Asturias Liberal > Aportaciones > Señor, ¿Por qué nos has abandonado?

¡Oh, Señor, Dios de la justicia y la esperanza! ¿Por qué nos has abandonado en esta hora oscura, cuando el alma de Venezuela clama desde el abismo de la opresión?

Nuestro pueblo, ungido por la fe y forjado en el crisol del coraje, ha luchado con devoción inquebrantable, como lo hicieron nuestros padres libertadores, para defender la soberanía que hoy yace ultrajada.

Una nación acogedora

Aquella Venezuela generosa, que abrió sus fronteras para acoger a legiones de inmigrantes de todos los rincones del mundo, que les brindó afecto, techo y oportunidades para construir fortunas, hoy ve a sus hijos humillados, limitados y perseguidos en más de cien países que aplican restricciones, enfrentados a la siniestra sombra del “cuartito” donde se les interroga como si fueran criminales, dejando en el olvido la solidaridad de aquel país suramericano rico en hidrocarburos que no dudó en surtir de combustibles las naves de los aliados para que pudieran cumplir la misión de detener el avance del fascismo.

Debería ser inolvidable el gesto humanitario de esa Venezuela que no dudo en abrir como el cielo más despejado y luminoso sus fronteras para recibir a legiones de inmigrantes a los que solo se les preguntaba: ¿Qué necesitás? ¿Cómo te podemos ayudar?

Pueblos que sufren
Los dictadores de Venezuela, Cuba y Nicaragua, Nicolás Maduro, Díaz Canel y Daniel Ortega

No estamos solos en nuestro dolor, Señor.

-En Siria, donde un pueblo resiste tras décadas de crímenes de lesa humanidad, el eco de la libertad lucha por abrirse paso entre ruinas.

-En Cuba, la fe inquebrantable de un pueblo asfixiado por el régimen se niega a apagarse.

-En Nicaragua, la mano dura de la tiranía silencia a los valientes.

Sudán y Myanmar la sangre de los mártires riega la semilla de la esperanza.

-En Haití, el caos no logra doblegar la dignidad de un pueblo que, como el nuestro, se aferra a la promesa de un mañana mejor.

Pero, ¿dónde está la justicia, Señor? La Corte Penal Internacional demora su veredicto, mientras los crímenes de lesa humanidad en nuestra tierra se multiplican.

Maduro, ese usurpador que mancha nuestra historia, retiene a extranjeros como rehenes y pisotea nuestra soberanía, mientras diplomáticos desvían la mirada con vergonzosa complicidad.

¿Acaso el silencio de los poderosos es más estruendoso que el grito de los oprimidos?

Hace casi un año, Señor, el 28 de julio de 2024, el pueblo venezolano habló con voz clara y contundente, otorgando un triunfo legítimo a Edmundo González y María Corina Machado.

Pero la tiranía, apoyada en el terrorismo de Estado, robó descaradamente esa victoria, aferrándose al poder con uñas ensangrentadas.

Detenciones, torturas y asesinatos son las herramientas de un régimen que no conoce escrúpulos, enviando un mensaje venenoso al mundo: “que no importa perder elecciones, siempre que se tengan grupos de presión dispuestos a todo para perpetuarse”.

Fe en la lucha

Sin embargo, Señor, no estamos abandonados. La fe que nos llevó a cruzar los Andes con Bolívar, que sostuvo a nuestros héroes en las batallas por la independencia, sigue viva en el corazón de cada venezolano.

Es la fe de las madres que lloran a sus hijos, de los jóvenes que resisten en las calles, de los exiliados que llevan nuestra bandera en alto.

No, Señor, no estamos solos. Nuestra lucha es la de todos los pueblos que, en cada rincón del mundo, alzan su voz contra la tiranía. Pero sabemos que con nuestra lucha incansable y tu divina guía, la victoria final está cerca.

Cada paso que damos, cada lágrima derramada, cada grito de libertad, nos acerca al día en que Venezuela será liberada de las cadenas de la opresión. Con la fuerza de nuestro pueblo, unido en fe y coraje, y con tu luz iluminando nuestro camino, derrotaremos al narcotráfico, al terrorismo y a la tiranía que hoy nos humilla.

Que el mundo despierte, que la justicia internacional actúe, que los diplomáticos dejen de mirar a los lados. Porque Venezuela no se rinde, y con tu bendición,

Señor, lograremos la victoria final: una nación libre, soberana y justa, donde la esperanza florece y la dignidad reine. ¡Por la fe de nuestro pueblo, venceremos!

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