
Las palabras biensonantes de Adrián Barbón y Teresa Ribera sobre el futuro de la siderurgia se han topado con la crudeza de ArcelorMittal: su situación en Asturias es ya “insostenible”.
Conviene detenerse un instante. Hace apenas unos meses, el presidente Adrián Barbón aseguraba que la siderurgia asturiana tenía futuro. Y la ministra Teresa Ribera, con palabras biensonantes, insistía en que la transición verde traería oportunidades y no amenazas.
Hoy, con Arcelor calificando de «insostenible» su situación en Asturias, esas promesas suenan como el eco de una retórica hueca que la realidad ha arrasado sin miramientos.
La doble raíz del problema
La compañía ha puesto sobre la mesa lo que los responsables políticos prefieren maquillar: mantener la configuración industrial actual es casi imposible. Y no por un único motivo, sino por la suma de dos golpes que se refuerzan entre sí.
– Por un lado, el factor interno: los costes ideológicos altísimos de unas regulaciones medioambientales europeas, españolas y asturianas que se aplican sin medir sus consecuencias industriales.
Se exige competir en un marco de costes crecientes por emisiones, por reconversiones forzadas y por exigencias normativas que hacen que producir acero en Asturias sea cada vez más caro y menos atractivo.
Es un lastre autoinfligido, porque depende de la política propia y, por tanto, podría corregirse.
– Por otro lado, el factor externo: los aranceles de Donald Trump que encarecen el acceso al mercado norteamericano.
Una medida que, nos guste o no, responde a los intereses de la economía estadounidense y está fuera del control europeo. Demonizar a Trump puede resultar cómodo para la narrativa local, pero es un modo de ocultar la verdad: la pérdida de competitividad de nuestra siderurgia no se explica tanto por los aranceles como por las cadenas regulatorias que le hemos colgado al cuello desde este lado del Atlántico.
Comparaciones que duelen
La comparación internacional es cruel. Los países que no han cargado sobre su industria la mochila de las regulaciones eco-ideológicas han afrontado los embates de la tormenta arancelaria con ventaja. Europa, y dentro de ella España, no tienen ese colchón.
La miopía sublime de nuestros dirigentes ha sido confiar en que bastaba con proclamar la transición verde para que las cuentas cuadraran.
Y, sin embargo, incluso en este panorama, hay margen para actuar. El País Vasco lo acaba de demostrar: mientras Euskadi aseguraba en Madrid un 40% más de potencia eléctrica para su industria, Asturias sigue esperando a que alguien en el Ministerio se acuerde de sus necesidades.
La diferencia no es de discurso, sino de gestión. Donde unos llevan a la mesa cifras, prioridades y estrategia, otros se refugian en declaraciones y buenas intenciones.
La crisis de Arcelor no es un meteorito caído del cielo. Es el resultado de decisiones políticas y regulatorias que han estrangulado progresivamente a la industria, y que hoy se hacen visibles en los hornos de Avilés y Gijón.
Lo que está en cuestión no es solo la viabilidad de una empresa, sino la credibilidad de quienes juraron que el futuro estaba garantizado.
Seamos claros: la siderurgia asturiana no pide milagros, pide condiciones mínimas para poder competir.
ENLACES RECOMENDADOS
- Arcelor califica de “insostenible” su situación en Asturias
- El País Vasco asegura un 40% más de potencia eléctrica
- Plan del Acero de la Comisión Europea

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED