
Imagen de portada: Carmen Moriyón, alcaldesa de Gijón y Merche Aizpurúa, portavoz de Bildu en el Congreso.
“Cuando el poder elige el silencio, el ruido lo ponen los hechos.”
En el Museo del Ferrocarril se celebró una mesa redonda organizada por Covadonga Tomé bajo el lema de “parar a la extrema derecha”.
El hecho clave no es la iniciativa de Tomé, que también, sino la pasividad de Carmen Moriyón: la alcaldesa permitió que Merche Aizpurúa (EH Bildu) —condenada por apología del terrorismo— participara en un espacio municipal, en pleno proceso nacional de blanqueamiento de ETA a través de homenajes a etarras.
Moriyón, que podía haber denegado la cesión del local por razones éticas y políticas, no lo hizo. Tampoco hubo protesta de su partido.
Del antecedente al cálculo: pactos ayer, posibilidades mañana
El silencio tiene memoria. Pesa el mandato anterior, cuando Foro gobernó en Gijón con la extrema izquierda. Y pesa el futuro: 2027 no queda lejos y la renovación del mandato podría pasar —otra vez— por alianzas que hoy se repudian en público y mañana se necesitan en privado. En Moriyón, el cálculo electoral ha pesado más que las convicciones: el resultado está a la vista.
La política municipal no es una teoría: son llaves, salas y firmas. Ceder o no ceder un espacio es una decisión política.
El PP gijonés, tarde y mal
El PP de Gijón protestó la presencia de Aizpurúa después del acto, pese a formar parte del equipo de gobierno de Moriyón. El retraso no es anécdota: delata la sumisión del PP local a la estrategia de Moriyón, forzada por el pacto de Álvaro Queipo con Foro.
Lo que sigue se palpa en los pasillos del Ayuntamiento: desconexión total entre concejales populares y fieles de la alcaldesa, desprecios personales, enfrentamientos en despachos… y un mensaje inequívoco: la autonomía política del PP gijonés es cada día más pequeña.
Un poder cada vez más cerrado
El legado de Moriyón ya no es la buena gestión. Es una mezcla de presión y represión sobre entidades ciudadanas y toda voz que disiente. Con Foro reducido a un cascarón, la alcaldesa se atrinchera en una guardia mínima de asesores que decide por encima de cualquier cauce interno. Mandar sin consultar es más rápido; también es más torpe.
Callar ante ETA blanqueada y regañar a la sociedad civil crítica: esa es la ecuación. A la larga, siempre sale cara.
Conclusión
El episodio de Aizpurúa en el Museo del Ferrocarril no es un accidente: es una radiografía. Una alcaldesa que calla cuando debería fijar límites, un PP que acepta el papel de comparsa, y una ciudad que observa cómo el poder se enciende para mantenerse y se apaga cuando toca responder. Gijón merece algo mejor que esta política de cortijo.
La normalidad no es que todo valga: es que haya límites. Y se cumplan.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED