Hoy me gustaría reflexionar con mi lector, creo que hay uno al menos, acerca de un fenómeno
que vengo observando y me llama poderosamente la atención y fue muy comentado tras la
moción de censura al gobierno de Sánchez promovida por Vox.


Hubo militantes históricos del antiguo Partdo Comunista de España (PCE) que lucharon contra
la dictadura franquista de todas las maneras que alcanzaban a idear, aunque sin violencia, en la
clandestinidad, con riesgo de sus vidas y de su libertad, a los cuales durante la transición y
primeros años de democracia, se les ensalzó como verdaderos demócratas.

Hay muchos ejemplos, como Federico Jiménez Losantos, Ramón Tamames o Fernando Sánchez Dragó, entre otros muchos. Aquellos militantes históricos, ahora ancianos aunque aguerridos, en muchos
casos han evolucionado hacia posiciones políticamente conservadoras.


Esto sorprende mucho en España, donde el común de las personas vota con las vísceras en
lugar de con la cabeza, y hay una gran cantidad de gente que se autoetiqueta de comunista,
progresista, conservador o liberal y vota religiosamente a su partido de toda la vida, sin tener la
menor idea de qué propuestas está aprobando con su voto, ni qué pretende dicho partido
hacer en su ciudad, región o país.


¿Cuál podría ser la razón? ¿Qué convierte a un comunista, en el extremo izquierdo del arco
político, en un conservador, en el extremo opuesto?
Éstas personas, que abominaban de la dictadura, son en su mayoría gentes inteligentes, cultas,
leídas y lectoras, que viven en la realidad de la sociedad y ven que aquello que se defendió, a
veces con sangre, en el nacimiento de nuestra democracia hoy se está perdiendo.


El sistema de partidos convierte al Reino de España en una oligarquía, otra forma de dictadura,
donde hay pueblos, ciudades o Comunidades Autónomas gobernados por el mismo partido
durante 40 años sin interrupción, con poca o ninguna alternancia política, y mayorías
absolutas, que no dejan de ser “pequeñas dictaduras” que duran 4 años.

Como los partidos no están obligados a cumplir sus programas electorales, y su incumplimiento les sale “grados”, una vez elegido el mandatario con mayoría absoluta en su pueblo, región o país, hace o deshace más o menos a su antojo, arropado por sus concejales o diputados, elegidos a su vez por él
mismo, ya que hizo la lista a su antojo.

No hay apenas mecanismo democrático de control que regule su acción de gobierno, salvo la ley y esperar a las siguientes elecciones y votar a otro.


No falta quien les acuse de “chaqueteros”, de “cambiar de bando”. Lamentablemente, la gente
le da valor a no cambiar de opinión, a no evolucionar, a no aprender
. Se dice que eso es
autenticidad, que ser “auténtico” es mantener las posiciones que tomaste a los 20 años, a
ultranza, grabado en piedra, inmutable.

Cuando la verdadera virtud es esa inquietud, esa curiosidad, de observar la realidad, analizarla y tomar acción en defensa de los ideales propios.


Cambiar de opinión, siempre que sea basado en la reflexión y constatando que las
circunstancias han cambiado, no es un defecto sino todo lo contrario. No son ellos los que han
cambiado, siguen siendo los demócratas que eran. Son los partidos políticos los que han
cambiado
. Ahora defienden sus propios intereses, no los de sus votantes.


Dedicado con cariño a José Manuel González “Trosky”, que seguro no estará de acuerdo
conmigo.