Asturias Liberal > España > España gira a la derecha porque se quedó sin aire

Fotografía de portada: jóvenes en apoyo a Isabel Díaz Ayuso en la Universidad Complutense de Madrid. DIEGO RADAMES / SOPA IMAGES / SIPA USA


Del agotamiento asistencial al dilema entre más Estado o más libertad
España ha cambiado de piel sin que muchos se hayan dado cuenta, y lo ha hecho a gran velocidad, casi con esa brusquedad silenciosa con la que una sociedad pasa de la confianza al cansancio, del optimismo asistencial a la sospecha creciente de que algo en el engranaje ya no encaja.
Nadie puede fingir sorpresa: hacía años que los síntomas estaban ahí, pero ahora la tendencia es tan visible que ya no admite maquillaje.
La España de 2025 es la más conservadora desde 1978, y no por un capricho momentáneo de las encuestas, sino por un giro profundo —demográfico, económico, cultural— que se está incrustando en la estructura misma del país.
Los españoles demandan un giro
Por un lado, las encuestas registran mayorías amplias para la derecha en cualquiera de sus versiones; por otro, el voto joven se ha desplazado masivamente hacia posiciones que combinan hastío con Estado sobredimensionado, alergia a la burocracia y necesidad vital de oportunidades en un país donde la movilidad social se ha convertido en un lujo.La juventud española, la misma que debería estar cargando el futuro a hombros, mira a la izquierda con la distancia con la que se observa un sistema que dejó de ofrecerles algo tan elemental como un horizonte de autonomía real.Y mientras tanto, el Gobierno persevera en una ecuación que ya no suma: blindar sin límite el gasto en pensiones y salarios públicos, confiando en que el músculo del Estado pueda compensar la pérdida de apoyos electorales entre los sectores más dinámicos. Es aquí donde asoma el elefante en la habitación: la sobrecarga migratoria. La llegada continuada de población en un volumen y ritmo que desborda cualquier capacidad de asimilación razonable ha tensionado todos los servicios públicos —sanidad, transporte, educación, vivienda—, que ya funcionaban al borde del colapso incluso antes de este incremento.

La realidad cotidiana

Y cada vez mas ciudadanos lo saben: basta intentar pedir cita médica, alquilar un piso o sobrevivir a un trayecto en Cercanías para comprobar que hemos cruzado una línea silenciosa. No se trata sólo de cifras. Se trata de la experiencia cotidiana del ciudadano medio, que percibe que la solidaridad intergeneracional se ha evaporado y que las promesas del asistencialismo ilimitado no se sostienen sobre ninguna base material.

Ahora bien, aquí es donde conviene hacer una precisión que muchos pasan por alto: el dilema español no es simplemente “Vox o caos migratorio”, como se plantea en algunos discursos apresurados. El verdadero dilema es entre más Estado o más libertad; entre seguir engordando una maquinaria pública que no puede absorber ni gestionar la realidad, o pivotar hacia un modelo más racional, más productivo y menos dependiente de la subvención universal como herramienta de convivencia.

Soluciones racionales. Sin arrebatos

La alternativa liberalizadora —la que propone adelgazar el Estado, liberar sectores productivos, desregular trámites que hoy asfixian a autónomos y empresas, ligar salarios a la productividad real y seleccionar la inmigración en función de su capacidad para aportar valor neto— no sólo es viable, sino que es la única capaz de absorber presiones demográficas sin fracturar la cohesión social. Y, por supuesto, es la única que puede ofrecer a los jóvenes esa promesa simple y olvidada: tu esfuerzo puede transformarse en progreso.

El enfoque restrictivo de Vox, aunque responde a un problema existente, ataca únicamente el síntoma. Reduce la presión de entrada, pero no corrige la incapacidad estructural del país para crecer con eficiencia. España no puede limitarse a cerrar la puerta si por dentro no ordena la casa. Sin un ajuste profundo del modelo económico, el cierre migratorio sería apenas un paréntesis antes del siguiente colapso.

Un PP desorientado

Por eso la verdadera discusión que Alberto Núñez Feijóo intenta esquivar por pura cobardía  no es tanto sobre fronteras como sobre modelo de país. ¿Puede España sostener un Estado asistencial infinito con una economía estancada y una productividad rezagada? ¿Puede seguir atrayendo inmigración sin criterios en un sistema incapaz de integrar a los suyos?

La respuesta es tan sencilla como incómoda: no. Y si no se dice en voz alta, el problema saldrá a buscar al político que pretenda ignorarlo. Porque lo que de verdad está en juego no es un bloque ideológico u otro, sino la transición de un país agotado hacia un país viable. Un país donde el Estado sea un árbol podado y no una hiedra asfixiante, y donde el mérito sustituya a la complacencia como motor de futuro.


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