Asturias Liberal > España > Caso Salazar: final del feminismo, final del sanchismo

El caso Salazar ya no es solo un escándalo personal: es la prueba de estrés que ha roto el relato de un PSOE feminista y ha dejado al descubierto un fallo estructural de poder, de protocolos y de coherencia política.

El PSOE afronta con el caso Salazar algo más que un problema de reputación. Lo que estalla no es únicamente la conducta de un dirigente, sino la forma en que un partido que se reivindica como vanguardia del feminismo ha gestionado —o no ha querido gestionar— unas denuncias de acoso sexual durante meses. Ahí está el núcleo del daño: no solo lo que hizo Salazar, sino lo que permitió el sistema.

Un escándalo que rompe el relato feminista del PSOE

Durante años, el relato central del PSOE ha pivotado sobre una idea: la defensa de las mujeres como seña de identidad ética y política.

El caso Salazar perfora ese relato por dentro. Las denuncias internas existían, las conductas descritas eran graves y, sin embargo, el mecanismo de respuesta fue lento, confuso e, incluso, según se ha denunciado, acompañado del borrado de escritos en los canales internos.

Ese contraste entre discurso feminista y práctica organizativa es letal para aquél y para ésta.

No hace falta que la oposición exagere: basta con leer la cronología para entender por qué muchas militantes hablan de traición a los principios que el propio partido dice encarnar.

El golpe no viene solo del escándalo, sino de la sensación de que, cuando tocaba aplicar los propios protocolos, el sistema miró hacia otro lado.

Un patrón que ya no se puede ocultar

El caso Salazar no aparece en un vacío. Llega tras otros episodios que han ido señalando una misma pauta: dirigentes muy próximos al núcleo de poder protegidos por inercias internas, silencios interesados o decisiones dilatorias.

Es esa sensación de cultura de blindaje lo que convierte este asunto en algo más profundo que un expediente aislado.

Quizá el discurso feminista no tenía, no tiene, más motivo que ese mismo blindaje.

Cuando desde dentro se denuncia que se eliminaron escritos del canal de denuncias, el mensaje que reciben muchas mujeres no es técnico, sino político: si el señalado es importante para la cúpula, el protocolo se vuelve una cortina de humo. 

Un blindaje ideológico cuyo objetivo político queda destrozado por su misma hipocresía. 

La línea de responsabilidad que apunta a Sánchez

La trayectoria de Francisco Salazar no se entiende sin la figura de Pedro Sánchez. Su ascenso dentro del aparato —de cargos locales y autonómicos a puestos clave en Moncloa y en la planificación política del partido— depende directamente de su alineamiento con el secretario general desde 2017.

Eso hace políticamente poco creíble cualquier intento de presentar el caso como un simple “error burocrático”.

Aunque se acepte que Sánchez no conocía todos los detalles, la responsabilidad política es inevitable: alguien así llegó tan arriba porque hubo una cadena de decisiones que lo situó en el corazón del poder socialista.

Si un dirigente con este historial de quejas alcanza la cúspide, el problema ya no es solo el individuo, sino el sistema que lo impulsa y lo protege.

Un momento letal: campaña extremeña y sensación de descomposición

El estallido se produce en el peor contexto posible para el PSOE: arranque de campaña en Extremadura, casos previos aún en la retina y un clima general de fatiga moral dentro y fuera del partido.

La impresión de descomposición del sanchismo no procede ya de la oposición, sino de la acumulación de episodios mal gestionados.

El impacto sobre el voto femenino, único objetivo de la farsa feminista, es especialmente delicado.

Buena parte de la «legitimidad» reciente del PSOE se ha construido sobre políticas de igualdad y sobre una retórica de protección prioritaria a las mujeres.

Cuando son las propias militantes quienes se sienten desatendidas, el daño electoral no es un riesgo abstracto: es un coste probable.

La grieta feminista dentro del partido

Las peticiones de disculpas, sin un paquete claro de reformas estructurales y sin una asunción de responsabilidades más allá de Salazar, se perciben como insuficientes. A ojos de muchas mujeres socialistas, el mensaje es: el feminismo no puede ser solo un eslogan cuando conviene, sino un criterio interno de funcionamiento.

Cuando las propias feministas del partido concluyen que “no sirve el trabajo del feminismo socialista si lo destrozan con esto”, el problema ya no es comunicativo, sino de credibilidad del propio feminismo.

La oposición y la pérdida de la ventaja moral

El PP y Vox han encontrado un flanco abierto en el que ni siquiera necesitan sofisticar el ataque: basta con subrayar la doble moral y la hipocresía de un partido que predica una cosa y practica otra.

Los calificativos gruesos —como llamar “guarro” a Salazar— son ruido; lo verdaderamente dañino es que ahora el relato encaja en una evidencia verificable: las denuncias se tardaron en tramitar, se “perdieron” escritos y se actuó tarde y, en definitiva, el feminismo ya no sirve ni para «defender» a las mujeres del relato victimista.

El resultado es que el PSOE pierde su tradicional ventaja moral en el eje feminista. No es que el resto de partidos se vuelvan de repente más feministas; es que el pedestal ético desde el que el socialismo sermoneaba al rival se resquebraja. Y esa pérdida de altura simbólica pesa más que cualquier titular del día.

Tres claves estratégicas que deja el caso Salazar

De todo lo anterior se derivan tres conclusiones estratégicas:

  • Primera: el PSOE pierde su superioridad moral en feminismo. Su bandera más potente queda dañada, no por lo que dice la oposición, sino por la propia gestión interna.
  • Segunda: el escándalo refuerza la sensación de desgaste y desorden en el sanchismo: casos que se acumulan, aparatos desconectados de la base y una cultura organizativa que parece proteger al cuadro antes que a la víctima.
  • Tercera: el impacto electoral puede concentrarse en territorios clave y en franjas de voto femenino especialmente sensibles a la coherencia entre discurso y comportamiento real.

Por todo ello, el caso Salazar no se cerrará, políticamente, con un expediente ni con una dimisión. Se cerrará —si llega a cerrarse— cuando el PSOE demuestre que ha entendido el fallo estructural y esté dispuesto a asumir costos internos reales para corregirlo. Mientras eso no ocurra, el escándalo seguirá funcionando como símbolo de algo más profundo: la distancia entre el partido que el PSOE dice ser y el partido que, en la práctica, ha sido con sus propias militantes.

La conclusión estratégica es sencilla y dura: mientras el PSOE no demuestre que protege más a las mujeres que a sus cuadros, el caso Salazar seguirá vivo como recordatorio incómodo de que la política feminista del partido se ha desmoronado por la base.


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