Nos acercamos de nuevo a las miserias del presidente Adrián Barbón, en las últimas semanas de capa caída por lo de las elecciones en el occidente.
Que quede claro que recurrimos al término miseria para referirnos al presidente Barbón en calidad de persona insignificante o escasa en cuanto a ética, democracia y servicio público se refiere.
Es cierto que el ejercicio del poder entra en conflicto en numerosas ocasiones con lo que debería ser un comportamiento pulcro y juicioso. Dicho está que el ejercicio del poder tiende a doblegar las mentes más íntegras acabando, en el peor de los casos, vistiendo el pijama de rayas.
A lo largo de la Historia muchos autores analizaron este fenómeno llegando generalmente a las mismas conclusiones: las citas de Lord Acton sobre el poder absoluto, las de Constant sobre el despotismo, Maquiavelo, Arendt … Hasta Joe Biden (no se rían, por favor) dijo en una ocasión que “La historia nos ha enseñado que la concentración del poder lleva a la corrupción y al abuso”. El abuso…
Intentar conectar las ideas de estos grandes autores con las barrabasadas que hace Pedro Sánchez en el Gobierno central no servirían más que para dar lustre a su pétreo rostro. Salvando las distancias, Adrián Barbón hace algo parecido en su ejercicio autonómico porque mal presidente puede que sea, que lo es, pero no tiene la maldad del interino residente en La Moncloa.
A finales de septiembre de 2022 presentaba Barbón el libro “Códigos éticos, de conducta, buen gobierno y transparencia” escrito por el exconsejero de Presidencia Guillermo Martínez, amable colaborador del ahora añorado Javier Fernández y que, tras abandonar la política y recurrir al SEPE e Infojobs (como todo el mundo, claro), se buscó los cuartos por Canarias y África y últimamente ha vuelto a la cosa semipública de la mano del cliente VIP de la gasolinera de Guitiriz, Pepiño Blanco, ahora metido a lobbista con su consultora Acento. Ver para creer.
Recuperamos a Barbón en ese papel a lo Sánchez Dragó y, como es habitual en él, comienza con sus discursos trascendentes en los que alaba al interlocutor pero no desperdicia la oportunidad de brillar con luz propia. Le dice a Martínez, nos dice a todos, que “no hay actividad pública válida sin componente ético”, que está comprometido con la norma y con la ética, que no admite otras opciones.
En otro momento dijo en la Sindicatura de Cuentas: “Su labor de fiscalización, control y, sobre todo, de orientación en la labor de las administraciones en Asturias es vital para el buen funcionamiento de la Democracia. Incluso la revista Forbes contó con él en un evento en el que nos dijo que “[…] hay una clarísima reconversión de la Administración. No hay administrados, hay ciudadanos que tienen derechos y hay que cumplir con ellos” o “[..] «mi primera lealtad es con Asturias”.
Seguro que hay más declaraciones en las que nos asegura que está al servicio de los asturianos, que con humildad afronta los retos impuestos, que no cejará en su empeño por lograr una Asturias mejor y que es evidente que si se equivoca, pedirá disculpas y enmendará su error.
Fiscalización, control, ética, derechos de los ciudadanos… Ya.
Es evidente que la sociedad ha cambiado. También lo han hecho las empresas, la Administración, los Gobiernos. Nos relacionamos de otras formas, interactuamos de diversas maneras que van más allá de la solicitud entregada en el registro de 9 a 2 y la espera por la carta certificada con la respuesta.
Podemos dirigirnos a instancias nunca pensadas, llegar a tribunales lejanos, interpelar a defensores del pueblo o síndicos mayores, tenemos oficinas virtuales a cientos de kilómetros a las que recurrimos para resolver cualquier problema.
Todo ha cambiado pero hay personas que siguen con usos y costumbres pretéritos, caducos. El Twitter de Adrián Barbón, él mismo, son ejemplos.
No será necesario explicar aquí que es Twitter ni el impacto que tiene en nuestra sociedad. Es hoy el principal vehículo de comunicación directa entre una persona y aquellos usuarios que tienen interés por lo que dice. Su importancia radica en la inmediatez: lo vemos cuando algún suceso notable sacude la actualidad y los políticos sueltan en tromba sus comentarios al respecto.
De esa relevancia dan cuenta noticias como el bloqueo y posterior recuperación de la cuenta de Donald Trump. Twitter es un canal bidireccional: uno de sus principales atractivos es que los seguidores de la persona pueden interactuar con ella, apoyar sus mensajes, enviarlos a terceros e incluso realizar un comentario para obtener respuesta del seguidor o de otras personas.
En el Twitter de Adrián Barbón no es así.
El presidente del Principado de la ética, la rendición de cuentas, la humildad, el del compromiso, no permite que los ciudadanos puedan discrepar de sus comentarios. Tiene bloqueados a todos los usuarios salvo a unos elegidos por él, todos afines, claro.
Es tal su cinismo que en 2020, en sede parlamentaria, decía: “en los tiempos actuales [las redes sociales] suponen un canal muy importante para ganar cercanía con la ciudadanía, sobre todo con los más jóvenes” y “nadie puede aspirar a ser presidente de Asturias si no mantiene una cercanía con los ciudadanos”.
Adrián Barbón utiliza su perfil en Twitter para hacer publicidad institucional, no para cuestiones estrictamente personales o de su partido político, y por tanto debe permitir que todos los ciudadanos demos réplica a sus comunicaciones, que asuma las críticas que se le hagan, vengan de donde vengan y sean como sean.
Y si no quiere que sus seguidores las vean, que no publique tuits con información del Principado. Si utiliza Twitter como medio de comunicación del Gobierno regional, que se someta al escrutinio de todos, no solo de los elegidos a dedo porque solo permite que puedan contestar a sus publicaciones aquellos usuarios que él ha designado. Solo autoriza a unos elegidos a realizar valoraciones sobre lo que publica o envía y que poco o nada tienen que ver con el ámbito personal.
En las últimas semanas, en su cuenta de Twitter, ha hablado de decisiones tomadas en Consejo de Gobierno, de la concesión de ayudas para reforestación y reenvía de manera constante publicaciones sobre decisiones adoptadas en diferentes consejerías. Usa de manera institucional su cuenta y por tanto tenemos el derecho a discrepar de lo allí expuesto.
Desconozco de qué manera se le podría forzar a abrir su cuenta a todos los ciudadanos; no sabría decir a qué instancia recurrir para obligarle a escuchar todo aquello que no quiere pero resultaría muy interesante que uno de esos administrados ante los que debe rendir cuentas iniciara esa batalla.
Los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres.