Dice la señora jueza, que éste será el último aplazamiento.

Me lo creo. Da imagen de mujer decidida, de las que meten miedo. Así que, si yo tuviese que escribirle algún informe lo haría con un bolígrafo BIC, aunque no tuviera tinta. Me temo que se va a encabronar. Todo por un asuntillo que los sabuesos de la pasta nacional bautizaron como «Caso Hulla», o sea, sobre los asuntos carboníferos para quien no sepa de geología.

Parece que alguien contó mal un «dinerín» para la residencia de Felechosa que gestiona el Montepío. Luego saltó la sorpresa. Ahora estamos, como Santa Teresa de Ávila, en un «sin vivir, que muero porque no muero». 

La cosa fue que la concesión económica tuvo un tratamiento singular. Y aparecieron los comisionistas. Como siempre.

No se sabe aún, al menos los que estamos en las calles, que de «cuánto fue el despiste», el tamaño del convoluto. Desconocemos el montante, pero sí el procedimiento: Vulgar, sin imaginación. El patrón eterno, trabar con gente de confianza. Para eso están la familia de siempre, la política y los allegados. Es lo que nos dicen estas historias, que regresan con la primavera y los pajaritos dispuestos a piar bajo los primeros calorcitos.

Fue meter la operativa, los defensores del dinero patrio y la cosa cambió.

Me temo que su señoría está a punto de pedirme el BIC para firmar cualquier cosa. Cinco aplazamientos, por un informe, parecen una ofensa a los tribunales. Así que, aguardo el mes de julio para ver si el sol achicharra a alguno. Los redactores de aquel no sé si serán como los relatores de la ONU, aunque habría que recordarles que no estamos ante un cuento chino para narrar a los niños con los primeros bostezos del ocaso. Tampoco una tesis doctoral, tan disminuidas desde que se firma cualquier cosa y los tribunales (académicos) ni se enteran.

Visto así el espécimen, solo cabe la murmuración y la desconfianza. Cualquier amigo de la conspiración dictaría su opinión: vete tú a saber a qué puede llevar el informe, quizá a tirar de otro hilo tan gordo como la maroma de un barco amarrado a la dársena del puerto de los Fondos Mineros. Tal vez, algún fantasioso trataría de generalizar esta apócope del dinero.

Que ya dice la RAE que es un recortar gramatical. De ahí la necesidad de escribir con BIC, que la impresora parece que carece de tóner. Aunque, la verdad es que los cotizantes desconocemos la existencia de un informe palmario sobre la realidad del Plan de los Fondos Mineros, más allá de la propaganda virtual, para lo que dieron de sí.

Volviendo a Felechosa, lo que sabemos es que un puñado de mínimos metieron bolsas negras de basura en las oficinas bancarias, liderados por un bigote gritón, que lleva su tiempo mudo. Menos mal que fue una tentación de viejo. Debió de acontecerle como a los polis yanquis en las pelis americanas. Poniendo el cazo a la mafia al ver cerca la jubilación con tan poca pasta que no puedes ir a pescar a los cayos de Florida.

No me imagino, al chillón y a sus acólitos, si llegan a descubrir veinte años antes, lo de Sinuhé el Egipcio. Aquello daría para una prejubilación de verdad sin viajar a Benidorm después de pegarte en una agencia turística con los viajes del IMSERSO. ¡Así que después de viejo, ladrón!

¡A ver qué dice la jueza! Porque otros ni pío. El Gobiernin sigue con lo suyo, velando armas en la fábrica de la Vega, armando guerra y mirando a los ojos mongoles de Vladimiro Putin. ¡No vaya a ser!

A pesar del desafuero, no perdemos la esperanza que cuando la señora Fernández ponga las pestañas en frío sobre alguno, empezará a piar, como los testigos protegidos de la cosa nostra, aunque sea de Baltimore.

Reconforta la voluntad de la Mutualidad que lleva las cosas de Felechosa. Lo ha escrito su presidente, don Juan José González Pulgar, a lo Gabriel García Márquez: El Montepío no tiene quién le escriba.

Escribió así:

«Y es que formamos parte de un colectivo que ha sido ejemplo de resistencia frente a la injusticia y la represión, en la lucha por la democracia, la igualdad y la dignidad del ser humano. Pioneros en la integración, como pueblo de acogida de familias trabajadoras de otras regiones de España, como andaluces, extremeños, castellanos, gallegos… que juntos tratábamos de huir de la miseria de aquella España silenciada».

Desconocemos qué hará el presidente del Montepío con el pulgar, si ponerlo para arriba o para abajo, a la vista del paisaje.

Pero, como en la copla de Rafael de León: «Toíto te lo consiento», pero ya son once años de espera y alguien no se encontrará en la calle.