El sábado 11 de junio de 1988 (hace la friolera de 35 años), el que suscribe estaba contando las horas para terminar el curso de 2º de B.U.P. y empezar un verano distinto por causas que no vienen ahora al caso. La oferta televisiva de aquel sábado se presentaba saturada de interesantes eventos de los que, de una u otra manera, podríamos sacar aprendizajes aplicables a nuestras vidas y nuestras empresas.
En primer lugar, la selección nacional de fútbol iniciaba su participación en la fase final de la Eurocopa 1988 -celebrada en la República Federal de Alemania- a las 15:30 horas de aquel sábado, enfrentándose a la selección nacional de Dinamarca.
Aquella fase final constaba de dos grupos de 4 equipos cada uno, y la suerte había determinado que en uno de ellos España se viera las caras con Dinamarca, Italia y la anfitriona República Federal de Alemania; no había mucho margen para el error, puesto que los dos mejores equipos de cada grupo pasarían ya a las semifinales del torneo. Nuestra selección, dirigida por Miguel Muñoz, llegaba con el buen sabor de boca dejado en el Mundial de Méjico 1986 y con un grupo protagonizado sin duda por jugadores del Real Madrid entre los que se encontraba la Quinta del Buitre.
La profusión de jugadores merengues se justificaba por el juego creativo que habían desplegado ese año, que les había permitido dominar de una manera incontestable una vez más la competición nacional (el Real Madrid llevaba 3 Ligas ganadas de manera consecutiva, siendo ese año -además- el equipo máximo goleador y menos goleado), y participar de una manera notable en la Copa de Europa después de enfrentarse a doble partido y eliminar a Nápoles, Oporto y Bayern de Munich… para caer en semifinales ante el PSV-Eindhoven con sendos empates por el valor doble de los goles en campo contrario.
Pero para esa Eurocopa, y como se barruntaba después de los partidos amistosos de preparación, el míster Miguel Muñoz decidió hacer algunos cambios en el planteamiento táctico del equipo, optando inexplicablemente por un juego más conservador -a pesar del fútbol alegre, y ofensivo practicado en los últimos años- como admitiría en una rueda de prensa antes del torneo:
“Ni España ni nadie va a jugar al ataque, porque todos nos jugamos la vida. Solo hay tres partidos para poder clasificarnos y todo el mundo va a salir a amarrar. A la gente le importa un bledo el juego, porque lo único que desea es ver a su selección en semifinales». Muñoz no sólo renunció al juego por el que había apostado hasta ese momento, sino que eligió a un grupo de jugadores extraordinarios y acostumbrados a jugar de una manera ofensiva para jugar a la defensiva y al contraataque.
Con estos antecedentes no hubo lugar para la sorpresa y la selección española, desplegando un fútbol lento, triste y discreto, cosechó sendas derrotas ante los equipos de Italia y Alemania y cayó eliminada en la fase de grupos. La decepción volvía a la afición española y el espectáculo ofrecido sacaba a Miguel Muñoz del banquillo nacional.
En segundo lugar -y sin dejar el deporte- ese mismo sábado 11 de junio de 1988 se daba la salida a una nueva edición de las 24 Horas de Le Mans. Gérard Welter y Michel Meunier llevaban años combinando el trabajo como ingenieros de diseño de vehículos turismos de la marca Peugeot con su afición para desarrollar en su tiempo libre prototipos que -con la ayuda de un equipo de voluntarios- pudieran competir y hacer frente al desafío de la carrera de resistencia por excelencia: Le Mans.
Si bien tuvieron algunos resultados dignos de mención en la categoría GTP a finales de los años 70, el cambio de reglamento con la llegada de la categoría C a principios de los ochenta les puso las cosas francamente complicadas para desarrollar como equipo privado un vehículo fiable y competitivo, hasta que en 1986 decidieron cambiar de objetivo y centrarse en un bólido que, aunque no lograra terminar la competición, fuera capaz de llegar a los 400 km/h en carrera.
Para ese objetivo su propia empresa –Peugeot- les apoyó dejándoles usar el túnel del viento los fines de semana (cuando la empresa no lo tenía en uso) para afinar la aerodinámica del coche y mejorar el efecto suelo; también les ayudó a optimizar un motor V6 2.8L Turbo de origen PRV (Peugeot-Renault-Volvo) que llegaba a rendir 910CV (nada mal para un coche que pesaba 900Kgs), pero sin grandes garantías de fiabilidad.
El equipo WM (Welter – Meunier) llegó a la edición de 1988 con un coche lento en curva, pero diseñado para ser muy rápido en recta y batir el récord de velocidad del circuito, objetivo del equipo aquel año. A las pocas vueltas de iniciarse la carrera llegaron los primeros problemas mecánicos que acabaron con el coche en boxes: con la previsión de más averías durante la carrera, y después de horas de reparaciones, los mecánicos decidieron aumentar la potencia del turbo y devolver el coche a pista conducido por Roger Dorchy con instrucciones para centrarse y pisar el acelerador a fondo en la recta de Les Hunaudières (también conocida como recta de Mulsanne); durante varias vueltas el coche superó los 400 km/h, llegando a registrar oficialmente una velocidad máxima de 407 km/h que aún hoy perdura para orgullo y satisfacción del equipo y de la marca Peugeot.
El WM P88 (así se llamaba ese coche) sólo aguantó 59 vueltas ese año 1988 en Le Mans, pero su veloz y fugaz paso por la competición generó tal asombro y expectación entre los organizadores y la propia federación que se decidió introducir chicanes en esa recta con la finalidad de limitar las extremas velocidades que esos vehículos podrían llegar a conseguir.
Ese año el ganador de la carrera fue un Jaguar XJR-9LM en dura pugna con un Porsche 962C, pero quien se llevó la expectación y la admiración fue el modesto WM P88 superando los 400Km/h y batiendo el récord de velocidad que aún hoy perdura, y que difícilmente será superado en el futuro con las nuevas chicanes añadidas al circuito.
Desconozco si tuvo alguna relación con esta aventura (aunque es muy posible que así fuera), pero en noviembre de ese mismo año 1988 Peugeot anunció su decisión de apostar por la competición de resistencia y el desarrollo de prototipos del grupo C para competir en el Campeonato del Mundo de Resistencia y en las míticas 24 Horas de Le Mans, carrera que llegaría a ganar en 1992 y 1993 con su prototipo Peugeot 905.
Por último, la cita grande de ese 11 de junio de 1988 a nivel mundial estaba en el estadio de Wembley (Londres), donde se celebraba un concierto homenaje por el 70 aniversario de Nelson Mandela.
El concierto se ideó como una manifestación anti-apartheid varios meses antes, pero los organizadores tenían claro que un evento demasiado politizado suscitaría los recelos de muchos participantes y –lo que es peor- el rechazo de algunos medios de difusión; por otro lado, un concierto demasiado aséptico (políticamente hablando) tampoco obtendría el apoyo de las organizaciones anti-apartheid que lo habían promovido desde su origen.
Después de muchos meses encontraron la oportunidad en el cumpleaños de Nelson Mandela, que llevaba encarcelado desde 1964 y condenado a cadena perpetua, y ese fue el punto de partida: felicitar el aniversario a Nelson Mandela y dar visibilidad a su encierro carcelario serviría como excusa para agitar las conciencias en contra del apartheid.
Una vez reservado el estadio de Wembley para tal evento, había que convencer a los participantes, siendo los primeros en aceptar los Simple Minds con la condición de que otros artistas de un caché igual o superior también participaran.
Tony Hollingsworth, productor y organizador del concierto, se puso en contacto con el manager de Dire Straits (a pesar de que éstos estaban prácticamente disueltos y descansando después de la intensa gira y del éxito del “Brothers In Arms”), quien también le puso la misma condición que Simple Minds.
Hollingsworth no se desanimó y fue “fichando” uno por uno a otros artistas de forma provisional, condicionados a la participación de otros artistas y a la celebración del concierto, con el convencimiento de que al final, si estaban todos, el concierto sería un éxito… necesitaba las fichas por separado para luego poder encajarlas y conseguir el puzzle: George Michael, Whitney Houston, UB40, Bee Gees, Eurythmics… a medida que el cartel de figuras iba creciendo el interés también aumentaba y ya eran incluso los artistas los que no querían quedarse fuera y pedían participar: Harry Belafonte, Sting, Stevie Wonder, Tracy Chapman…
Con la creciente lista de artistas participantes, el evento también ganó interés para los medios de comunicación empezando por la BBC que –aunque empezó tímidamente ofreciendo a regañadientes una cobertura de 5 horas- terminó interesándose por la emisión íntegra de las 11 horas que duró el concierto completo, a pesar del rechazo y las presiones de algunos políticos. Una vez firmada la BBC, muchas otras emisoras de TV y radio de todo el mundo no tardaron en adquirir también los derechos del concierto y así se retransmitió a 67 países con una audiencia estimada de más de 600 millones de personas.
Personalmente disfruté de ese concierto porque los rumores de separación de “mis” Dire Straits eran persistentes, y pude disfrutar a través de la TV de una nueva actuación (no sabía si sería la última) de Mark Knopfler con su flamante guitarra Pensa-Shur MK-I y los suyos, reforzados para la ocasión por el gran Eric Clapton.
Como ese 11 de junio de 1988, cada día ofrece muchas aventuras, muchas historias que invitan a reflexionar, a sacar conclusiones y comprobar que a veces somos víctimas de nuestras propias decisiones inexplicables:
Miguel Muñoz, a pesar de haber defendido un estilo y unos fundamentos que habían dejado muy buenas impresiones en el Mundial de Méjico 1986, decide renunciar a ellos y jugar de otra manera: no sabemos si creía en ese cambio o no, pero al seguir contando con jugadores del mismo perfil era muy difícil que su apuesta saliera adelante. El paralelismo es evidente si nos fijamos en muchas empresas cuando apuestan por un cambio de rumbo para mejorar resultados, explorar nuevas oportunidades o afrontar nuevos retos: manteniendo a los mismos actores al frente de las decisiones y de los trabajos es muy difícil que llegue el éxito.
En otras ocasiones son las dificultades quienes nos dirigen nuestra aventura a otros caminos o quienes hacen que nos fijemos objetivos distintos:
Gérard Welter y Michel Meunier, nos demuestran que la pasión puede complementar el trabajo, y que quizás lo más acertado y oportuno sea cambiar de objetivos cuando las circunstancias se alinean en nuestra contra. Por otro lado, Peugeot demostró -como empresa y como marca- saber detectar el trabajo y el talento de sus empleados, apoyándolos con un muy pequeño coste que le revertió una inesperada publicidad y una nueva vía de desarrollo estratégico que tal vez no había contemplado.
Por último, hay proyectos que exigen de nosotros no sólo el trabajo, sino la sagacidad, la astucia y la perseverancia para conseguir nuestro objetivo:
Tony Hollingsworth tuvo la habilidad para anticiparse al riesgo que suponía plantear un evento cuya incomodidad para algunos quizás hubiera supuesto una barrera insuperable, consiguió sobreponerse a las adversidades y demostró tener dotes negociadoras, paciencia e ideas brillantes para sacar adelante su plan.
Sin su coraje y osadía no habría conseguido el consenso necesario para la organización, la participación de muchas estrellas de aquel momento y –en definitiva- la celebración de aquella memorable cita a pesar de todos los impedimentos y presiones políticas recibidas.
De él debemos aprender que en los proyectos y en la vida no hay camino fácil, que conviene siempre valorar los riesgos, que las dificultades nos ponen a prueba y que esas barreras aparentemente insalvables que se interponen entre nosotros y nuestros objetivos -a veces- no son tan infranqueables, y sí son superables con trabajo y determinación para poner el foco en la negociación, en la búsqueda de acuerdos y soluciones en aras a un objetivo común.
Licenciado en Filología Española (Literatura)
https://www.linkedin.com/in/j-aurelio-su%C3%A1rez-devesa/