
El eco del verso de la canción “A mi manera”, inmortalizado por Frank Sinatra, retumba con fuerza en la Venezuela de hoy: “El final se acerca ya”.
Para Nicolás Maduro y su régimen, ese final no es solo una estrofa poética, sino una realidad que se precipita sobre una dictadura sostenida por pilares carcomidos por la corrupción, la traición y el repudio unánime del pueblo.
Una Fuerza Armada fracturada
Maduro se aferra al poder con desesperación, pero su base se desintegra. Le quedan las élites corrompidas de la Fuerza Armada, generales que han cambiado el honor militar por riquezas mal habidas.
Esos encumbrados “oficiales” recargados de medallas sin brillo propio llegaron al extremo de cambiar sus originales cuarteles por “carteles”. Sin embargo, la inmensa mayoría de las tropas, los soldados que padecen las mismas penurias que el pueblo, lo rechazan en silencio, un descontento que crece como una chispa en un polvorín.
La demostración de esa insatisfacción quedó en evidencia cuando miles de efectivos de esa Fuerza Armada desprestigiada sufragaron por la opción de Edmundo González y María Corina Machado el pasado 28 de julio de 2024.
Al dictador solitario le quedan los comandos policiales y los colectivos armados, desgastados y temerosos, conscientes de que la justicia —que también se acerca ya— los alcanzará con su peso inexorable.
Los restos de un poder sin legitimidad
En su aislamiento, Maduro se enreda con núcleos terroristas y bandas criminales transnacionales, como los del ELN, que operan en la sombra de sus alianzas con narcotraficantes.
Estos grupos, lejos de ser aliados estables, están atrapados en una guerra mortal con disidentes de las FARC, una pugna que debilita aún más su apoyo.
–Le queda el oro ensangrentado del Arco Minero, fruto de la devastación ambiental y la explotación humana.
–Le queda el río de dólares robados a la nación, que inundan los bolsillos de una cúpula mientras el pueblo muere de hambre.
–Le queda un aparato comunicacional sin credibilidad, que vomita mentiras que nadie cree, y un sistema judicial podrido, con magistrados serviles, jueces envilecidos y rectores tramposos que han traicionado la institucionalidad.
–Le queda un grupito de colaboradores que vociferan argumentos y “encuestas” sin base para vender la mentira de la “normalización” de Venezuela.
Pero Maduro no tiene quien le compre esas mentiras. No tiene pueblo. Lo aborrecen los ciudadanos de a pie, incluidos los chavistas originales que ven en él la caricatura de un proyecto que traicionó sus quimeras e ideales.
No tiene legitimidad de origen: su poder se sostiene en fraudes aniquilados por la desobediencia civil.
No tiene reconocimiento internacional: no se lo toma en cuenta como presidente, sino como el capo de mafias articuladas desde las entrañas del mismísimo Estado.
Lo atormenta el estigma de ser señalado como narcotraficante, un título que lo persigue en cada foro global.
Supera, incluso, la recompensa que se ofreció en su oportunidad por el peligrosísimo Osama Bin Laden.
No son rumores ni ataques en medio de una refriega político-electoral: son decisiones derivadas de instituciones judiciales que dan lugar a deducibles acciones que, tal como dijo el senador Marco Rubio, “vamos a enfrentarnos a esta gente, y tenemos que hacerlo con algo más que recompensas”.
El final se acerca ya. ¿Por qué?
Porque es un eslabón de la red satelital de Irán en nuestro hemisferio; un canal abierto para el tránsito y la producción de droga; y un organizador comprobado del crimen transnacional.
Además, es la causa de la migración de 9 millones de venezolanos que hoy son la prueba palmaria de la disrupción de las familias de nuestro país.
La urgencia de una transición en paz
¡El final se acerca ya! No es solo una canción:
- -Es la certeza de un pueblo que, pese al dolor, no se doblega.
- -Es la promesa de una justicia que, aunque lenta, llegará.
Cuando ese final se consuma, Maduro y su red de complicidades con el terrorismo y el crimen transnacional colapsarán bajo el peso de sus propios delitos, mientras Venezuela, con la fuerza de su gente, renacerá de las cenizas.
Pero como bien se dice: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. Salir de esa narco-tiranía es urgente y conveniente, no solo para los intereses de Venezuela sino de toda la región, tomando en cuenta los hechos ciertos antes descritos.
Pero también es indispensable estar preparados para poner en marcha una transición en paz, enrumbada hacia la reconstrucción de nuestro país.
Para eso igualmente hay planes confeccionados que se aplicarán en el corto, mediano y largo plazo: esquemas y proyectos que harán posible que predomine la convivencia, que se controlen los grupos propiciadores de violencia, que reine la confraternidad y no el caos.
Y, sobre todo, que Venezuela clausure estos ciclos de pobreza, desplome económico y desintegración familiar, e inaugure una era de prosperidad y progreso.
A la par, nos iremos reinsertando en el circuito democrático mundial, con la determinación de que nuestro país sea una pieza clave en la estabilidad política del continente y un suplidor seguro de energía para los países interesados en nuestros recursos naturales.

Antonio José Ledezma Díaz (San Juan de los Morros, 1 de mayo de 1955) es un político y abogado venezolano, destacado opositor al régimen de Nicolas Maduro. Actualmente exiliado político en España. Fue el alcalde mayor del Distrito Metropolitano de Caracas hasta 2015, cuando fue sustituido por Helen Fernández.También se ha desempeñado como alcalde del municipio Libertador de Caracas en dos ocasiones y gobernador del antiguo Distrito Federal. Fue dos veces Diputado del extinto Congreso Nacional de Venezuela (actual Asamblea Nacional) desde 1984 y fue elegido Senador de la República en 1994, siendo la persona más joven en ser elegida para ese cargo.