Asturias Liberal > Aportaciones > El gilipollas de turno

En mi época de estudiante conocí la historia de un conductor de autobuses que, de vez en cuando, tenía que pasar por nuestra gran empresa Carrocerías Ferqui: me atrevo a decir “nuestra” porque considero que es una gran empresa asturiana que (como otras muchas) sin grandes alardes y con cierta discreción, son ejemplares y punteras en su sector; de hecho, la anécdota que les voy a contar data del siglo pasado y ahí siguen de manera admirable.

Siguiendo con el hilo, nuestro protagonista tenía que ir a Carrocerías Ferqui cuando su autocar requería de algún retoque o mantenimiento de carrocería, y este señor no tenía mejor ocurrencia que entrar al taller con un cierto aire chulesco saludando con un “¿Qué hay, chapuzas?”.

Mi mejor amigo y yo -conversando con otros conductores sobre el pelma que nos ocupa- nos pudimos enterar de que ese saludo no era nada bien recibido por parte del personal del taller, entre otras cosas porque cuando cabe la posibilidad de que un calificativo pueda interpretarse en serio o en broma es cuando entra en juego la comunicación no verbal: el tono o la actitud de quien lo emite, y -en este caso- la chulería o altivez de nuestro protagonista hacía que los trabajadores de Ferqui se tomaran muy en serio que los estaba llamado “chapuzas” con toda la intención.

Aunque los trabajadores de la fábrica se mordían la lengua, más de uno pasaba ganas de soltarle una bofetada… hasta que un buen día uno de ellos lo bautizó como “el gilipollas de turno”, y desde ese día, cada vez que veían entrar el autobús de nuestro protagonista en sus instalaciones, los trabajadores empezaban a correr la voz de que “ya está aquí el gilipollas de turno”: esto no hacía disminuir las ganas de decirle cuatro cosas o pegarle un puñetazo, pero al menos en su jerga habían bautizado con bastante precisión a quien les llamaba chapuceros sin rubor y sin justificación alguna y esto sí que les daba cierta anestesia y consuelo moral.

Nuestro diccionario de la RAE recoge el término “gilipollas” como un adjetivo malsonante (aunque también se puede usar como sustantivo) y su significado es “necio” o “estúpido” o, lo que es lo mismo: ignorante, falto de inteligencia o razón, terco.

El gilipollas del hoy

De vuelta al presente, hace unos días un buen amigo estaba disgustado después de haber tenido un episodio con el que -según me contaba- debe ser el “gilipollas de turno” de su organización: mientras estaban realizando unos trabajos en el taller, por allí apareció este sujeto, perteneciente a un departamento transversal, para decirles que no podían llevar a cabo la maniobra que estaban haciendo (parece ser que algo muy común y habitual para ellos).

Cuando pararon y le preguntaron que –si no podían hacerla así- cómo deberían hacerla, el interfecto les respondió que no era su trabajo instruir sobre cómo tenían que hacer las cosas… aunque su obligación fuera advertirles de cómo no podían hacerlo.

Mi colega me decía que, aunque a su estúpido ocasional no le faltaban razones, además de lo inoportuna de su intervención, fueron las formas -la chulería y la altanería con las que se dirigió a sus compañeros- las que dieron lugar al conflicto.

Cuando fallan las formas el fondo se diluye y pasa a un plano secundario.

Confieso que, desde mi época de estudiante y la anécdota del conductor en Ferqui, en muchas ocasiones he pensado para mis adentros: “vaya, ya hemos dado otra vez con el gilipollas de turno” porque -aunque parezca mentira-, ni en la sociedad ni en las empresas hemos sido capaces de atajar y eliminar a estos sujetos: la buena educación o la prudencia de muchos ha evitado que este tipo de individuos se llevaran en su momento una respuesta bien merecida, de tal manera que los tenemos asimilados como un mal menor y los sufrimos en menor o mayor medida cuando toca.

Entiendo que todos somos libres para expresarnos, pero alguien debería ponernos en nuestro lugar cuando nuestra participación o nuestra opinión es inoportuna o -sobre todo- hace que alguien se sienta ofendido.

Un rasgo común que suele caracterizar a estos estúpidos, necios o gilipollas suele ser el poner en duda el trabajo de otros, o minusvalorar y criticar épocas pasadas en sus ámbitos u organizaciones –antes de que ellos estuvieran- con el fin de presumir, destacar su supuesta buena gestión y cambiar cosas, aunque no sepan para qué ni las consecuencias que puedan ocasionar: seguro que a muchos les suena el manido discurso “qué mal se hacía esto antes, qué desastre era este departamento o esta empresa… hasta que he llegado yo”.

El gilipollas en la sociedad y la política

Si salimos del tema empresarial, vemos que el problema existe también en la sociedad, y que en este país hemos dejado demasiadas cosas en manos de “gilipollas de turno”, o lo que a todas luces parecen ignorantes cuya malicia o intereses convendría examinar.

Por ejemplo, se me ocurre un caso habitual en los últimos tiempos: ¿alguien puede explicarle al propietario de una vivienda cómo es posible que no pueda hacer nada de manera inmediata para desalojar a unos ocupas porque la ley le da cierto amparo a quien ocupa frente al propietario?

Siguiendo con temas de actualidad, y aunque la prensa se centre en el tema económico, una gran parte de las quejas y demandas del profesorado que en estos días se moviliza atañen a las carencias y a la devaluación de la educación merced a las últimas leyes educativas.

Por otra parte, también recientemente tenemos protestas generalizadas de jueces y fiscales contra reformas y medidas impulsadas desde el gobierno…

Con unos pocos ejemplos y situaciones comprobamos cómo quienes hacen las leyes o toman las medidas no parecen estar muy acertados en los últimos tiempos, a pesar de que se les llene la boca criticando épocas pasadas seguramente mejorables, pero -a priori- más sensatas y mucho menos conflictivas en este sentido.

Las empresas

Volviendo a las empresas, creo que no me equivoco si afirmo que la historia de cada una de ellas se cimenta en aciertos y errores, en el esfuerzo y el trabajo de mucha gente que hizo las cosas lo mejor que pudo con los medios que tenía a su disposición y en su contexto histórico, acertando y equivocándose… mientras que los desastres suelen llegar de la mano de estos mediocres maleducados en el momento en el que alguien les da cierto poder para tomar decisiones y que, cuando hablan, no se conforman sólo con dar “clases magistrales” casi siempre huecas o vacías de contenido sino que -además- necesitan despreciar o desprestigiar la trayectoria y el trabajo de los demás.

Las sociedades evolucionan sólo si la gente está a la altura de la responsabilidad que ostenta, y esto no debería quedarse sólo en el plano de la formación, sino en el sentido común, en otro tipo de habilidades que hoy podrían confundirse con las soft skills tan demandadas en los nuevos perfiles profesionales.

Un irrespetuoso nunca podrá ser un buen profesional, debería ser inaceptable en pleno siglo XXI tener que aguantar al “gilipollas de turno” en cualquier empresa menospreciando y reprendiendo públicamente a sus compañeros por no estar entregados a la burocracia (su burocracia, sus normas) mientras que se enfocan y esfuerzan en que el negocio siga adelante: desde mi punto de vista en las empresas sólo debería haber lugar para un protagonista, que no es otro que el negocio; si el negocio va bien, si los clientes están satisfechos, seguramente que a la empresa le irá bien y -con ella- a todos los trabajadores… que bastante tienen con hacer su trabajo de la mejor manera posible como para aguantar a pelmas más entregados a su propio y efímero protagonismo que al de la organización.

Y como hablamos de pelmas (personas molestas e inoportunas), de errores reconocidos y de falta de paciencia para soportar sermones, me gustaría recordar a Ronaldo Nazario y su anécdota con Arrigo Sacchi:

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