Asturias Liberal > España > Indra-Moncloa contra Santa Bárbara: una inyección de desorden

España juega a reinventar su industria de defensa: cuando más hace falta orden técnico, se impone el diseño político.

Hay momentos en que la historia industrial de un país parece escrita por un poeta con resaca. España, con su costumbre de improvisar sobre las ruinas del día anterior, vuelve a hacerlo: cambiar los cimientos de su defensa terrestre justo cuando más debería reforzarlos.

Lo llaman modernización, innovación o “soberanía tecnológica”, pero huele, más bien, a esa vieja costumbre de abrir las tripas de lo que funciona para jugar al alquimista con lo que no se entiende.

Indra, amparada por el Gobierno y de la mano de Escribano Mechanical & Engineering, se dispone a “asaltar” el territorio que durante décadas ha ocupado Santa Bárbara Sistemas, filial de General Dynamics (GDELS). Y aunque la propaganda oficial lo venda como el relevo de una vieja era industrial, lo cierto es que estamos ante un movimiento mediocre de poder, no de progreso.

El esfuerzo que no se ve

Conviene decirlo sin ambages: el esfuerzo técnico y humano de Santa Bárbara ha sido heroico. Cuando los políticos dormían entre discursos sobre “transformación verde” y “resiliencia”, fueron sus ingenieros y operarios los que mantuvieron viva la capacidad de fabricar blindados, artillería y plataformas sobre orugas en España.

De Trubia a Alcalá de Guadaíra, pasando por Granada, Santa Bárbara fue el esqueleto metálico de una defensa que no dependía de Berlín ni de Washington.

No era perfecta, pero era soberana. Su alianza con General Dynamics trajo estándares de calidad, control de procesos, I+D integrado y acceso a tecnología aliada. Un ecosistema industrial que, a pesar de los recortes, los retrasos y las veleidades políticas, conservó lo esencial: la capacidad de fabricar. Y eso, en defensa, lo es todo.

Fabricar no es ensamblar: es dominar el acero, la soldadura, los ensayos balísticos, la trazabilidad de cada tornillo y la interoperabilidad de cada sensor.

Porque fabricar no es ensamblar. Fabricar implica controlar el acero, la soldadura, los ensayos balísticos, los tiempos de mecanizado, la trazabilidad de cada tornillo y la compatibilidad de cada sensor. Fabricar es dominar el proceso, no la nota de prensa.

El proyecto Escribano–Sánchez: alquimia política con acero ajeno

El problema es que el Gobierno ha decidido reconfigurar el mapa industrial de defensa con criterios políticos y no técnicos. La alianza entre Indra y Escribano —bendecida en Moncloa y presentada como el nuevo músculo tecnológico de España— tiene más de operación de poder que de proyecto industrial coherente.

Escribano Mechanical & Engineering, empresa de origen familiar, ha crecido de forma meteórica al calor del BOE. Se le han adjudicado contratos de torretas, sensores y sistemas de control, y ahora pretende convertirse, de la mano de Indra, en el “campeón nacional” del sector terrestre.

Pero un conglomerado improvisado entre una tecnológica semipública y una empresa de torretas no equivale a una industria de defensa moderna. Es un injerto forzado, un híbrido sin coherencia productiva. Indra, experta en sistemas electrónicos, software y ciberdefensa, no tiene experiencia significativa en metalurgia pesada, vehículos blindados ni logística de combate.

Escribano, por su parte, fabrica módulos de tiro, pero no chasis, trenes de potencia ni armamento principal. Pretender que ese binomio desplace a Santa Bárbara, con su siglo de ingeniería militar, es como pedirle a un cirujano que diseñe un submarino porque “sabe de precisión”.

La ruleta de los contratos y el desorden técnico

A eso se añade el caos técnico que semejante maniobra producirá en el sector. Los programas más avanzados —como el VCR 8×8 Dragón, cuya integración lidera Tess Defence— acumulan ya retrasos, sobrecostes y tensiones con el Ministerio de Defensa atribuibles a Escribano y a SAPA.

La ministra Margarita Robles ha tenido que advertir a esta Indra de Escribano, públicamente, que no tolerará más incumplimientos, tras años de entregas diferidas y pruebas fallidas.

Mientras tanto, los ingenieros de Santa Bárbara, que llevan décadas trabajando en blindados sobre ruedas y orugas, observan cómo su experiencia es puesta en duda por burócratas que jamás han visto un cañón desmontado. Y lo peor: cómo se duplican procesos, se solapan competencias y se desperdician recursos.

Cada programa de defensa exige coherencia industrial. Cuando se sustituye la lógica técnica por la política, se genera un vacío operativo. Es lo que ocurre ahora: los nuevos proyectos de artillería autopropulsada, lanzapuentes o vehículos anfibios se están diseñando sin una arquitectura común, con múltiples capas de proveedores superpuestos y una coordinación institucional precaria.

Sin arquitectura común, la integración se vuelve un campo de minas: más fallos de interoperabilidad, más retrasos, más costes… y menos capacidad operativa.

La soberanía tecnológica mal entendida

El discurso oficial habla de “autonomía estratégica europea” y “soberanía tecnológica”. Pero hay una diferencia abismal entre buscar independencia y crear dependencia del poder político. En este caso, la “soberanía” no la gana España, sino el Gobierno. Al concentrar poder industrial en Indra —empresa semipública— y atarla a Escribano, el Ejecutivo se garantiza una palanca de control político sobre los contratos futuros.

No es la primera vez que se hace. Francia lo ha hecho con Dassault, Italia con Leonardo. Pero allí hay un principio rector: la continuidad técnica.

Aquí, en cambio, la estrategia cambia al ritmo del ministro. Hoy se “reindustrializa”, mañana se fusiona, pasado se audita. Y entre tanto, se pierden años de experiencia, ingenieros valiosos y confianza internacional.

El resultado: desorden técnico, confusión institucional y un ecosistema industrial debilitado justo cuando Europa refuerza sus programas comunes.

Entre el taller y el despacho

Lo que se está gestando en los despachos de Moncloa no es una política industrial, sino una operación de captura institucional. Santa Bárbara, GDELS, SAPA, Escribano… todas se ven arrastradas a una guerra que no es tecnológica, sino burocrática.

El ejemplo más evidente:

-la creación de consorcios con funciones superpuestas,

-los “acuerdos de colaboración” sin responsabilidades definidas,

-y las adjudicaciones directas bajo el amparo del artículo 346 del TFUE, que exime de licitación pública por motivos de seguridad nacional.

Es decir: la discrecionalidad absoluta en nombre del interés nacional.

Y cuando el interés nacional se confunde con el del Gobierno de turno, lo técnico deja de ser prioridad. Los programas se retrasan, los costes se disparan y las Fuerzas Armadas reciben material con años de demora.

El espejo de Trubia

En Trubia, donde Santa Bárbara tiene una de sus plantas históricas, los trabajadores conocen este guion. Ya lo vieron en los noventa, cuando los políticos prometían inversiones y modernización que nunca llegaron. Saben lo que es mantener vivo un taller de blindados entre presupuestos inciertos y cambios ministeriales. Saben que fabricar es resistir.

Por eso su esfuerzo merece respeto. Porque no han levantado un proyecto político, sino un legado industrial. Porque siguen afinando cañones, calibrando soldaduras y entrenando operarios en un país que, mientras tanto, juega a “redefinir su soberanía”.

Respeto a la técnica, continuidad industrial y reglas claras: sin eso, no hay defensa nacional que valga.

El ruido y la pólvora

A veces da la impresión de que España confunde el ruido con el avance. Se anuncian proyectos con nombres rimbombantes, se firman convenios entre empresas que compiten entre sí, y se proclama que la industria nacional “da un salto histórico”. Pero el salto suele ser al vacío.

Lo que se necesita no es un asalto terrestre, sino una estrategia terrestre coherente. Que el Estado coordine, no capture; que el sector colabore, no se canibalice; que la experiencia técnica prime sobre el oportunismo político.

Porque, de seguir así, el sector de defensa español corre el riesgo de convertirse en un tablero con piezas de colores distintos que obedecen a reyes diferentes. Y mientras se dirime quién mueve primero, el tiempo —el enemigo más silencioso— sigue avanzando.

Epílogo

Decía Pérez-Reverte que la estupidez humana es la única constante verdaderamente universal.

En materia de defensa, la estupidez suele disfrazarse de modernidad. Y aquí la modernidad consiste en desmantelar lo que funciona para sustituirlo por una entelequia burocrática con sello ministerial.

Ojalá alguien en el Gobierno entienda que no hay defensa nacional sin industria estable, ni industria sin respeto a la técnica, ni técnica sin humildad ante la experiencia acumulada. Santa Bárbara merece algo más que un titular: merece continuidad, respeto y estrategia.

Y España, si quiere seguir siendo algo más que un mercado de licencias, necesita una industria que no dependa del humor de un presidente ni de la sonrisa de un ministro.

La defensa no se improvisa: se construye, se mantiene y se honra. A veces, con las manos negras de grasa. Y siempre, con la cabeza fría.

Santa Bárbara, con su oficio centenario, es un dique contra el humo; lo demás es literatura de gabinete.


  1. Indra – Página corporativa
  2. GDELS / General Dynamics European Land Systems
  3. Santa Bárbara Sistemas – GDELS España
  4. Escribano Mechanical & Engineering – Página corporativa
  5. Ministerio de Defensa de España
  6. Tess Defence – Consorcio VCR 8×8 Dragón
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