La Unión Europea confundió superioridad moral con poder efectivo. Y en ese intervalo, China convirtió la transición energética en una palanca de dominio industrial. Un negocio ruinoso para Europa que enriquece a un sector de nuestras élites.
Durante años, la Unión Europea se contó a sí misma una historia reconfortante, el peor tipo de historia: que liderar la lucha contra el cambio climático no era solo una obligación ética, sino una ventaja estratégica; que bastaba con dar ejemplo para que el mundo siguiera; que legislar antes y más duro era sinónimo de ir por delante; y que la economía, dócil y adaptable, acabaría acompasándose a la virtud regulatoria.
Era una historia bonita. Y profundamente ingenua para consumo de los ingenuos europeos y enriquecimiento de burócratas.
El reciente volantazo comunitario —la admisión de que las metas y los calendarios deben “acompasarse” a la realidad industrial y social— no aparece como una epifanía técnica: aparece como una rectificación tardía, empujada por hechos tozudos (costes, mercado, competitividad) y por un actor externo que no se dedicó a aplaudir desde la grada, sino a jugar el partido con intención de ganarlo.
Ese actor es China. Y la UE, por fin, empieza a asumir que esto no era un debate litúrgico, sino un tablero.
La ilusión europea: política como sermón
- •La política climática europea se diseñó como si el mundo funcionara por emulación moral, no por intereses.
- •Como si los grandes actores globales fueran a sacrificar voluntariamente su ventaja industrial porque Bruselas había decidido ser virtuosa.
- •Como si la transición energética fuera un problema de voluntad, y no un problema clásico de coordinación estratégica.
En teoría de juegos, esto se entiende con una idea simple y brutal: hay juegos donde el resultado deseable solo se logra si una masa crítica de jugadores coopera al mismo tiempo. Si no ocurre, quienes se sacrifican primero cargan con el coste mientras otros se benefician o, directamente, se refuerzan.
Si el éxito depende de que “todos” cooperen, pero no existe un “alguien” que obligue a cooperar, entonces la política deja de ser virtud y pasa a ser apuesta.
Europa decidió apostar. Y lo hizo con un agravante: elevó el precio político interno del experimento, desarticulando a su propia base industrial y empujando a la clase media hacia una transición vivida como sanción y no como mejora.
No hay discurso que compense, de forma sostenida, un coste cotidiano impuesto.
China entendió el juego: subsidio, escala y captura
Mientras Bruselas convertía la transición en un ejercicio de ejemplaridad normativa, China hizo lo que hacen los actores racionales en un tablero competitivo: alineó Estado, industria y escala para dominar cadenas de valor. No se limitó a “participar” en el cambio: lo industrializó. Lo monetizó. Lo exportó.
¿Cómo se ve eso en términos concretos? En que la ventaja no está solo en fabricar coches eléctricos; está en controlar baterías, insumos, refinado, materiales activos y el músculo de costes que viene con la integración vertical.
Y ahí la posición china es abrumadora, según análisis del propio ámbito energético internacional. Quien controla la batería controla el precio; y quien controla el precio controla el mercado.
Europa, en cambio, legisló como si la ventaja competitiva fuese automática: como si decretar un horizonte bastara para crear industria. El sueño de los burócratas que medran en todos los partidos.
Pero los decretos no extraen minerales, no abaratan baterías, no levantan fábricas, no sostienen empleo. La política que se limita a mandar, sin construir potencia, suele descubrir tarde que ha mandado sobre el vacío.
El choque con la realidad: el mercado no obedece a la épica
La Comisión Europea ha pisado el freno y ha cambiado el rumbo de políticas climáticas y energéticas que se celebraban como “hito definitivo” hace apenas dos años.
El contexto que se filtra desde múltiples frentes es el mismo: presión industrial, competencia exterior, límites de demanda, y tensión política interna.
En paralelo, medios internacionales describen propuestas para suavizar el marco de 2035 en el automóvil, precisamente por la colisión entre ambición normativa y capacidad real de ejecución.
Y cuando la política se corrige, aparece un detalle muy revelador:
España, su gobierno, Pedro Sánchez, habría pedido no debilitar el objetivo de 2035, temiendo que una relajación frenara su delirante aventura política.
La tragedia para Europa reside en haber tardado tanto en admitir que el rumbo dependía de variables que Europa no controlaba. Para España es tener que sufrir el delirio de Sánchez.
El volantazo no borra el coste: el tiempo perdido y el que aún se perderá
Dicen que rectificar es sano. Pero rectificar tarde es caro. Porque las cadenas de suministro no se reconstruyen con una nota de prensa. Porque la industria que se va no vuelve por nostalgia. Y porque el capital político gastado en imponer sacrificios con resultados difusos no se recupera sin dolor.
El marco regulatorio europeo sobre estándares de CO2 y objetivos hacia 2035 existe, está escrito y es ambiciosamente iluso; precisamente por eso, cualquier “flexibilización” posterior revela la magnitud del choque entre el papel y el mundo. Todo un fracaso.
Lo peor es el mecanismo psicológico que deja tras de sí: cuando una sociedad percibe que se ha pedido sacrificio sin control del resultado —o, peor aún, con ventaja neta para un competidor externo— la credibilidad de las siguientes etapas se erosiona. Y ahí el tiempo no solo se pierde: se encarece, porque cada paso futuro exigirá más explicación, más compensación y más conflicto.
La lección incómoda: moralina sin estrategia es una invitación al expolio
- •El pecado original es hacer creer a los europeos que la moralina es estrategia.
- •Creer que la falsa superioridad ética sustituye al poder material.
- •Pensar que la intención pesa más que el resultado.
- •Tratar un conflicto geopolítico como si fuera un seminario de ética teórica.
En teoría de juegos, una estrategia que solo funcionaría si otros cooperan, pero que te castiga con dureza si otros no lo hacen, es una estrategia frágil. En lenguaje llano: una apuesta. Y Europa apostó contra un jugador que no apostaba: invertía, subsidiaba, escalaba y capturaba mercado.
Europa jugó perder. China jugó a ganar. Y el marcador no engaña.
Editorial en EL ESPAÑOL: “Volantazo de la UE: el pragmatismo se impone en la transición energética”
Reuters: España pide no debilitar el objetivo 2035 de combustión (carta de Sánchez)
EUR-Lex: Reglamento (UE) 2023/851 sobre estándares de CO2 y senda hacia 2035
IEA (Global EV Outlook 2024): cadena de suministro y fabricación de baterías

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED