En medio de la deriva en la que el PSOE y sus socios han metido a España, mi amigo Jesús me comentaba el otro día que cada país tiene lo que se merece, el mal de España somos los españoles, y por eso hemos asesinado a 5 presidentes del gobierno, hemos tenido guerras, y multitud de inestabilidades políticas a lo largo de nuestra historia.

Los españoles nos hemos caracterizado históricamente (permítanme que generalice) por defender lo que nos divide antes de lo que nos une, por anteponer el beneficio local al bien general y por el aldeanismo extremo de abrazar estudios y teorías de terceros (generalmente interesados extranjeros) que vienen a contar y a criticar nuestra propia historia con episodios que distan de la realidad o bulos que son directamente falsos.

En un Siglo XXI en el que España ha renunciado a la educación en las aulas (siempre abrazando teorías y metodologías extranjeras, supuestamente superiores) y en el que las historias y las noticias se cuentan desde púlpitos mediáticos guiados por el interés que más convenga, la izquierda se ha adueñado del adoctrinamiento de la sociedad; y conviene subrayar que es esta izquierda quien se ha apoderado del relato, quien impone de manera dictatorial el punto de vista desde el que hay que juzgar cualquier hecho, bien sea histórico o bien contemporáneo.

Debemos desterrar el término “progresismo” para referirnos a esta lacra que no se sabe cómo ha resucitado de los escombros del comunismo más recalcitrante.

Si miramos atrás, hace tan sólo treinta años España acababa de celebrar los mejores Juegos Olímpicos de la historia en una Barcelona que, si bien ya quería ser un poco “especial”, no renunciaba a ser española, de celebrar por todo lo alto el 500 aniversario del descubrimiento de América y de organizar una notable Expo en Sevilla: un país y una sociedad admirados internacionalmente, gente a la que no le faltaban problemas, pero que trabajaba y miraba al futuro. Hoy en día cuesta imaginar que pudiéramos celebrar algo juntos.

Gracias al trabajo de los enemigos de España (de fuera, pero fundamentalmente de dentro) y con la permisividad y pasividad de los que se dicen conservadores pero demuestran estar llenos de complejos, en nuestro país ha larvado la idea de que hay ideologías de paz y libertad como el comunismo o socialismo (es una pena que no organicen estancias Erasmus en Cuba, en Venezuela o en Corea del Norte para que nuestros universitarios reivindicativos lo vivan de primera mano, o viajes del INSERSO, para que nuestros abuelos vayan allí a la farmacia con las recetas y valoren lo que tienen), a la vez que nos inoculaban la idea de que la alternativa es una derecha heredera de un señor dictador que gobernó 40 años  -por cierto, sin apenas oposición y dejando al país como una potencia mundial- y que hace 50 años que se ha muerto.

Zapatero pedía tensión, el PSOE y sus ayudantes de cámara querían y quieren tensión… y España se va a electrocutar de tantos voltios como nos están metiendo.

Uno lamenta que, ante los ataques a nuestro país, a nuestra historia, a nuestras costumbres o a nuestros símbolos no haya una defensa más contundente por parte de los políticos que nos representan: no olvidemos que para eso se han presentado voluntarios y para eso cobran. Haber llegado a la ignominia de este gobierno no es casual después de los años de Zapatero, de Rajoy y de Sánchez; había y hay un plan trazado para dinamitar nuestra historia y nuestro país, y los españoles nos lo merecemos por haber permitido los ataques (de todo tipo) a la Corona, a nuestras instituciones, a nuestra bandera, a nuestra cultura, a nuestra lengua y a nuestra historia.

Los aborregados españoles ya admiten como libertad la mala educación y el mal gusto para vestir o para expresarse, han comprado el discurso de la izquierda difundido por todos los medios de comunicación invirtiendo los conceptos, y así –por ejemplo- tenemos a dos víctimas del terrorismo como José Antonio Ortega Lara y Santiago Abascal presentados como peligrosos ultraderechistas mientras que terroristas y separatistas confesos (además de quienes pactan con ellos y les dan cobijo) son admirados como verdaderos demócratas y hombres de paz.

Esta magaya de políticos (si se me permite la expresión) no quieren una clase media próspera y libre gracias a su trabajo, no buscan lo mejor para su pueblo, sino que quieren una sociedad cautiva de sus ayudas y subvenciones que compren votos y voluntades.

Por poner sólo un ejemplo, mientras se destina dinero para traductores en Congreso y Senado, se condona una deuda a Cataluña de 15.000 millones de € o se apuran los acuerdos para una Ley de Amnistía que no tiene cabida en nuestra Constitución y que nace en contra del criterio de jueces, fiscales abogados, y técnicos del Estado, nuestros gobernantes secuestran la defensa de España, eliminan la igualdad entre españoles y se olvidan de cosas tan importantes que para muchos supone la misma vida, como lo puede ser tramitar la Ley ELA, que tendría un coste anual estimado de 400 millones de € y facilitaría la vida de unos 4000 enfermos y sus familias ¿puede haber algo más ruin?