
Covadonga no es sólo historia: es un latido emocional que muchos asturianos reconocen sin tener que explicarlo. Ese pulso sostiene pertenencias, memorias y promesas.
Covadonga es algo más que roca y tradición: es un nudo de pertenencia que pulsa en la memoria asturiana. Sobre esas peñas se tejió el relato de Pelayo, la Santa Cueva y la Victoria; pero lo profundo del símbolo desborda la crónica: un “nosotros” que no exige credenciales. Quien sube a la cueva no pisa sólo piedra; pisa rezos, historias y mucho de patria española indisolublemente unida a Asturias.
El símbolo que nos sostiene
Covadonga funciona porque se instala en la afectividad, en la historia y en el deseo de una Asturias mejor, no porque lo ordene una página del BOPA .
Covadonga es, desde hace siglos, seña identitaria. Y eso opera en quien cultiva la devoción religiosa tanto como en quien no pisa misa regularmente: la Santina es un código compartido, un punto de encuentro cultural donde la raíz religiosa es reconocida por todos incontestablemente sin que nadie pierda con ello.
A dato antiguo, efecto nuevo, porque, mal que le pese a Barbón, el símbolo se renueva cada vez que la política intenta domesticarlo.
La polémica reciente, en la voz de Asturias Liberal
En su artículo “Jesús Sanz Montes, predicar en el desierto”, José Fuero dice lo que debe decirse al defender la contundencia del arzobispo de Oviedo.
Su tesis es clara: hay un doble rasero que se indigna con restricciones a actos islámicos en España, pero calla ante la persecución de cristianos en países de mayoría musulmana.
La reacción del Gobierno del Principado exhibe hipocresía y miedo a la voz incómoda. El texto —afilado, certero, sin pedir permiso— deja una idea operativa: “soy responsable de lo que digo, no de lo que entiendes”.
Cuando un pastor incomoda, la demagogia responde con etiquetas; cuando el símbolo incomoda, la política intenta reencuadrarlo.
Coincidencia de fechas: la competencia entre ceremonia política y religiosa
El choque del Gobierno regional de Barbón contra Sanz Montes reactualiza una cuestión de fondo: ¿fue acertado hacer coincidir la festividad religiosa con el Día de Asturias? En origen, la propuesta de UCD y del PCE de Asturias buscaba una fiesta cívica amplia, no un pulso de protagonismos.
La realidad, sin embargo, es tozuda: cuando estalla la polémica, la ceremonia política compite con la ceremonia religiosa por el foco público. No era ése el espíritu inicial, pero la experiencia sugiere que separar ambas celebraciones, participando todos en ambas, habría evitado la fricción simbólica y la tentación de instrumentalizar lo sagrado o lo civil, según convenga.
Quizá aquella Alianza Popular, que se opuso a unir la celebración civil con la religiosa, tenía razón.
En suma: si quieres preservar el símbolo y ensanchar la comunidad, evita superposiciones que inviten a la bronca performativa. Covadonga respira mejor cuando no carga con toda la política regional sobre los hombros, y el Día de Asturias gana cuando no necesita discutirle el escenario a la Santina.
Un día para la fe y un día para la casa común: menos ruido, más respeto a la autonomía arzobispal y más comunidad.
Covadonga es raíz; el Día de Asturias, horizonte. Cuidemos ambas cosas, sin convertir una en trinchera de la otra.
ENLACES RECOMENDADOS
- José Fuero — “Jesús Sanz Montes, predicar en el desierto” (Asturias Liberal, 16/08/2025)
- Reacciones del Gobierno de Asturias a las palabras del arzobispo (Religión Digital)

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED