Cuanto más convierte la política a Franco en arma partidista, más crece el número de ciudadanos que empieza a mirarlo con cierta simpatía. No es el pasado el que vuelve: es el presente el que lo invoca.
Durante décadas, España convivió con una especie de pacto tácito: Franco era una figura histórica, condenada por unos, recordada sin aspavientos por otros, estudiada por especialistas y progresivamente reservadas como pura Historia por las nuevas generaciones.
La Transición había cerrado, con sus luces y sombras, la etapa del combate civil. Los españoles vivían tranquilos con Franco como hecho histórico, y Franco estaba enterrado sin necesidad de resucitarlo.
Es en los últimos años, desde el aciago 2004 en que Zapatero entró en escena, cuando todo eso ha saltado por los aires.
Por una miserable obsesión política de la izquierda por convertir al dictador en una herramienta de agitación:
- •leyes de memoria diseñadas como armas identitarias,
- •debates interminables sobre exhumaciones,
- •resignificaciones,
- •purgas simbólicas
- •y usos partidistas del pasado.
Todo ello ha reabierto un conflicto que ya no existía. No porque la sociedad lo reclamara, sino porque hacía falta un enemigo útil para movilizar votos, fidelizar a la militancia y compensar la pérdida estructural de apoyo electoral.
Paradójicamente, el efecto ha sido exactamente el contrario al que perseguían.
El muerto que vuelve porque lo llaman
Una observación concreta: Franco llevaba décadas “apagado”, reducido a objeto de una memoria cada vez más neutra.
Pero la política de la izquierda gobernante ha reconstruido su presencia pública con una insistencia casi ritual.
-Donde antes había indiferencia sociológica, ahora hay estímulo político.
-Y donde antes la memoria quedaba en manos de historiadores, ahora ha sido secuestrada por los gabinetes de comunicación.
No se trataba de memoria democrática; era una táctica electoral.
El resultado es visible en el estudio de SocioMétrica para El Español, el primero que mide de forma exhaustiva la opinión de los españoles sobre el franquismo en medio siglo:

- El 35,9% de los españoles muestra una opinión favorable a lo que “supuso” el franquismo.
- Más del 40% de los jóvenes (17-35 años) valoran positivamente la figura de Franco.
- El 44,5% de los menores de 35 años lo define como “un dirigente adecuado para un momento convulso”.

Cuanto más se utiliza a Franco como ariete político desde el presente, más atractivo se vuelve para quienes no lo vivieron y observan el debate desde fuera, hastiados de un sistema incapaz de resolver sus problemas reales.
Es decir, cuanto más se utiliza a Franco como ariete político desde el presente, más atractivo se vuelve para quienes no lo vivieron y contemplan el debate como una pelea ajena, mientras sus problemas reales —empleo, vivienda, precariedad— siguen sin solución.
La estrategia equivocada
La izquierda parece convencida de que agitar a Franco penaliza a sus adversarios. Pero los datos lo desmienten.
- •Entre votantes del PP, un 54,7% valora positivamente al dictador.
- •Entre votantes de Vox, lo hacen siete de cada diez.
Incluso entre franjas moderadas y desencantadas, la figura se reconfigura como un símbolo “antipolítico”, no necesariamente como nostalgia fascista. No se está produciendo un “rebrote de franquismo” en el sentido clásico, sino un rechazo creciente a la manipulación política del pasado. La hiperactividad simbolista genera un efecto rebote: no se castiga la memoria de Franco, sino el uso partidista de Franco.
No se está premiando al dictador: se está castigando a quienes pretenden convertirlo en cortina de humo permanente para tapar su propia impotencia política.
El error semántico de la izquierda
El diagnóstico político es simple:
- Cuando se usa al dictador como arma arrojadiza, se le devuelve a la arena pública.
- Se convierte al pasado en campo de batalla del presente.
- Y se regala a una parte del electorado el papel de víctima cultural.
El discurso oficial acaba reforzando justo aquello que pretende combatir. Una estrategia que quería blindar identidades termina alimentando identidades contrarias. Es el clásico problema político del enemigo inventado que termina creciendo porque alguien necesita demonizarlo.
Y, mientras tanto, la conversación pública se infantiliza: Franco como tótem, Franco como espantajo, Franco como trending topic. Menos política de soluciones y más política de espectros.
La alternativa necesaria: más historia, menos política
España no necesita resucitar a Franco ni exorcizarlo. Necesita despolitizarlo.
- Dejar de convertirlo en arma partidista.
- Devolver su estudio a los historiadores, no a los estrategas de campaña.
- Permitir que la libertad de expresión —incluida la interpretación académica o sociológica— sea el marco natural del debate.
- Aceptar que un país maduro no legisla sobre cómo deben pensar sus ciudadanos acerca del pasado.
La sociedad española no necesita que ningún partido le diga qué sentir sobre Franco. Necesita instituciones que funcionen, oportunidades reales para los jóvenes y una política que deje de mirar a 1936 para justificar su impotencia en 2025.
Conclusión
Franco no volvió solo. Lo han devuelto quienes necesitaban un enemigo portátil para suplir la falta de proyecto. Pero los datos demuestran que esa estrategia solo está logrando revivir la figura que querían enterrar y fragmentar aún más a una sociedad que había hecho, a su manera, las paces con su historia.
El camino es otro: liberar la memoria de la manipulación política y devolverla a la ciudadanía y a la academia.
Cuando la política usa el pasado como arma, el pasado deja de sernos útil de verdad.
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Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED