Asturias Liberal > España > Día de la Hispanidad: Trump, Colón y la obra de España en América

Donald Trump ha acercado, sólo eso pero nada menos que eso, el “Día de Colón” a un significado que busca a los italoamericanos, pero que acaba desembocando inequívocamente en la Hispanidad.

Lo ha hecho con una proclamación que rompe la tendencia de las administraciones de Joe Biden y Kamala Harris a sustituir la conmemoración de la llegada a América por un rito penitencial: el llamado “Día de los pueblos indígenas”.

Un giro simbólico frente al indigenismo deconstructivo

No es una simple anécdota, ni un gesto de nostalgia imperial. Es un giro cultural y político, un acto de resistencia simbólica frente al indigenismo estéril y deconstructivo que ha intentado borrar los cimientos mismos de la civilización occidental.

Trump ha decidido honrar no solo al navegante, sino al espíritu que hizo posible la expansión de una idea universal de humanidad. Y ese espíritu es rotundamente español. 

Porque las consecuencias del viaje español de Cristóbal Colón no fueron la mera conquista, sino la comunicación de mundos. Y, por supuesto, no fue italiano, por muy genovés que haya sido el comandante, sino español. Isabelino por más señas.

A diferencia de las potencias posteriores, la empresa española no fue una aventura de rapiña, sino una empresa de sentido: evangelizar, sí, pero también integrar, civilizar y construir.

Y cuando Colón abrió la ruta, España no se limitó a extender su poder: se miró a sí misma, y se preguntó si tenía derecho a hacerlo. De esa pregunta nacería una de las revoluciones morales más notables de la historia.

La Escuela de Salamanca y la ética imperial

La Escuela de Salamanca, bajo el impulso y la protección de Isabel I, la Católica, y del emperador Carlos I de España y V de Alemania, fue el primer laboratorio ético y jurídico de Occidente.

En torno a Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Francisco Suárez y otros teólogos y juristas, se debatió si era justo conquistar tierras ajenas, si los pueblos indígenas tenían alma, razón y derechos, si existía un derecho natural común a toda la humanidad.

De aquellas aulas impregnadas de fe y razón nació el Derecho Internacional moderno.

Las críticas, por contra, de fray Bartolomé de las Casas, aunque animadas por una sincera compasión, fueron en muchos aspectos exageradas y descontextualizadas. Sus relatos sirvieron después como materia prima para la propaganda antiespañola, el germen de la Leyenda Negra, que tanto daño hizo a la percepción internacional de España y de su obra civilizadora.

La conquista del continente americano no se produjo contra los pueblos indígenas, sino en gran medida junto a ellos.

Entre imperios crueles y liberación mestiza

Los imperios que los españoles encontraron —el azteca y el maya— no eran paraísos espirituales, sino estructuras tiránicas construidas sobre la esclavitud, el tributo y el sacrificio humano. Hernán Cortés no habría podido tomar Tenochtitlan sin el apoyo de decenas de pueblos oprimidos por el dominio mexica, que vieron en los recién llegados una posibilidad de liberación. En su avance, los españoles no encontraron una unidad indígena, sino un mosaico de naciones enfrentadas. De ese choque nació el primer mestizaje cultural del mundo moderno.

En menos de un siglo, América contaba con universidades, hospitales, catedrales, leyes y administración civil. La colonización española, con todas sus sombras, fue la única que educó, evangelizó y mestizó. Ni Inglaterra, ni Holanda, ni Bélgica, ni Francia pueden decir lo mismo.

El mundo hispano no nació del exterminio, sino del encuentro. En las tierras hispanizadas hay millones de indígenas. No pueden decir lo mismo otros imperios 

Ni leyenda negra ni leyenda rosa

Frente al mito simplificador de la Leyenda Negra, el hispanismo riguroso no busca escribir una Leyenda Rosa. No se trata de negar los abusos, sino de comprenderlos dentro de un proceso civilizatorio único. El mestizaje hispano fue una visión del mundo: la certeza de que la fe y la cultura podían compartirse sin borrar al otro.

Por eso, cuando Trump reivindica a Colón, restaura parte del sentido común y abre la espita a completarlo con la restauración moral e histórica de las consecuencias reales de los viajes del genovés: la civilización de todo un continente por parte de España.

Lo inmediato, y es un buen avance, es que invita a dejar de entregarse a la autodestrucción «progresista» y woke.

Y es que la presencia hispana en Estados Unidos —más de sesenta millones de personas— constituye hoy un elemento decisivo de identidad nacional y de peso económico.

El español se ha convertido en la segunda lengua del país, crece en las escuelas, los medios y la vida pública. Expresa una comunidad que conserva valores de familia, fe, esfuerzo y pertenencia.

La recuperación del Día de Colón no es solamente una concesión electoral, sino un reconocimiento de que la América hispana forma parte del alma de América.

El hispanismo, sin rencor ni coartadas

Sería un error convertir ese renacimiento hispano en un instrumento de resentimiento absoluto contra lo anglosajón, cuya tarea de zapa de lo español debe ser revisada y criticada. Pero jamás debe caer en el antiamericanismo moderno porque eso no reivindica lo español sino que esconde una absurda fascinación por potencias ajenas —como las lideradas por Vladimir Putin o Xi Jinping

Éstas no representan el espíritu hispano. Ambas potencias son imperios de otro orden: extractivos, verticales, coloniales (especialmente el chino), y carentes de vocación universal.

Rusia perpetúa una teocracia civil autoritaria revestida de nostalgia zarista; China mantiene un control totalitario incompatible con la libertad espiritual que animó al humanismo cristiano.

Quien invoque a España para justificar su simpatía por Moscú o Pekín no defiende un hispanismo con futuro, sino con sumisión.

Una raíz que sostiene a Occidente

El verdadero hispanismo no es un refugio nostalgico, sino un horizonte. No se alimenta del rencor, sino de la lucidez crítica, incluso consigo mismo, incluso con revisión firme y contraria a las infamias de la Leyenda Negra; pero sabiendo dónde estamos hoy y qué nos jugamos en las próximas décadas.

Porque de ignorar esto puede venir su hundimiento. Y de éste ya no se sale.

El Hispanismo busca restaurar el equilibrio moral de la historia. Defiende una visión de la civilización basada en la dignidad del hombre, la centralidad de la cultura y el sentido trascendente de la libertad.

Trump, quizá sin conocer todos los matices de nuestra historia, ha encendido una chispa simbólica. Con su decreto ha recordado al mundo que Occidente no nació del resentimiento, sino del impulso globalmente civilizador. Y ha hecho visible algo que muchos prefieren ignorar: que la herencia hispánica y cristiana no es una culpa que esconder, sino una raíz que sostener.

Esa raíz —la de Isabel la Católica y de Carlos V, la de los teólogos de Salamanca y los conquistadores que se mezclaron con los pueblos que liberaron— sigue viva en cada palabra del español que resuena en California, Texas, Florida o Nueva York.

Isabel I, la Católica, recibe el tributo de Cristóbal Colón


Es el eco moral de un continente que conserva una memoria común: la de haber creído que el hombre no es dueño absoluto del mundo, sino su guardián.

En tiempos en que los símbolos se derriban y la historia se reescribe, la decisión de Trump devuelve al Día de Colón la dignidad de una epopeya humana que unió dos civilizaciones bajo una misma conciencia del bien y del mal.

Y nos recuerda, con el peso de la historia y el brillo de la verdad, que la hispanidad no fue un accidente del pasado, sino el primer proyecto global de dignidad universal.


  1. Artículo original en Hispanidad
  2. Referencia académica sobre la Escuela de Salamanca – Universidad de Salamanca
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