Lo verdaderamente escaso, lo que distingue a las regiones que avanzan de las que declinan, no empieza con la financiación: lo primero es la responsabilidad.
Escasea el político que firma, el técnico que asume, el funcionario que reconoce el error y lo corrige. Y, por desgracia, en Asturias la responsabilidad se ha convertido en un bien más raro que la alta velocidad que pretendemos simular.
Si el consejero asturiano Alejandro Calvo quiere hacer algo útil, lo mínimo —lo mínimo— es publicar el expediente completo, explicar cómo llegó a Bruselas la falsedad de que el tramo Oviedo–Gijón aparece como “adaptado”, y exigir al MITMA (Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible) la corrección inmediata. Lo demás es charlatanería con cargo público.
Conviene, por tanto, presentar a los asturianos un deber de transparencia: el problema no es Bruselas, ni los colores de un mapa, ni la presunta severidad de los burócratas europeos; el problema es que desde Asturias se comunicó una mentira técnica convertida en verdad administrativa por la incompetencia de nuestros gobernantes.
Europa no improvisa: registra. Somos nosotros quienes enviamos la ficción, y somos nosotros quienes ahora pretendemos indignarnos ante el reflejo de nuestro propio autoengaño.
El deber de la coherencia
Aquí entra la coherencia ilustrada, esa virtud que Jovellanos consideraba premisa de toda reforma seria. Asturias perdió la coherencia el día en que decidió que la modernidad consistía en remendar el siglo XIX mientras pronunciaba discursos del XXI. La línea Oviedo–Gijón, con tramos indignos de un país avanzado, ha sido presentada como si cumpliera estándares que ni roza. Y lo grave no es el error: es la determinación de ocultarlo.
Digámoslo con autoridad: el AVE asturiano es un espejismo, un invento de PowerPoint con pretensiones de epopeya, una modernidad que solo existe en comunicados sin firma.
Mientras otras regiones defienden ancho estándar europeo, variantes geométricas modernas, ERTMS (Sistema Europeo de Gestión del Tráfico Ferroviario) operativo y conexiones logísticas estratégicas, aquí celebramos la cosmética: una catenaria cambiada, una electrificación parcial, una nota de prensa que promete lo que nadie proyecta.
Los ingenieros lo dicen
No es casual que García-Arango y Acero hayan descrito este fenómeno con la palabra justa: puxarra. La puxarra es la renuncia intelectual a mirar más lejos de lo inmediato, la sustitución de la ambición por la excusa, la confusión entre parecer europeos y serlo. Asturias, tierra capaz de gigantes industriales, vive hoy atrapada en un provincianismo de baja intensidad donde la chapuza se ha convertido en método y el retraso en paisaje.
Y todos conocemos esta escena: negación, victimismo, acusación a Bruselas, promesas de rectificación y vuelta a empezar. El guion no cambia porque nadie quiere asumir su papel. La inercia basta.
Porque no todo es Huerna
Por eso la unidad lúcida —la verdadera, no la sentimental— exige algo elemental: decir la verdad. Asturias necesita un proyecto ferroviario completo, europeo, moderno, auditado y ejecutable; no esta ilusión de modernidad que ahora se pretende defender. Solo cuando desmontemos el autoengaño político podremos dejar de ser la tierra que presume de Europa mientras circula, sin pudor, a 30 km/h por el túnel de su propia decadencia.
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- Alta velocidad sin raíles y sin responsable (Asturias Liberal)
- “¡Abajo la puxarra!” (La Nueva España)

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED