salvo que opte definitivamente por el camino de la autocracia, con el que ahora coquetea, deberá convocar comicios generales. Vivir en la creencia de que sus desmanes no le pasarán factura es vivir en la inopia. La táctica que lleva tiempo en marcha solo trata los síntomas, pero no cura lo que ellos perciben como enfermedad: el hartazgo de la gente.

La política no es ciencia exacta

Por si esto no fuera ya mucho, hay una variable que sorprendentemente se obvia en todo este circo comercial, como de teletienda, que es lo que parecen las redes sociales de los ministros: que la política, por mucho empeño que pongan los politólogos, no es una ciencia exacta, que ni tan siquiera es una ciencia, es más bien un juego de azar. Uno trata de atisbar todos los escenarios posibles ante una determinada situación y buscar una solución posible para todos ellos, pero ni aun cuando la pericia sea asombrosa en estos menesteres y el control sea férreo, se puede luchar contra los elementos. La variabilidad en política, cambiante y ajena al control del político y su ejército de asesores, es la madre del cordero de este asunto. No hacen falta meses, semanas o días, en horas, un hecho casual puede hacer que se tambaleen los cimientos del poder.

La variabilidad manda: en horas puede quebrarse el poder mejor blindado.

Asturias y la rendición aprendida

Por mucha resistencia, adaptabilidad, falta de escrúpulos y demás cualidades que adornen a Sánchez no es, recordando a Terencio, ajeno a lo humano. Grabémonoslo a fuego, porque lo contrario será tragar la papilla de la invulnerabilidad del «puto amo» (Óscar Puente, dixit).

Bajar los brazos asumiendo una derrota que no se ha dado, pero que te aseguran que se va a dar, es sucumbir al cuento propagandístico, un cuento que, por ejemplo, se ha instalado en Asturias tras 40 años de socialismo: «nada se puede cambiar», «lo controlan todo», «mejor con carné del pesoe»… Y así se traga con ruedas de molino, por muy indigeribles que éstas sean.

Mentes preclaras de las derechas se han rendido a esta monserga, así que ¿cómo no va a ser verdad, si hasta los míos lo admiten? Pues, sencillamente, porque es mentira, pero a medida que se bajen los brazos, esa mentira va haciéndose realmente verdad, hasta que ya no hay crítica alguna.

Haga lo que quiera, querido lector, ¡faltaría más!, pero no olvide nunca que implantar una idea, aunque sea equivocada, es la cosa más terriblemente sencilla que existe.

No es invencible: lo parece cuando sus adversarios bajan los brazos.

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