El muro de Adriano

(O la conspiración de agosto) Ithacius, idus de agosto de 2024

Una nueva homilía retorna con la necesidad del poder podido.

En estas horas se alumbran los idus de agosto, mientras los pobrecitos respiramos entre el sol de Madrid y la luna de Asturias. Un trayecto que algunos aspiran a rehacer con una nueva piedra de los caminos, para empedrar las ideas de los pobres con un betún de Judea. Una sucinta descripción sin acudir a la cartografía.

Ha dicho el doctor presidente de la nación, en medio de sus cogitaciones, que quiere levantar un muro: right wing – left wing. Aunque las pesadas alas de la política intentarán su vuelo escaso con los vientos primarios del otoño.

Así que los guerreros astures han dejado de excavar en la Carisa para acometer la nueva erección astur. El muro tiene una amplia nominativa. Pero triunfa la querencia astur por una construcción de las tierras de Britania: el muro de Adriano. Enfáticamente, muy cercano a la toponimia astur. Sépase que Adriano dio en Adrián o Adrianu, en este bable amable que nos agita. Hay demasiados valientes en ese santoral, pero un afecto mayestático nos inclina por san Adrián de Nicomedia, un lugar en las tierras del turco. Celebra su efeméride ¡el ocho de septiembre!

Algunos dibujan un muro circular, una cárcel discreta. Como «las Cortines» esos muros de piedra y barro que custodian la miel de los osos glotones que lo devoran todo como un inspector de la doctora Montero. Un muro que eriza el pensamiento. Así que no se podrá entrar, tampoco salir, hasta que se acaben la miel y la cera que arde. Un asunto obscuro en un mundo ansioso por tumbar los muros y los principios a las aguas turbias del desespero. Que se lo cuenten a Berlín o al muro de calaveras de Chichén Itzá, el disolvente ansiado por los jemeres rojos para purificar políticamente a los propios.

Siempre se desmorona para reusar la piedra en una nueva casa o una cuadra. Desconocen que el aislamiento te aísla.

Una incoherencia cuando buscas expandirte en el territorio hostil de Madrid. Cabría esperar que se pusiese el güeyu sobre Catalunya, pues dan la misma de preocupación en el diapasón de la política.

Pero, ahora, encaramos el sendero de la globalización para conquistar los mercados con esas agendas con guarismos cambiantes y el vaivén del desafuero. La memoria aun atesora, antes de tornarse democrática, aquellos intentos de un capitalismo oriental intervencionista. Las ínfulas de comerse Europa desde Bruselas, un ridículo que aún desconoce su megalomanía precisa y el estipendio.

¡Así que a Madrid! ¡Al Wall Street! ¡La Calle del Muro de la Castellana! Allá tendremos un buró minimalista, una oficina económica que avizorará el negocio 35 y la felicidad. ¡Sorprendente! Hace décadas que, en los madriles, el pendón de la asturianía lo detentan con firmeza nuestros hombres de empresa.

En tanto, para animar la espera, y los réditos, nos cuentan una de chinos. Los coches chinos ideados con sangre china y peones astures de algún tallerón 2030.

Cinco años de gobierno nacionaliego para lanzar una oficina se antoja un exceso del calendario. Una bruma pesimista que recuerda el dicho venezolano: «¡Tarde piaste, pajarito»!

Pero sabemos, entre tanto, que aquí, no nos faltará un murete propio de argamasa astur.

Nada catalán se escucha tras el muro de silencio de Adriano: la amnistía, el cupo, el martirologio de Puigdemont o la nación catalana confederada con España.

De Venezuela, tampoco. Algunos españolitos aguardan su Eldorado en una rifa de bingo coreado por la dulce Delcy y el príncipe sonriente de las tinieblas.

La cosa va y va… ¡Jesús como va!

Parece que hay revuelta en Asturias, que hay traición. Que los idus de agosto tornan a marzo con el puñal sobre César, entre la estatua de Pompeyo Sánchez y la mirada en Marco Junio Bruto. «Et tu, Brute?». Eso oirá, confundida, la muchacha de las trenzas rubias y los ojos de almíbar que lo asiste, mientras, retiene entre sus dedos la toga picta del caído.

Es el cochino estío un tiempo de cencerros. De gatos gallegos con su cheque. Lo avisó el compañero Felipe, sabedor de gatos chinos. Pero Asturias busca sus extraviados. Aunque la física cuántica no sabe si el gato del muro de Adriano, como el de Schrödinger, sigue vivo o muerto. ¡A pesar del conspiratorio de animalario!

Así, en este atardecer de luces de naranja, Miguel Hernández me trae a su rayo que no cesa: sobre el toro y la corrida.

El toro sabe al fin de la corrida

donde prueba su chorro repentino,

que el sabor de la muerte es el de un vino

que el equilibrio impide de la vida.

¡Donde quedas, Nicomedia!