Asturias Liberal > Aportaciones > You can’t handle the truth

Hace unos días el actor y director de cine Rob Reiner y su esposa fueron encontrados sin vida, con unos evidentes signos de violencia que hicieron la policía de Los Ángeles catalogar la investigación de esas muertes como homicidio.

Siendo hijo de un actor y director y de una actriz y cantante, parece que el destino profesional de Rob Reiner estaba predestinado, así que pronto inició su carrera como guionista y actor en series televisivas, lo que apuntalaría su paso a la pantalla grande a mediados de los años ochenta del pasado y añorado siglo XX.

Después de tres películas como director y del razonable éxito alcanzado con “Stand by Me”, empezó a compatibilizar su responsabilidad de director con la de productor de SUS películas y así dio forma a “The Princess Bride” conocida en España como “La Princesa Prometida”: algunas fuentes aseguran que esta película fue un homenaje de Rob Reiner a su padre -enamorado de esta novela original de William Goldman- pero fue la providencia quien hizo posible Reiner fuera el encargado de llevar la novela a la gran pantalla, puesto que directores como Norman Jewison, Robert Redford o Françoisse Truffaut lo habían intentado antes que él sin éxito, al no conseguir convencer a ningún productor.

Confieso que llegué a esta película por la música de mi querido Mark Knopfler, y que la historia me llevó a la novela, una novela maravillosa que pude apreciar más -si cabe- durante mis estudios filológicos, pues en ella se recoge gran parte de la teoría del cuento de Vladimir Propp: muchas de las 31 funciones narrativas y los 7 roles o figuras de acción analizadas en el estudio de la morfología del cuento de Propp están presentes en esta historia.

Si abandonamos la estructura novelesca y nos adentramos en el argumento, empezamos con un abuelo leyéndole un cuento a su nieto (¿puede haber algo mejor que un abuelo contándole una historia a u nieto?), y nos encontramos con una trama que nos guía a través del amor prometido de una pareja de novios hacia una serie de aventuras como la vida misma, donde el que una vez es tu rival puede ser tu aliado más adelante y convertirse en tu amigo, donde los valores como la palabra, la paciencia, el tesón, el reconocimiento, la amistad o el amor acaban venciendo a las dificultades, a los caprichos, a la mentira o a la maldad.

Para llevar la novela a la gran pantalla, Rob Reiner tenía tan interiorizada la historia que sus protagonistas tenían que ser imperiosamente Cary Elwes y la bellísima Robin Wright, y la música tenía que ser compuesta por Mark Knopfler… pero -sobre todo- estaba convencido de que todo el plantel debía ser un equipo y trabajar en un ambiente cómodo.

La película no tuvo el éxito esperado en las salas de cine a lo largo del año de su estreno (1987) –algunos analistas coinciden en que el departamento de marketing no hizo bien su trabajo- pero su distribución en vídeo y el boca a boca la han convertido en una de las míticas “películas de culto”.

Tres películas más tarde, en 1992, Rob Reiner volvía a dirigir y a producir otra película titulada “A few good men” (“Algunos hombres buenos” en España) basada en un guion teatral de Aaron Sorkin.

El minucioso trabajo del director queda de manifiesto no sólo por la manera de llevar la historia y las cuidadas escenas, sino por dejar en manos de un actor de reparto las escenas clave y –sin duda- el momento culmen de la película; Reiner elige a Jack Nicholson para encarnar al coronel Nathan R. Jessup, un personaje que apenas aparece en cinco escenas, escasos 25 minutos de pantalla de las más de 2 horas que dura la película.

Jack Nicholson trabajó sólo 10 días para filmar sus escenas, se llevó 5 millones de dólares de los casi 40 millones del presupuesto total de la película, pero su interpretación fue decisiva en el impacto y en el éxito de la película.

La profesionalidad queda patente en su ayuda al director para grabar la escena final, que no tuvo problemas para repetir con total exactitud y fidelidad (de manera “excelsa”, según palabras del propio Reiner) hasta 17 veces para que se pudieran grabar las reacciones del resto de actores antes de que grabaran su propia interpretación.

Reiner le dejó hacer a Nicholson, y éste le confirió a su personaje los matices necesarios que iban más allá del guion para convertirlo en el centro de la película, tomándose incluso licencias e improvisaciones como la proverbial frase “You can’t handle the truth!” (“¡Tú no puedes encajar la verdad!”), reconocida por el American Film Institute en el puesto 29 de las mejores frases de la historia del cine.

Esa frase es la explicación a muchos de los problemas que tenemos hoy en día, porque mucha gente sigue sin ser capaz de encajar la verdad.

Nuestra sociedad y nuestras empresas se han puesto corsés tan ajustados que es difícil encontrar un director como Rob Reiner no ya que cree ambientes de trabajo cómodos (como en La Princesa Prometida), sino que reconozca a sus actores de reparto, que admita su importancia, les deje hacer su trabajo y salirse del guion si fuera preciso… y mucho menos que ese trabajo de un actor de reparto pueda convertirse en un puntal y centro de la organización.

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