Asturias Liberal > España > El calor de Felipe VI y el frío de Moncloa

Fotografía de portada: Los reyes de España Felipe VI y Letizia saludan a un grupo de vecinos en su visita a Rebollar dentro de su recorrido por algunos de los lugares más afectados por el incendio forestal de Jarilla (Cáceres) | EFE


En tiempos de ruido, los símbolos importan: donde falla el relato, habla la conducta.

El Rey Felipe VI visitó las zonas arrasadas por los incendios y encontró algo que no se puede fabricar en laboratorio: cercanía. Hubo espontaneidad, hubo respeto, hubo esa complicidad civil que se activa cuando el gesto coincide con la expectativa social.

No fue solo protocolo; fue presencia, eso que el país reconoce sin necesidad de intérpretes.

1) Donde hubo fuego, hubo afecto

El recorrido por municipios golpeados dejó una estela de gratitud visible. La Corona, sin aspavientos, cumplió con lo que se espera en una emergencia: escucha, consuelo y continuidad institucional. Nada más, nada menos.

2) Paiporta: punto de inflexión

Conviene recordarlo: en Paiporta la tensión reventó los guiones. Hubo abucheos, hubo barro, hubo nervio. Y, sin embargo, el monarca sostuvo la escena no con épica, sino con valentía diferencial: quietud, compostura, sentido del lugar. A partir de ahí, la relación entre Zarzuela y Moncloa se enfrió, se ritualizó, se volvió puro trámite. Cada cual a lo suyo y a lo estrictamente necesario.

El paralelismo se hace inevitable: Moncloa frente a Zarzuela; cálculo frente a oficio; relato frente a conducta.

3) Villarino vs. Albares: la poco conocida grieta paralela

Ahora bien, la fractura no es solo una cuestión de jefes; se extiende también a los equipos de Zarzuela y Moncloa.

Camilo Villarino, diplomático de carrera y hoy jefe de la Casa del Rey, representa el oficio sobrio: procedimiento, lealtad institucional, rigor. José Manuel Albares, ministro de Exteriores, ha preferido la lógica de partido: afinidades, control, relato. De ahí, la frialdad.

Y los choques van en secuencia histórica:

  • -Cese y “veto” profesional (2021): tras la llegada de Albares a Exteriores, Villarino es apartado y queda frustrado su plácet para Moscú. El mensaje que percibe el cuerpo diplomático es inequívoco: prevalece la afinidad política sobre el mérito de carrera.
  • -Nombramiento en Zarzuela (2024): la designación de Villarino como Jefe de la Casa del Rey se interpreta en el entorno de Albares como una “afrenta” simbólica. Desde entonces, aparecen celos y recelo visibles en actos y agendas.
  • -Notre-Dame (diciembre 2024): España queda mal situada en la reapertura de la catedral; en vez de cerrar filas, el ministro desliza reproches hacia Zarzuela por “falta de comunicación”. La coordinación institucional se sustituye por la culpa mediática.
  • -Protocolos y credenciales (marzo 2025): el ministro evita la presentación de cartas credenciales ante el Rey, delegando en un subsecretario. Más que un gesto, es un mensaje: distancia premeditada, agenda separada y fría liturgia de desencuentro.
  • -Agenda “desacoplada”: en actos sensibles, se minimizan las coincidencias Moncloa–Zarzuela.
  • -La imagen conjunta se considera riesgo político, no un valor de Estado. Pierde la pedagogía institucional; gana la lógica del búnker.
  • -Choque de modelos: Villarino opera con sobriedad técnica y criterio de Estado; Albares impone centralismo partidista y control del relato. No es un roce personal: es una disputa por el timón simbólico del país exterior e institucional.
4) Una institución que resiste

Mientras tanto, y pese a todo, la Corona mantiene un nivel de aceptación superior al del resto. ¿Por qué? Porque cuando la política partidista fractura, alguien debe representar continuidad; cuando el poder fluctúa al ritmo del día, alguien debe encarnar Estado; cuando sobran palabras, hace falta autoridad silenciosa.

Donde el Gobierno gira, la Corona sostiene; donde el relato cambia, la Corona permanece; donde el ruido sube, la Corona baja el pulso y aguanta.

5) Lo que está realmente en juego

Pedro Sánchez consuela a Barbón en su vista a la zona incendiada de Somiedo y Cangas del Narcea.


No hablamos de una rencilla cortesana, sino de arquitectura institucional. Y aquí, Moncloa tiene un problema que ya no disimula:

-el personalismo de Pedro Sánchez devora el protocolo,

-el control partidista desplaza los contrapesos

-y la hostilidad hacia la Corona se ha convertido en herramienta de combate cultural.

El resultado es una ruptura institucional que erosiona la costumbre constitucional, empobrece el tono del Estado y confunde lealtad con sumisión.

España no necesita un poder que colonice; necesita instituciones que cooperen. Lo demás es pirotecnia: luce un día y deja humo una década.

Si Moncloa quiere respeto, que empiece por respetar el marco: la Corona estabiliza; el Gobierno gobierna. Todo lo que se aparte de ahí, nos hace más frágiles.


ENLACES RECOMENDADOS
  1. Albares, su rechazo a Villarino y los celos en Exteriores (Vozpópuli)
  2. Notre-Dame y el enfado de Albares con la Casa Real (El Independiente)
  3. Credenciales sin el ministro: gesto y mensaje (El Confidencial Digital)
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