Asturias Liberal > Aportaciones > EQUIPACIONES Y DORSALES. De la lógica a la locura fashion

Imagen de portada: fotomontaje de MARCA.


El dorsal era tu carta de identidad futbolística. Si eras el 7, jugabas como tal. Punto.

El 1 al 11… y punto.

En el fútbol de antaño, la camiseta no era una “marca personal”, ni un acto de rebeldía, ni un “statement”. Era un uniforme. Una herramienta de trabajo. Como el mono azul del mecánico. Cada número tenía su misión, como en un escuadrón militar.

Y sí, los dorsales iban del 1 al 11, porque… sorpresa: eran los once titulares. Nada de nombres en la espalda, ni números a lo NBA. Solo tú, tu número y tu lugar en el campo. Si decías que eras el “5”, se sabía que eras el mediocentro de orden, el que repartía juego o patadas (según el día).

ANTES

¿Ejemplos clásicos?

  • 1 – El portero. Innegociable. No había portero sin el 1. Era como ver un cura sin sotana.
  • 2 y 3Laterales. Cero fantasía, cien por cien oficio. Te subían el calcetín hasta la rodilla y te bajaban al extremo rival hasta el tobillo. Cubrían a los extremos.
  • 4Central. El que tenía cara de inspector de Hacienda y pecho de gladiador. Cubría al delantero centro.
  • 5Libre. El que iba al cruce cuando se le escapaba un jugador a uno de los defensas. Emergía de la nada como ave fénix en carrera desorbitada y sin freno en busca del delantero valiente y, en segada gloriosa, levantaba a este hasta 6 metros en vertical para oír al caer: “Levántate, piscinero”.
  • 6 y 8Centrocampistas. Uno más destructivo (el 6), otro más jugón (el 8). Una pareja de hecho.
  • 7 y 11Extremos. Rápidos, pícaros, con peinados dudosos y medias caídas.
  • 9 – El delantero centro. El killer. El tanque. El que vivía de espaldas y soñaba con rematar de cabeza.
  • 10 – El artista. El mago. El que veía cosas que los demás no. Si tenías el 10, eras especial… o muy creído.

Y si ibas al banquillo, te aguantabas con el 12, el 13, el 14… y sin rechistar.

AHORA

Hoy, el dorsal es más una cuestión de branding personal que de posición en el campo. Es como elegir un tatuaje: tiene que tener “significado”, aunque sea absurdo.

  • -El central lleva el 51 porque es la edad de su madre.
  • -El delantero lleva el 98 porque es la matrícula de su primer coche.
  • -El portero suplente lleva el 99 porque… bueno, porque ya estaban todos pillados.

Y no hablemos de los nombres en la espalda. Antes ni te enterabas de cómo se llamaba el lateral izquierdo del Villacajón de los Infantes.

Ahora puedes tener a “Tucho”, “Manuelinho”, “Ransu”, “Remolacha”, “Zizou Jr.”… hasta apodos que parecen de videojuego.

Puede llevar el 94 un defensa que juega de medio centro porque su prima nació ese año y le trae suerte. Y nadie pestañea.

Eso sí, si le preguntas a un veterano de qué jugaba y te dice “yo era el 5”… lo sabrás todo. Y si uno te dice que juega de 69… mejor cambia de conversación.

AMONESTACIONES
ANTES

“¡Seis! ¡La próxima y te vas, eh!” (mentira descarada)

En los años buenos del fútbol de la Moviola de Estudio Estadio (pre-VAR), las tarjetas eran como leyendas urbanas. Estaban ahí, sí, pero como los fuegos artificiales: solo salían en ocasiones muy especiales.

Los árbitros solo eran muy protagonistas para los insultos a los señores de negro, con carácter y pito, resolutivos, con personalidad propia, mirada de tigre y lenguaje corporal intimidatorios (aunque midieran 1,50 con las botas puestas).

Ganarse una amarilla era más difícil que…

  • Entradas criminales en plan “quítate tú, que paso yo”, donde los tacos quedaban marcados en la piel y casi atravesaban la pantorrilla, y eso era parte del menú.
  • Pisotones, agarrones, zancadillas brutales, codazos “accidentales” que hacían sangrar narices… todo cabía dentro del concepto de “juego viril”.

El árbitro se acercaba, te miraba a los ojos y soltaba con tono paternal:

— “Seis… ¡La próxima te vas, ¿eh?!”

Claro que ese “Seis”, a quien se le había grabado a fuego durante toda la semana que cubriera al “mozín” (el crack de ahora), que le siguiera hasta el baño y que sintiera en todo momento su aliento en el cogote, ya le había hecho cinco entradas por detrás, un placaje y una amenaza de muerte en lo que iba de partido. Pero el árbitro lo dejaba seguir porque “esto es fútbol, no ballet”.

Y si el público gritaba “¡árbitrooo!”, él respondía con un gesto de desprecio y seguía como si nada. Porque la autoridad era él, y no ese payaso del linier con la bandera, que muchas veces ni sabía usarla.

AHORA

Amarilla por mirar feo al rival

Hoy en día, el nivel de amonestación ha evolucionado… o se ha convertido en un arte dramático de alta precisión.

  • -Rozas o amagas con rozar al rival y cae como si lo hubiera atropellado un tranvía.
  • -Miras mal a un árbitro y, ¡pum!, tarjeta por “actitud antideportiva”.
  • -Festejas un gol quitándote la camiseta: amarilla.
  • -Tomas agua sin pedir permiso al delegado de campo: ojo, amarilla.

Ahora los árbitros van hiperconectados, con VAR, micrófonos, intercomunicadores, asistentes digitales, tecnología de línea de gol…

Pero, aun así, siguen equivocándose, solo que ahora con más ayuda y con más gente a la que echar la culpa.

Y lo mejor es que ya no se dicen frases como “la próxima te vas”. No. Te sacan la tarjeta, te miran con cara de robot y todo lo demás lo discute el VAR mientras tú sudas frío en el banquillo.

En resumen: antes el fútbol era barro, alma y pulmones. Ahora es fibra de carbono, Instagram y marketing digital. Pero sigue siendo fútbol… aunque a veces parezca más un desfile de moda con pelotas que un deporte.

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