“Hypocrisis est lenocinium virtutum”, decía Erasmo: la hipocresía es el proxeneta de las virtudes.
Porque lo sucedido con
José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Paco Salazar
—tres hombres del círculo presidencial, tres facetas de un mismo patrón— no es un accidente. Es un ecosistema. Un ecosistema político donde la retórica feminista funciona como cortina de humo, y donde los abusos —sexuales, laborales, de poder— se tapan siempre que el agresor lleve el color adecuado.
No es un fenómeno aislado del PSOE: ahí están también los vasos comunicantes del machismo de
Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y la dirección de Podemos, la izquierda que blasfema contra el patriarcado mientras se mueve cómoda en sus viejos privilegios.
Pero quizá lo más revelador no es lo que hicieron ellos, sino lo que no hicieron ellas.
Las mujeres del PSOE —Maritcha Ruiz, Carolina Perles, Laura Berja, Mercedes González, Andrea Fernández y especialmente Adriana Lastra— fueron testigos, víctimas o conocedoras de comportamientos intolerables. Algunas recibieron presiones; otras, humillaciones; otras, silenciamientos.
Y, sin embargo, ninguna rompió públicamente el muro cuando tenía capacidad real para hacerlo. Ninguna convirtió lo que sabía en rebelión, ni siquiera en aviso. La mayoría eligió callar, retirarse en silencio o soportar la hostilidad del aparato, sin activar la alarma moral que el partido pregona.
El caso más llamativo es el de Adriana Lastra: asturiana, ex-vicesecretaria general del PSOE, hoy delegada del Gobierno en Asturias. Pocas mujeres han gozado de tanto poder interno ni tanta cercanía a Sánchez. Sabía de Ábalos, conocía a Cerdán, estaba al tanto de Salazar.
Conocía la cultura política, los nombres que había que evitar. Y, sin embargo, cuando tuvo la oportunidad real de fijar un límite, no lo hizo. Se marchó. Ganó pleitos. Denunció una operación de acoso y derribo de Cerdán contra ella. Pero nunca usó su voz privilegiada dentro de la Ejecutiva para parar la maquinaria.
Su silencio —como el de otras muchas— fue también una decisión política.
Es incómodo admitirlo, pero vital para entender el conjunto: la impunidad de los agresores no se construyó solo desde arriba; también desde la ausencia de resistencia interna.
Nadie activó la alarma. Nadie desmontó la máscara. Así, el PSOE, que se proclama “el partido de las mujeres”, permitió que ellas fuesen relegadas, ninguneadas o expulsadas mientras los hombres ascendían, resistían o eran blindados con frialdad táctica.
Esa es la paradoja esencial: la izquierda que predica sororidad mantiene una estructura interna donde el poder opera con lógica patriarcal; y las mujeres que podrían haberla reformado optan por sobrevivir, no por enfrentarse.
Como dijo Hannah Arendt, “lo más terrible no es el mal, sino la falta de testigos que lo nombren”.
Y aquí, durante años, no hubo testigos valientes: solo víctimas discretas y agresores premiados.
Hoy, el feminismo de salón del PSOE intenta reformular el relato.
Pero el daño ya está hecho: la retórica se vació, la autoridad moral se evaporó, y el partido que universalizó el “yo sí te creo” ha demostrado que solo lo decía cuando el acusado venía de fuera de su propia tribu.
La política, como la vida, no tolera esta contradicción mucho tiempo.
Algún día, cuando el ruido amaine, habrá que preguntarse por qué tantas mujeres con poder eligieron callar, y por qué tantos hombres poderosos se sintieron intocables.
La respuesta será incómoda, pero necesaria: porque el feminismo institucional del PSOE nunca fue un deber moral, sino un instrumento de poder.
Y los instrumentos —como las máscaras— se rompen al primer golpe de realidad.
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin la cita expresa de Asturias Liberal y de su autor.
Lectura relacionada en Asturias Liberal:
«El Peugeot 407»

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED