Venezuela no amanece, arde.
No por el estruendo de aviones enemigos ni por el silbido de misiles extranjeros, sino por el bombardeo sostenido, cruel y sistemático que Nicolás Maduro ha descargado contra su propio país.
Un ataque prolongado, sin tregua, ejecutado con la artillería del populismo armado, los cohetes de la mentira y las metralletas del abuso de poder.
Maduro péndula entre bailes grotescos, danzando como un orangután desquiciado sobre una tarima o llorando en escena. Gimotea ante los micrófonos denunciando supuestos bombardeos imperiales, imaginarias agresiones comandadas por jefaturas militares de Donald Trump.
Sus lloriqueos son bochornosos, casi grotescos. Pretende conmover al mundo con una ficción bélica contra el pueblo venezolano, cuando bien se sabe que se trata de una guerra contra el terrorismo y los carteles de drogas.
Maduro intenta eludir, con cinismo, su propia responsabilidad como autor del mayor bombardeo sufrido por una nación en tiempos de paz.
Hablemos claro: las bombas matadoras son las de Maduro.
Hablemos claro
Hablemos claro: las bombas matadoras son las de Maduro.
Bombardeó las instituciones. Las redujo a escombros, a fachadas huecas, a sellos sin ley.
Por eso en Venezuela no hay República, sino tiranía. Donde debía haber equilibrio de poderes, hoy solo hay obediencia forzada y miedo.
Bombardeó a las Fuerzas Armadas. Las convirtió en parapetos de una estructura criminal, subordinadas no a la defensa de la soberanía sino a los intereses del narcotráfico y la corrupción. Les arrancó el honor y las puso al servicio de la opresión.
Bombardeó los derechos humanos. Miles de venezolanos han sido detenidos arbitrariamente, torturados, desaparecidos, ejecutados extrajudicialmente. Cada calabozo es un cráter; cada víctima, una prueba irrefutable del impacto de esas bombas invisibles que destrozan cuerpos y conciencias.
Bombardeó a la familia venezolana. La diáspora es el campo minado que dejó a su paso: hogares hechos añicos, madres sin hijos, abuelos sin nietos, un país despedazado en aeropuertos y fronteras. Ocho millones de exiliados son el saldo humano de su ofensiva.
Bombardeó la economía. La industria petrolera, otrora orgullo nacional, yace en ruinas. El Banco Central fue dinamitado moral y técnicamente. La moneda quedó pulverizada y la inflación se volvió un arma de destrucción masiva contra el salario, el ahorro y la esperanza.
Bombardeó los servicios públicos. Colapsaron los sistemas eléctricos, los acueductos, las escuelas, universidades, hospitales, carreteras. Venezuela es hoy un país a oscuras, sediento, enfermo y mal comunicado. Un territorio castigado por explosiones de incompetencia y saqueo.
Propiedad privada y seguridad jurídica
Bombardeó la propiedad privada. Expropió, confiscó, arrasó. Convirtió el esfuerzo de generaciones en cenizas ideológicas.
Bajo el mando de Hugo Chávez y la continuidad de Nicolás Maduro, el Estado venezolano ejecutó una implosión sistemática de la seguridad jurídica, “lanzando verdaderos misiles de decretos y expropiaciones contra los puentes de entendimiento previamente tendidos con el sector privado”.
Esta «artillería» con pólvora ideológica no solo pulverizó los acuerdos y convenios firmados con empresas nacionales y multinacionales, sino que dejó tras de sí un campo de batalla institucional donde los contratos terminaron reducidos a letra muerta.
Como consecuencia de este asedio a la propiedad y a la palabra empeñada, la nación quedó cercada en un laberinto de tribunales internacionales, enfrentando una lluvia de litigios y arbitrajes que hoy representan una pesada factura financiera y un lastre reputacional para el futuro del país.
Bombardeó los principios éticos. Corrompió todo lo que tocó, compró conciencias, subastó valores, premió la sumisión y castigó la decencia. En su régimen, la moral fue una de las primeras víctimas fatales.
El último bombazo verbal
Recientemente, con su habitual desfachatez pendenciera, Maduro lanzó otro de sus bombazos verbales contra el presidente electo de Chile, José Antonio Kast, amenazándolo con que “se atenga a las consecuencias si le llega a tocar un pelo a un venezolano”.
¡Qué ironía tan brutal! Maduro, el mismo que le ha tocado el alma, las entrañas, el presente y el futuro a millones de venezolanos, pretende erigirse en defensor de quienes él mismo expulsó de su patria.
Un escudo antibombas
Pero no todo está reducido a escombros. Afortunadamente, María Corina Machado y Edmundo González han logrado levantar un escudo antibombas moral y democrático, capaz de proteger la voluntad popular y mantener viva la victoria obtenida el pasado 28 de julio de 2024.
- Esa victoria no es solo un resultado electoral: es una trinchera de dignidad frente a la barbarie.
Maduro podrá seguir lanzando bombas de miedo, de miseria y de propaganda. Pero los pueblos, cuando despiertan, aprenden a desactivar hasta las armas más letales. Y Venezuela ya despertó.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED