Además de la vuelta al cole y a la rutina ordinaria, el mes de septiembre supone la antesala del otoño, con todo lo que la naturaleza nos depara en ese periodo: los días se van acortando y la luz propia de esta época -junto con las tonalidades de las hojas de los árboles- nos proporcionan unas escenas de coloridos y contrastes ciertamente inigualables.

Uno de los espectáculos que ha ido ganando adeptos en los últimos años es la berrea, el periodo de celo del ciervo en el que los machos cortejan a las hembras emitiendo fuertes sonidos guturales (bramidos) para hacer notar su presencia y presumir de galantería y poderío antes de pelear con otros machos para demostrar su fortaleza cuerpo a cuerpo.

El papel de las hembras se limita a contemplar el espectáculo, en atender primero a los berridos de los pretendientes y luego asistir a las peleas (batallas épicas que pueden prolongarse durante horas, hasta la extenuación) donde sólo el más fuerte saldrá vencedor y tendrá el premio de aparearse con todas las hembras de la manada: las hembras esperan pacientemente al ganador porque se supone que será el que tenga mejor material genético para sus crías, que es lo que les importa.

El ciervo es un imponente animal muy extendido en la mitad norte del planeta, por Europa y Norteamérica, que puede superar los 2 metros de altura y los 200 kilos de peso; su cornamenta se renueva todos los años (les crece una especie de pelusa que frotan contra los árboles antes de la época de la berrea) y va creciendo con la edad del animal. Las hembras se caracterizan poque son físicamente más pequeñas y más esbeltas que los machos y además no tienen cuernos.

Los que ya peinamos canas recordaremos las imágenes de “El hombre y la tierra” con Félix Rodríguez de la Fuente comentando los pormenores del cortejo:

Escuchen las palabras de Félix Rodríguez de la Fuente: “el celo de titanes, la lucha de los más aptos, la selección de los mejor preparados…”

Estas últimas semanas muchos medios han recordado el inicio de la berrea, y a mí me han trasladado a hace años, a una empresa con la que yo solía tener relación profesional en la que tenían un grupo de montaña. En una de sus excursiones uno de sus miembros logró fotografiar a un majestuoso ejemplar de ciervo: la foto era muy bonita así que decidieron revelarla y colgarla en el rincón en el colgaban las fotos de sus aventuras y excursiones… hasta que el pícaro de turno reparó en ella y no dudó en bautizar al animal con el mismo mote con el que conocían a un compañero cuya relación matrimonial no debía ir muy allá.

Años más tarde y en otra ocasión bien distinta, un conocido lamentaba que la berrea fuera la excusa esgrimida por su jefe para disculpar la no asistencia a su boda: al parecer ese mismo jefe había invitado unos meses antes a un montón de subordinados a su enlace matrimonial (entre los que estaba mi conocido) y éstos no habían tenido más remedio que asistir y aportar el correspondiente –imagino que generoso- obsequio.

Cuando le llegó el turno a la boda de mi amigo -supongo que- esperando una cierta reciprocidad, invitó a su jefe sin sospechar que éste antepondría una excursión contemplativa de la berrea y el celo del ciervo ibérico antes que asistir al enlace de su subordinado. Ya saben cómo están las cosas hoy en día: los cuernos antes que las promesas de fidelidad eterna.

Por último, siempre recordaré que la berrea del ciervo era (y sigue siendo) el pretexto para bromear entre un grupo de buenos amigos, pero -sobre todo- para pasar un buen rato mientras recordamos cómo en su día provocábamos a uno de los nuestros (al que siempre tendremos en nuestras vidas), cuando se quedaba ojiplático y boquiabierto cual Don Quijote imaginando gigantes al ver los molinos, mientras comentábamos detalles -verídicos o imaginarios- de protagonistas inconfesables.   

Debería ser motivo de reflexión en nuestra sociedad y en nuestras empresas cómo la naturaleza es sabia, severa y rigurosa para seleccionar a los mejores, a los que permitan una mejor supervivencia de la especie. Una naturaleza que premia la valentía, el esfuerzo, el arrojo y la aptitud y en la que no caben medianías, cupos, ayuditas ni amiguismos.