La política es una actividad irrenunciable del ser humano, por más que nos resistamos, y la democracia es la mejor forma de organizarse. O el menos malo, da igual, es cuestión de punto de vista, pero el resultado es el mismo, no hay otro mejor.
No me extenderé a estas alturas sobre los porqués de lo arriba expuesto, el que no lo acepte, que deje de leer. Simplemente concluiré que la democracia es el único sistema político que preserva, en mayor o menor medida, la libertad del ser humano.
Leía a Pablo Simón, tan en boga y tan en boca de todos el siguiente epílogo a una entrevista:
“No creo que la política sea un juego de niños, pero creo que hemos tenido muchos niños jugando a la política. Me hago un poco de cruces cuando veo representantes institucionales que consideran que la política es simplemente comunicación inmediata y no son conscientes de lo que implica tener la responsabilidad del destino de muchísima gente en sus manos. Tengo la impresión de que igual que decía Max Weber, que un buen político es alguien que tiene que tener pasión, responsabilidad y mesura, a algunos de nuestros dirigentes les falta eso. A veces le falta pasión porque no creen en nada y en el fondo son enormemente vanidosos; muchas veces les falta responsabilidad, porque a mí me gustaría políticos que durmieran mal por las noches, que fueran conscientes de que cuando ellos han tomado una decisión, va a afectar a la vida de muchísima gente y por lo tanto soportarán eso sobre sus hombros. Y sin embargo a veces parece que son totalmente impermeables, que son auténticos fanáticos.”
Y tiene razón, muchos se han comportado irresponsablemente como niños, en esencia porque eran aventureros sin nada que perder, niños que no tenían nada más que ideas y buenas intenciones, pero ni experiencia, ni conocimientos, ni responsabilidad.
De ahí que discrepe frontalmente de quienes critican los aforamientos o sostienen que un político no debe ir a la política a ganar más que lo que ganaba en su trabajo anterior, que deben ganar poco o muy poco, igualmente critico la trasparencia insana que establece nuestro sistema.
Los aforamientos son necesarios para que nuestra democracia no esté metida en el Juzgado cada día, imagínense que no existen y que cualquiera sin mesura puede llevar a un diputado al Juzgado por sus opiniones o sus votaciones. De locos.
Lo de la transparencia insana, lo digo porque a nadie le importa, o no le debería importar, nada que no sea lo que uno gana como político, a nadie importa lo que tiene o ha ganado antes de dedicarse a la política. Dando pábulo a esos postulados naif de hiper trasparencia, se atrae a la política a aventureros que no tienen nada que perder, a sinvergüenzas que no les importa desnudarse en cualquier lugar. Nadie digno acepta desnudarse en público.
Lo que gana un político esta en inversa proporción a la necesidad de corromperse, y ello por dos motivos, quien mucho tiene que perder ha de superar una barrera mayor a la tentación de meter la mano en la caja -de ahí que las clases medias arriesguen poco y no hayan hecho ninguna revolución-.
Quien fuera de la política posee un salario alto aceptaría entrar en política con salarios altos, y normalmente quienes más ganan están mejor formados o hacen mejor su trabajo -molestará pero es así, no conozco nadie que haya tenido éxito que sea un incapaz; y quien está en esa situación, es más difícil que se corrompa o que haga el estulte.
Quitar aforamientos, hacer que ganen poco y saber lo que tienen, es muy aparente pero sin significado práctico y sin utilidad de ningún tipo. Es disuasorio.
Lo único que ha funcionado y funciona, al menos algo, es la separación de poderes que limita en el tiempo el ejercicio del poder.
Creo que debemos simplificar la cuestión, debemos hacer de la política una actividad digna y atractiva para los mejores, una actividad que cualquier de nosotros aceptaría sin necesidad de hacer nada extravagante.
Si en nuestro puesto de trabajo no nos piden una declaración de bienes o simplemente buscamos el mejor pagado, las mejores condiciones para desarrollarlo, justo es que a quienes nos representan estemos dispuestos a ofrecerles las mismas que nosotros reclamaríamos.
Permítanme sugerir medidas que todos aceptaríamos y que son recurrentes.
- – Limitación de mandatos en puestos ejecutivos y decisorios, que evita o limita que se tejan telas de intereses a largo plazo.
- – Independencia del poder judicial que implica separación de poderes, que el máximo garante de la trasparencia y buen hacer de esos políticos por medio de un sistema adecuado de pesos y contrapesos.
Y luego ya de segundo orden:
- -Establecer el referendum revocatorio, o dicho de otra forma que a partir de la mitad del mandato, que con un número concreto de firmas, por ejemplo con un quinto de las firmas de una circunscripción, pueda someterse a referendum la revocación de la elección de un diputado de esa circunscripción.
- -En segundo lugar que las declaraciones de bienes públicas se sustituyan por un balance entre la llegada al cargo y la salida del cargo. Un análisis de las retribuciones obtenidas por el cargo y una liquidación de lo que tenía y lo que tiene que justifique sus ingresos y si existen incrementos no justificados.
Lo esencial creo, es evitar que lleguen incapaces poco formados a desarrollar tareas de gobierno, porque esos incapaces poco formados son más irresponsables, más fanáticos, se equivocan más y son más susceptibles de corrupción. Y ello porque disciernen peor el bien del mal y tienen poco estímulo para no delinquir.
Permítanme que lo relacione con las disparatadas normas que ha alumbrado nuestro gobierno reciente, al que no le privo de buena intención -iluso yo-, sino que le critico el nulo o escaso acierto. Y no creo podamos negar que nuestros gobernantes actuales son los peor formados de la historia. O como Simón señala más arriba son niños, infantiles digo yo.
Si ahondamos en las propuestas típicas de falta de aforamiento, salarios básicos y transparencia insana, como hemos hecho, seguirán llegando cada vez políticos peores, y cada vez alumbrarán leyes peores, y cada vez iremos a peor. Si queremos gente competente y formado gobernando, debemos dignificar social y económicamente la profesión de político, en otro caso, ni usted ni yo iremos nunca a ese mercado laboral.
Permítanme que remate ¿Dejaríamos que nos abriese el pecho y nos operase el corazón cualquiera? Pues hagamos igual con la cosa pública, no se trata de que sean simpáticos sino de que nos gobiernen los más capaces.
Abogado en ejercicio y colegiado desde 1993, Licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo, Diplomado en Derecho Inglés por la LSE, MBA The Power MBA, Master en Legal Tech UNIR, Master en Derecho de las Transmisiones Electrónicas U. Politécnica de Valencia; Compliance Officer, Experto Profesional en Propiedad Intelectual