Asturias Liberal > Aportaciones > El penalti y la crónica de una tragedia milimétrica. A once metros del destino

“En los penaltis del siglo XXI no gana el más valiente, ni el más técnico, ni el más loco. Gana el que mejor se lleva con el VAR.”

Tiempo atrás, tirar un penalti era cosa de valientes: uno colocaba el balón, respiraba hondo, y chutaba fuerte a donde Dios quisiera. Hoy, en cambio, es una operación quirúrgica de alto riesgo.

El jugador llega al punto fatídico con treinta cámaras encima, un estadio con 80.000 móviles en mano y un analista deportivo de datos que dice haber calculado hasta el ángulo ideal según la humedad del césped y la dirección del viento (aunque el estadio esté cerrado).

Frente a él, el portero ya no es solo un tipo con guantes: es un psicólogo, especialista en lenguaje corporal, que lleva toda la semana estudiando los tics del tirador.

Sabe si mira a la derecha antes de chutar al centro, si parpadea cuando la va a cruzar o si se rasca la oreja antes de fusilar la escuadra.

Y mientras tanto, ve la portería inmensa, llena de huecos por donde puede entrar el balón y así, se pasea por la línea de gol como un león enjaulado, agitando los brazos, gritando cosas ininteligibles o, si tiene más labia, susurrándole a voces al rival:

Ya sé dónde la vas a tirar, chaval… lo vi en tu penalti del torneo sub-17.”

Por supuesto, detrás de esa coreografía hay otro protagonista invisible: el entrenador de porteros, un monje del vídeo-análisis que lleva varias noches sin dormir revisando todos los penaltis que el jugador ha lanzado desde su bautizo (y alguno de la comunión, por si acaso).

Tiene una base de datos con flechas, porcentajes y anotaciones sobre zonas de calor.

Y luego está el pobre lanzador, que en teoría es el favorito, pero que en la práctica ve la portería tan pequeña que parece una rendija de correo, mientras el portero se agranda, gesticula y se convierte en una muralla humana de metro noventa.

El árbitro, mientras tanto, se convierte en notario del drama, vigilando con el VAR que nadie mueva un pie, una pestaña o un pensamiento fuera de lugar.

Y el público, claro, con el móvil en alto, preparado para viralizar el fallo del siglo antes de que el balón toque la red.

Al final, el penalti ya no es un simple lance del juego: es un acto de fe, una tragedia griega con guantes y botas, donde todos saben que uno saldrá como héroe y el otro como meme.

Porque en el fútbol moderno, más que marcar o parar, lo importante es sobrevivir al análisis posterior.

“Al final, el penalti ya no es un simple lance del juego: es un acto de fe, una tragedia griega con guantes y botas.”

Final del Mundo (versión definitiva del penalti definitivo del apocalipsis)

Minuto 90. Mundial de Selecciones.
Selección europea vs. selección sudamericana.
Marcador: 0–0.

Entre las 2 selecciones: cinco balones a los palos, dos goles anulados “por el pelo de una gamba” tras diez minutos de VAR y debates existenciales en la cabina.

-El público está a medio camino entre el infarto y la oración.

-El árbitro pita penalti a favor de la selección A. Claro, limpísimo, de manual.

Y entonces empieza el desfile de cobardes desertores:

-‘Mengano, el tirador oficial, se esconde detrás del banderín de córner. Ha dejado la dignidad por el pasillo; atrincherado, asoma solo un ojo como novio oteando a su suegra. Parece que está rezando, pero realmente finge una conversación con el utillero.

-‘Zutano, el segundo, empieza a tocarse el gemelo: se duele repentinamente del mismo pues, según él, le empezó a doler en el calentamiento… y en el coche, y en la infancia.

Me duele, míster, creo que tengo un tirón espiritual.

-‘Fulano (3º)’, Mira al entrenador con la cara de quien viene de perder una boda y un divorcio al mismo tiempo: “No estoy con ánimos”, dice, y su cara lo confirma (descoyuntada, modelo Dantesco, versión 3D).

-El entrenador traga saliva y llama al 4º Tirador, un chaval que ha salido al campo hace un minuto con la sonrisa de quien espera que le toque la lotería.

Silencio sepulcral. Solo se oye el viento y alguna sanción moral que el comentarista no se atreve a decir.

Desde el punto de vista del portero (voz interior del tipo con guantes)

Vale. El niñato éste, del que parezco su padre, me ha querido comer la moral. Me ha susurrado algo al oído tipo “Campeón, te vas a comer un gol histórico”. Ya está bien.

Yo me muevo por la línea, grito, hago aspavientos, me agrando, me achico, lo que sea. Si el árbitro me mira raro, me hago el loco: “Estoy rezando, señor colegiado.”

Chuli, mi entrenador de porteros, me dejó la nota científica: “Si se rasca la oreja derecha, 99,999999% rasos a tu derecha.” Perfecto. Certeza cuántica.

Pero… ¿Y si tira a lo Panenka? ¿Y si me deja en ridículo planetario?

Respira “Campeón”. Conviértete en muro. Que parezca que mides tres metros, que abarcas y abarrotas la portería, que ésta parezca diminuta y que el balón tenga miedo de ti.

Si me ven nervioso igual me sacan tarjeta, pero si me muevo como si fuese el Chiquito de La Calzada, igual le entra la duda en la cabeza del tirador.

Joder. Respira. La portería es inmensa, pero haz que tú seas inmenso en ella. Grita. Mézclalo con un poco de psicología barata. Y recuerda: ojo al Tirador, que lleva un minuto en el campo y viene fresco y peligroso…»

Joder (de nuevo), el fútbol debería venir con manual psicológico.

  • -El árbitro pita.
  • -El estadio contiene la respiración.
  • -La historia está a punto de decidir a quién hace mártir.
Desde el punto de vista del tirador (el 4º en la lista, con las piernas de gelatina)

Menudo fantoche de portero, con ese traje multicolor que parece un espantapájaros vintage.

Se mueve por la línea como si fuera un bailarín de flamenco con estrés. Seguro que ha visto todos mis penaltis de los últimos 200 años, y su entrenador de porteros (Chuli) ha hecho un dossier que incluye hasta el analítico de mis pestañeos.

Si le hago un Panenka y entra: gloria eterna. El estadio coreará mi nombre, venderán mi camiseta, me harán una estatua.

Si fallo: meme, trending topic, tendré que emigrar al País de “Alantrones” y mi abuelo me hará la cruz en la foto de la comunión.

Además, Chuli ha dicho algo sobre mi oreja derecha —o era al revés— y ahora el portero se ha quedado con esa cifra ridícula en la cabeza. Perfecto.

Respiro. Coraje.

(Paso de Mengano escondido, de Zutano con el gemelo danzante y de Fulano con los ánimos rotos).

Soy yo. Bola blanca. Un solo toque. Si sale, me bautizan como héroe. Si no, me bautizan en la ribera del ridículo.

El lanzamiento

Se aproxima, elige la carrera corta —ni excesiva ni tímida—, mira al portero, mira al palo, piensa en Panenka, se acuerda del bocadillo de panceta de anoche, y en la cabeza todo se repite como un vinilo rayado.

Y así, con la serenidad de un náufrago, el entrenador mira al 4º tirador, recién salido del banquillo, todavía oliendo a reflex y a ingenuidad.
Silencio. Nadie respira. Los 80.000 espectadores parecen momias con bufanda.

Carrerita breve, toque suave… y el balón va justo al centro, con ese aire altivo de los valientes que confían demasiado.

El portero se lanza… ¡a la derecha! Pero, en un gesto de puro instinto, saca el brazo izquierdo como un látigo y la toca con la yema de los dedos.

El balón roza el larguero, pega en el poste y… ¡fuera!

Milagro. El estadio estalla.

El portero se levanta, grita, se arrodilla, se santigua, hace la cucaracha, la croqueta, el molinillo, el triple salto mortal con doble tirabuzón, todo el repertorio.

-El público ruge, los compañeros lo aplastan, las cámaras lo adoran.

-Ha detenido el penalti que valía un Mundial.

-Los gritos en su país se oyen en Júpiter.

-Hasta que… el árbitro levanta el brazo.

-Silencio absoluto.

-Se lleva la mano al auricular.

-Todos saben lo que viene.

-El VAR revisa. Zoom milimétrico.

-Línea amarilla.

-Línea roja.

-El pie izquierdo del portero, adelantado dos milímetros antes del golpeo.

-Dos…milímetros.

-El árbitro hace el gesto: “¡Repetición del penalti!”

El estadio pasa de la gloria al linchamiento metafísico.

El portero pone cara de niño al que le han roto el castillo de arena.

Chuli, desde el banquillo, implora a San Casillas y a la Virgen de los Porteros Desamparados.

El comentarista dice: “Reglamento en mano, está bien pitado, pero duele.”

La madre del portero cambia de canal.

La abuela del jugador ha encendido una vela al Cristo Arquero Milagroso.

El segundo penalti

El 4º tirador vuelve a colocar el balón, ya con la sonrisa torcida de quien ha visto la muerte y ha vuelto.

El portero, temblando entre la rabia y la incredulidad, le murmura: Si me la haces otra vez, te juro que te levanto por el aire.

Y vuelve a repetir el penalti con la misma crisis existencial

(Portero): Antes lo tiró por el centro y ahora seguramente lo tirará a un lado, pero, ¿Y si piensa que estoy pensando lo mismo que él? ¿Y si al final lo tira de nuevo a lo Panenka?

(Jugador) Antes lo tiré por el centro y se tiró a un lado, pero lo paró, de milagro pero lo paró ¿Y si ahora tiro para un lado? ¿Y si lo tiro de nuevo a lo Panenka?

El desenlace

-El árbitro pita.

-El tiempo se detiene por segunda vez.

-Ambos respiran como dos filósofos al borde del abismo.

-El portero da pasos horizontales en la raya hacia su destino.

-El jugador inicia la carrera.

-Las botas rozan el césped, el alma se congela…

-Chuli, desde la banda, grita: “¡Acuérdate de la orejaaaa!”

-El portero se queda quieto, inmóvil, como una estatua en huelga.

-El lanzador cambia de idea: fuerte, cruzado, seco.

Balón a la izquierda.
Y…

Epílogo socarrón
  • -El héroe pasa a la historia.
  • -El otro, como villano a los memes.
  • -Y los aficionados, al cardiólogo.

La FIFA anuncia que revisará el reglamento “para mejorar la precisión de los 2 mm”, y en los bares del mundo se escucha la sentencia definitiva:
Esto de los penaltis no lo cambia ni Dios, ni aunque se quiera«.

Porque en los penaltis del siglo XXI no gana el más valiente, ni el más técnico, ni el más loco.
Gana el que mejor se lleva con el VAR.

Lo que está claro para todo lector, aficionado al fútbol o no, es que la posición en un penalti es cuestión de perspectiva:

al portero la portería le parece inmensa y le da la sensación de que se la colarán por todos lados;

-sin embargo, al lanzador le parece muy pequeña y que la ocupa el portero completamente. Pero, ¡las dimensiones son iguales para ambos!

“La posición en un penalti es cuestión de perspectiva… pero las dimensiones son iguales para ambos.”

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