La industria de defensa española parece haber olvidado una regla elemental: primero se construye el oficio y después se reciben los contratos. Invertir ese orden genera poder aparente, pero productos vacíos.
1. Premisa imprescindible
En la industria de defensa española se ha invertido el orden natural del progreso: primero va el contrato y luego, el oficio.
Los millones públicos se asignan a un conglomerado, Indra, que aún no domina el oficio técnico, pero sí el político y comunicativo.
No es lo mismo saber hacer tanques con experiencia y prestigio y recibir así 6.000 millones € que recibir esos 6.000 millones sin prestigio alguno en tanques y sin profesionales a los hay que enseñar a hacerlos.
El orden de los factores sí altera el producto cuando se trata de industria de defensa.
El resultado no es una política industrial, sino un sistema de promesas cotizadas: fabricar futuro a base de titulares y dinero público sin respeto al mérito y la capacidad.
2. Contexto
El Gobierno ha situado a Indra como el centro de un supuesto polo tecnológico de defensa.
A su alrededor orbitan empresas sin experiencia probada en vehículos o sistemas militares, pero con afinidad política y talento publicitario.
Mientras tanto, la industria que levantó astilleros, diseñó o soldó acero en El Tallerón languidece sin protagonismo ni inversión.
Y la que sí sabe de blindados y defensa, Santa Bárbara GDELS, sigue su camino imperturbable de trabajo e inversiones reales, pero huérfana del apoyo en Moncloa, empecinada en promocionar la burbuja de Escribano.
Y es que ducede que el auge bursátil de Indra —de 16 € a casi 50 € por acción en apenas un año— refleja menos un salto industrial que un rally de expectativas.
Cada anuncio —una fusión, una planta, una foto ministerial— empuja la acción hacia arriba, aunque los márgenes industriales sigan planos.
El valor en Bolsa se alimenta del relato, no del taller.
3. Realidad frente a decorado
Las imágenes de Gijón lo dicen todo.

Un camión que simula el producto no fabricado, realizando pruebas de entrada y salida en El Tallerón, entre focos y notas de prensa y performance de Indra para los asturianos como si se inaugurara un nuevo amanecer industrial.

En realidad, Duro Felguera hacía esas mismas maniobras hace años, moviendo piezas, productos reales tres veces mayores sin declaraciones. La viabilidad de las maniobras por las calles de Gijón ya estaba probada.
Hoy el ensayo se celebra con chalecos reflectantes, comunicados y titulares.
Dentro, la maquinaria de calderería pesada permanece inmóvil, esperando desguace o venta a saldo.
El contraste es elocuente: donde antes había ingeniería real, hoy hay escenografía financiada.
Donde antes se medía el éxito por productos, ahora se mide por simulacros.
El espectáculo es la muestra de una tramoya tan elaborada como inconsistente. Demasiado esfuerzo para convencer.
4. La burbuja del relato
El salto de Indra en los mercados —más de un 120 % en un año— no se explica solo por contratos o resultados.
El motor principal ha sido el marketing institucional: el relato de un “campeón nacional” en plena efervescencia del gasto en defensa apoyado en el tándem Sánchez-De la Rocha y en 6000 millones para beneficio de Escribano y menoscabo de los fabricantes experimentados.
Los analistas lo saben, los inversores lo intuyen y la política lo explota: la expectativa se convierte en materia prima cotizable.
Así, las cotizaciones reflejan menos la rentabilidad industrial que la esperanza de rentabilidad futura, sostenida por comunicados y planes por venir.
Es el mismo mecanismo que infla cualquier burbuja: información selectiva, lenguaje triunfalista y multiplicadores emocionales.
Una Bolsa eufórica por los titulares puede ser tan peligrosa como una fábrica vacía.
5. Diagnóstico estratégico
El problema no es solo financiero: es jerárquico.
Primero debería venir la experiencia, después el contrato; primero la capacidad, luego el crédito.
Invertir ese orden destruye la lógica de la producción:
En la industria, como en las matemáticas, el orden de los factores altera el producto.
Si se entrega el dinero antes de saber fabricar, el resultado no es progreso sino dependencia.
La conmutatividad puede valer en el álgebra, pero no en los talleres: sin oficio previo, el contrato no multiplica, divide.
Cuando la realidad industrial se sustituye por el valor bursátil, la economía deja de fabricar cosas y empieza a fabricar percepciones.
El país deja de ser productor para convertirse en cliente de su propio relato.
6. Conclusión
La aventura política de Escribano vive una paradoja: presume cargado de maquillaje y dopaje financiero y la operatividad brilla por su ausencia.
Los millones públicos sirven más para ocultar debilidades que para fortalecer capacidades.
Y la escena del camión maniobrando ante una fábrica dormida resume el estado de las cosas:
un escenario iluminado, con los motores apagados.
ENLACES RECOMENDADOS
- Capital Madrid: Operaciones corporativas de Indra y Escribano
- Hispanidad: Robles mantiene la desconfianza sobre la capacidad de Indra-Escribano
- El Confidencial: Indra rompe la barrera de los 5.000 millones de capitalización
Cuando el país confunde el brillo de los focos con el resplandor del acero, el problema ya no es industrial: es moral.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED