Cuando un sistema educativo renuncia a la exigencia, no se vuelve compasivo. Se vuelve injusto.
El principal problema del sistema educativo español no es la falta de recursos ni la carencia de diagnósticos, sino algo más profundo y menos confesable: la renuncia deliberada a la exigencia. Una renuncia envuelta en retórica amable, sentimental y autocomplaciente, que ha terminado convirtiéndose en el gran engaño moral de nuestra política educativa.
La advertencia no procede de la nostalgia ni del tertulianismo indignado, sino de perfiles con décadas de análisis empírico y comparación internacional.
Y los datos, cuando se los escucha, no gritan: sentencian.
La trampa del igualitarismo fácil
El facilismo educativo se ha presentado como progreso, como igualdad de oportunidades y como modernidad pedagógica.
En realidad, es una rebaja sistemática de los estándares, una erosión silenciosa del nivel y una desactivación progresiva de la autoridad del profesor. Se aprueba más, se exige menos y se promociona antes.
El resultado es un sistema que tranquiliza conciencias adultas mientras abandona intelectualmente a los alumnos.
He aquí la paradoja —que no es tal—: rebajar la exigencia no iguala, desiguala. Las familias con capital cultural compensan fuera del aula lo que la escuela ha dejado de exigir dentro. Las familias trabajadoras no pueden.
El facilismo, lejos de proteger a los vulnerables, los condena a una educación sin músculo, sin hábitos y sin disciplina intelectual.
Bajar el listón no democratiza el conocimiento: lo privatiza.
La pedagogía de la felicidad obligatoria
Todo ello se envuelve en una consigna tan eficaz como empobrecedora: que el niño “sea feliz”.
- •Como si la felicidad fuera incompatible con el esfuerzo.
- •Como si aprender no implicara frustración, límite y demora de la recompensa.
- •Como si educar no consistiera, precisamente, en enseñar a resistir la dificultad.
La pedagogía hedonista ha sustituido la formación del carácter por la gestión emocional, y el resultado es un aula más frágil, más ruidosa y, paradójicamente, más injusta. Se confunde proteger con rebajar, acompañar con abdicar, comprender con renunciar.
El profesor, víctima colateral del facilismo
Cuando se rebajan los estándares, se trivializa la función del profesor. Se le priva de herramientas, de respaldo institucional y, finalmente, de autoridad.
Luego llega la sorpresa fingida: problemas de clima escolar, pérdida de tiempo lectivo, desorden crónico. No es un fallo del docente. Es una decisión estructural del sistema.
No hay educación exigente sin profesores respaldados, ni profesores respaldados en un sistema que ha hecho del facilismo su dogma.
Legislar eslóganes, no educación
España ha legislado educación como quien legisla consignas: siete leyes, escasa evaluación, abundante doctrina y mínima evidencia. El facilismo no es un accidente ni un exceso puntual.
Es una opción política sostenida, cómoda a corto plazo y devastadora a largo. Reduce conflictos hoy y fabrica desigualdad mañana.
La verdadera igualdad de oportunidades no consiste en bajar el listón hasta que nadie tropiece, sino en dar a todos los medios para poder saltarlo. Todo lo demás es propaganda educativa.
Y la propaganda, en educación, siempre acaba pasando factura.Cuando el facilismo se impone, no ganan los alumnos. Gana la mediocridad. Y pierde el futuro.
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Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED