Lo sucedido en las pasadas elecciones generales muestra fielmente qué acontece cuando nos alejamos de la prudencia, cuando la exaltación guía nuestra mente y, cegados por la intensidad del momento, acabamos tomando decisiones, ya sea por acción o por omisión, que nos condenan al peor de los castigos.
Algunos cometimos el error de pensar que el favorable resultado de las elecciones autonómicas permitiría ganar con holgura las elecciones generales inmediatamente convocadas. A lomos de la mayor de las imprudencias aceptamos que todo el trabajo ya estaba hecho, que la sociedad tenía decidido el camino a seguir, lejos del PSOE y de los nefastos satélites que lo acompañan, y que una alternativa, creíamos mejor, intentaría ordenar y cohesionar todo lo que años de falta de criterio y constante afán de lucha de los partidos de extrema izquierda habían creado.
Creímos que los 150 diputados eran una meta más que alcanzable, que una alianza con Vox permitiría un cambio de verdadero progreso dejando atrás batallas ideológicas, reproches territoriales y esas permanentes lecciones de moralidad que desde la izquierda nos dan sobre la violencia, el clima o la educación.
En su “Ética a Nicómaco”, Aristóteles dice que el hombre prudente es aquel que es capaz de analizar, juzgar y decidir sobre cosas, que delibera de manera correcta, en busca de lo mejor para él y para el bien general. Feijóo fue, en esta ocasión, lo opuesto a la prudencia aristotélica que mostró el virtuoso Pericles. El líder del PP, aun teniendo claro que su visión de las cosas era la más adecuada para él y para los futuros administrados, erró cuando la prudencia abandonó su mente y la de su entorno, cuando desperdició la última semana de campaña electoral pensando que la inercia de las cosas le llevaría al mismo punto que si se emplease con la mayor de las energías.
Obvió el aspirante que, en su caso, las victorias parciales son derrotas, que solo una parte no puede conformar el todo, que la suma es la operación matemática más sencilla pero que los sumandos de su ecuación eran más difíciles de lo previsto.
Abandonar la prudencia permitió que la virtud desapareciera, que el mal se hiciera fuerte. Al día siguiente de su derrota, el club de los perdedores comenzó a pedir su parte del botín, buscando lo mejor para ellos, no para todos. Y el PSOE, en brazos de la imprudencia, lucha por contentarlos sabiendo que no lo conseguirá con ninguno y pagando un precio que todos hemos de soportar.
Porque esa es la gran tragedia: votantes de los dos grandes partidos observan con preocupación el discurrir de un proceso negociador que no augura nada bueno. Son conscientes de que vamos a una situación peor que la anterior, con más fricciones, más problemas, más disputas.
Se conformará un Gobierno débil, rehén de intereses espurios, alejado de toda mesura, templanza y prudencia. Algunas encuestas hablan de que el ciudadano pide acuerdos a los dos grandes partidos. Qué utopía cuando esos votantes son irreconciliables, cuando uno ataca los acuerdos con separatistas y el otro con la extrema derecha retrógrada. Qué fácil resulta pedir imposibles y lamentarse después de que no se logre.
La ciudadanía no es consciente de que es rehén de sus votos y que por tanto decisiones imprudentes llevarán a resultados imprevistos. No hay mejor ejemplo que el Brexit, iniciativa abrazada por los ingleses en 2016 bajo supuestas virtudes que poco después de 2020, el año de su ejecución, ya se percibía de manera negativa y que en 2023 sigue exactamente igual aunque el padre del asunto intente buscar culpables en los demás.
Entre las diferentes interpretaciones dadas sobre el cuadro de Tiziano podríamos escoger, para el caso que nos ocupa, la que se centra en explicar que todos los pecados e imprudencias de la juventud y la madurez nos condenan a una vejez llena de remordimientos.
En el caso de Pedro Sánchez parece poco probable que pueda sentirse así porque carece de todo registro moral que le señale el origen de sus errores y las consecuencias de sus decisiones, pero Alberto Núñez Feijóo sí que debería reflexionar sobre a dónde le han conducido la pereza y la soberbia.
A él y a todos nosotros.
Los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres.