A estas alturas del progreso tecnológico todos sabemos, en mayor o menor medida, qué es el spam: esos mensajes no deseados que nos saturan el correo electrónico o el móvil con cuestiones falsas y sin interés alguno.
En muchas ocasiones no sabemos de dónde vienen: nos ofrecen paquetes con regalos imposibles a cambio de una pequeña cantidad de dinero que cubra los gastos de envío incurriendo en engaños. Otras veces buscan maravillarnos con ese producto milagroso rejuvenecer de cartílagos, aniquilador del reúma, la presbicia o, si la memoria no falla, la pérdida de memoria.
Una póliza fantástica de seguro de coche, premios de una lotería a los que nunca hemos jugado, préstamos rápidos, móviles con 40 cámaras de miles de megapíxeles a precios ridículos, estudios superiores de universidades de prestigio que puedes obtener en poco tiempo, bonos infinitos para lujosos casino, apuestas ganadoras de partidos imposibles, abogados muy baratos con bufete en la capital, un novio militar norteamericano que quiere ligar contigo y necesita dinero para salir de Liberia, Internet a más de 120 km/h por autovía con líneas infinitas y minutos de más de 60 segundos. Todo lo que podamos imaginar, todo llega.
No sabemos por qué sucede esto. Quizá registramos nuestro correo en un foro sobre recetas de cocina, en una página de noticias para recibir un prescindible boletín o participamos comentando alguna cuestión futbolística en el medio deportivo de moda. ¿De dónde habrán sacado mi correo?
Y cada vez más, más mensajes, y de nada sirve hacer clic en “no recibir más”, “darme de baja”, “cancelar mi suscripción”. etc. Sigue llegando basura, es imposible pararla.
Es Pam un caso similar: no entendemos en qué momento llegó a nuestra vida pero no hace más que fastidiarnos con cosas inútiles, tonterías varias, ocurrencias imposibles, a cada cual más absurda, como que reciba 123.694,36€ por hacer lo que hace: molestar.
Abres el periódico y algo te salta. No es necesario entrar en detalles, no hace falta explicar una a una las bobadas que ha expelido, porque, como el spam, nada de lo que es útil. Nos satura con ocurrencias, cosas súper chulas sin gracia como lamentar que una señora no hubiera abortado a su rival político o reírse de que la miserable Ley aprobada en su ministerio haya beneficiado a cientos de condenados por delitos sexuales sin que nadie haya asumido responsabilidad alguna.
¡Luchemos contra el pene, el opresor del siglo XXI! Y, al igual que el correo basura, extiende su sopor llegando incluso a enfadar a las suyas, a esas que la llevaron allí donde está, a las que supuestamente vino a defender y a la que ahora molestan cuando le dicen que está equivocada. ¡Qué pesadas sois!
Pam desagrada y añade a sus virtudes (desde su perspectiva, evidentemente) una soberbia que la anima a decirnos, con ese aura de superioridad moral propia de la efervescencia juvenil surgida al calor de la asamblea estudiantil, cómo tenemos que disfrutar de nuestro cuerpo, cómo hemos de interpretar la sexualidad de los demás, cómo hemos de considerar al sujeto biológico a un pene adherido, qué está mal y qué está bien en el sexo y en la sexualidad, en las relaciones autónomas y compartidas.
Porque, como el spam, cree que ha llegado para solucionarte las deudas, los dolores articulares, el mar de amores, tus finanzas, una mala cobertura de Internet, ese corazón partío que un príncipe expatriado de un país en rebelión va a remendar y hasta, si fuera necesario, reinterpretar el Nidá.
Activemos en nuestro correo electrónico los filtros de contenido. Marquemos esos mensajes como “no deseados” y dejemos que automáticamente desaparezcan de nuestra bandeja de entrada. Indiquemos a nuestro gestor cómo enviar a la papelera esa basura que pretende engañarnos, estafarnos, dañarnos.
Encendamos nuestra mente y luchemos contra los dogmas de un colectivo que venía a mejorar la vida de la mayoría y ya ha roto la minoría para la que gobierna; activemos nuestra integridad moral para defender que no todos los hombres son violadores, asesinos, criminales; derivemos la discusión incendiaría, la soflama vacua, hacía la trituradora de idioteces, puesta a su máximo rendimiento.
Acabemos con el spam de Pam.
Los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres.