Existen, sin duda, una serie de valores que podríamos adjetivar como comunes o compartidos, y que son suscritos por la mayoría de la sociedad en las democracias liberales occidentales. Son los principios fundamentales que sustentan la cultura de nuestra civilización. Y estos valores guían o deberían guiar nuestras decisiones y comportamientos.

Podemos encontrarlos de forma extensa en los 30 artículos de la Declaración de los Derechos Humanos publicada por las Naciones Unidas en 1948. Y de manera más concreta en el Artículo 14 de la Constitución Española: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

A buen seguro, los padres de la Constitución dieron por hecho que esta era una definición con la que casi todo el mundo se sentiría cómodo. Pero hete aquí que la progresía, de la mano de la ideología “woke”, que marca por desgracia en nuestros días lo que se entiende como “corrección política”, intenta cada día cambiar esos valores comunes por los suyos propios, inclinando claramente el campo hacia la izquierda.

Todo nace de la mal llamada justicia social. Decía Hayek que todo sustantivo al que se le añade el adjetivo social se transforma inmediatamente en su antónimo. Y añadía que intentar alcanzarla supondría inevitablemente tratar a la gente de forma desigual.

¿Es esto justo? En aras de conseguirla, la izquierda trata de hacer suyas causas que todos sentimos y compartimos, pero dándoles un giro perverso e interesado para arrimar el ascua a su sardina.

Así, todos estamos contra el racismo, pero esto no supone aceptar los principios del movimiento BLM “Black Lives Matters” y sus dirigentes comunistas. Todas las vidas importan, con independencia de su raza. Racismo no, BLM tampoco. Peor aún es el asunto del feminismo. Todos deberíamos suscribir como deseable la igualdad de todas las personas ante la ley con independencia de su sexo. Esto es claramente un valor común. Pero tratar de igualar a las personas mediante la ley no lo es.

Igualdad sí, feminismo no.


Las feministas defienden que son términos equivalentes, pero no es cierto. ¿Cuándo han visto a una feminista posicionarse a favor de los hombres en aquellos casos en los cuales son discriminados? Por ejemplo, en lo referente a la custodia compartida. Más bien el contrario, las feministas son favorables a toda norma que les otorgue privilegios.

Consideran que los hombres somos un colectivo homogéneo que tiene que pagar por el pecado original cometido por aquellos otros hombres que antaño hubieran podido perjudicar a las mujeres. Esto es un error de concepto y un atentado contra la libertad individual. Cada persona solo es responsable de sus propios actos y de los de los menores a su cargo. Así, los hombres de hoy no están en deuda con las mujeres de hoy, por lo que los hombres de ayer pudieran hacer. Y el mismo razonamiento sirve cualquier otro tema.

Lo mismo sucede con el movimiento LGTB+. A los liberales nos parece perfecto que cada persona se sienta como le parezca. Pero esto no supone que deba hormonarse y aplicarse cirugía a un menor sin consentimiento paterno ni ninguna prueba médica. Libertad de género sí, protección del menor también. Sin embargo, un planteamiento de este tipo es tachado inmediatamente como tránsfobo…

Por último, el cambio climático. El cuidado del medio ambiente es una tarea que nos ocupa y preocupa a todos. Cuanto más limpio sea el aire que respiramos, cuanto más saneada esté el agua de nuestros mares y ríos mejor para todos. Es claramente un bien común.

Suponer que los cambios en el clima suceden por obra del ser humano es otra historia. Y, sobre todo, afirmar que existe una emergencia climática por la cual si no actuamos antes de no sé qué año (como nunca se cumple van moviendo la fecha) estaremos condenados, es harina de otro costal.


¿Y quién es el culpable? Por supuesto, siempre es el mismo. El capitalismo, el libre mercado, el sistema que nos ha permitido alcanzar en los últimos 100 años una prosperidad sin precedentes en la historia.
¿BLM? Anticapitalistas. ¿Feministas? Anticapitalistas. ¿Movimiento LGTB+? Anticapitalistas. ¿Verdes? Anticapitalistas. No es casualidad. Es la aplicación práctica del marxismo cultural de Gramsci desde la caída del muro; vía universidades, intelectuales y gentes de la cultura en todo el mundo. Nos han metido el caballo de Troya en casa.

¿Reaccionaremos o tendremos que considerar que “Europa ha muerto”, como cantaba el gran Jorge Martínez?