
Cuando la renta pasiva sustituye a la productividad como eje del contrato social, la democracia queda hipotecada.
En España, hablar de rentas pasivas es como entrar en una iglesia con los zapatos llenos de barro: todos saben que es necesario, pero pocos se atreven.
El tabú suele concentrarse en las pensiones —la pensión media de entrada supera con holgura al salario más frecuente—,
pero no es la única renta desconectada de la productividad real. También están los subsidios de desempleo cronificados,
las ayudas que se renuevan por inercia y todo un entramado de prestaciones sostenidas exclusivamente con tributos.
Del salvavidas al estilo de vida subvencionado
El problema no es que existan rentas de protección. Es que el sistema ha pasado de ser un salvavidas temporal
a convertirse en un estilo de vida subvencionado. Si la política premiara con la misma intensidad la creación de riqueza
que el ingenio para tramitar prestaciones, la foto del país sería muy distinta. Pero se ha instalado la certeza de que el Estado reparte
maná ilimitado. Pregunta incómoda: ¿quién paga ese maná cuando la base productiva se reduce,
la natalidad se hunde y la deuda se dispara?
La solidaridad sin umbrales ni horizonte de salida deja de ser palanca: se vuelve pegamento.
El voto que nadie quiere incomodar
El tabú está aquí: no debatimos cómo sostener una economía productiva, sino cómo garantizar rentas pasivas cada vez más amplias.
Pensionistas, parados de larga duración, perceptores de ayudas diversas… todos conforman bloques de votantes
que nadie quiere molestar. Resultado: el Estado entrega con una mano y financia con la otra, vía impuestos crecientes sobre una base laboral menguante.
La factura para los jóvenes
Mientras tanto, los jóvenes contemplan un contrato social que se ha vuelto farsa: tipos impositivos altos,
alquileres disparados y la sensación de que su esfuerzo sirve, en buena parte, para sostener rentas que no generan valor nuevo.
La solidaridad intergeneracional y social tiene sentido; lo perverso es que, en lugar de devolver a la gente al terreno de juego,
el sistema la acomode en el banquillo.
Símbolos vs. estructuras
Discutimos sobre flotillas «humanitarias«, nos enredamos en imaginarios ecoanimalistas y en tantas otras cuestiones casi metafísicas mientras ignoramos al elefante en la habitación:
el peso creciente de las rentas pasivas en el gasto.
Es como achicar agua con un cubo dejando abierta la compuerta.Ajustar símbolos sin tocar estructuras es estética, no política.
La disyuntiva existencial
No se trata de demonizar a pensionistas ni a desempleados, sino de admitir que una democracia que premia la renta pasiva
por encima de la capacidad productiva se convierte en una democracia hipotecada. El dilema es claro:
o seguimos repartiendo lo que no creamos o afrontamos la incomodidad de reformar un sistema que no se sostiene.
La decisión no es contable, es existencial: ¿aspiramos a una renta garantizada como horizonte vital o a una economía que
cree riqueza, empleo y oportunidades? Hasta que no lo resolvamos, viviremos del espejismo de la abundancia financiada a crédito.
Los espejismos, como las deudas, siempre vencen.
ENLACES RECOMENDADOS
INE (vía Europa Press): salario más frecuente en España (15.575 € anuales, 2023)
Inclusión/Seguridad Social: pensión media de jubilación y nuevas altas (datos 2025)

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED