Pretender que la política y los políticos no son cosa que nos afecte o que no vaya con nosotros, es una tremenda y peligrosa falsedad. Es engañarse, además de una temeridad ignorarlo y no tomar parte de ello, por lo menos informándose para poder votar cuanto toque desde la decisión consciente, y no desde la inercia, la tradición, o la ocurrencia de última hora. La política hace las leyes que luego gobiernan nuestras vidas, y fijan los impuestos que hemos de pagar, y cómo se gastarán esos fondos. Fíjense si es importante.

Todos los partidos arriman el ascua a su escuálida sardina y pretenden ser el mejor para las mujeres, para los inmigrantes, para los jubilados, para los autónomos… agrupando a los colectivos para seducirlos, pero desconectándolos, tratando de brillar las más de las veces echando tierra sobre los demás partidos, más que por su propia luz.

Nos vemos envueltos en un juego de propaganda y contra-propaganda sin contenido real y práctico. Últimamente incluso algunos se ha convertido, vaciándose de contenido ideológico, en una agencia de colocación de amigos y allegados, al servicio de su líder y de sus afines, manteniendo la estructura de un partido, pero organizados como banda.

No deja de ser paradójico que sean rivales, puesto que al fin y al cabo todos ellos se ponen de acuerdo en lo que les favorece de una manera natural, en el reparto de los recursos y del poder, los puestos y los sueldos, cada cual en la cuota que le corresponde según su número de votos. Y al fin, los políticos de cada partido, entre ellos son «amigos» o al menos «compañeros de trabajo», independientemente de a qué siglas representen.

Pero luego estamos los ciudadanos, las personas normales, los votantes de “a pie”. Desde hace un tiempo, no sabría precisar cuánto, alentado y calentado por los medios de comunicación, ninguno de los cuales tampoco es independiente y siguen la líneas editoriales de tal o cual partido, la sociedad poco a poco se está radicalizando y polarizando.

Crece el ciego sectarismo, la gente se insulta en las redes sociales por declarar una u otra idea, se estigmatiza con ofensivos epítetos según qué opinión se exprese, y a veces incluso antes de que se exprese. Es patético y ridículo, porque lo que se cuestiona, juzga o prejuzga es lo que se es, y no lo que se hace.

Los partidos políticos toman decisiones según sus propios intereses, obviando las necesidades e interés general, y luego las justifican envolviéndose en banderas, referéndums amañados, consultas falseadas a sus bases, argumentos demagógicos, cuando no directamente mentiras.

La culpa es nuestra, porque lo permitimos. Nadie debería votar a un político al que se le haya demostrado una prevaricación, o malversación, o que haya sido descubierto en mentira, da igual cómo nos lo edulcoren, “cambiar de opinión” es posible, pero no tanto ni tan descaradamente a favor de sus propios intereses. Acaba resultando obscena tanta tragadera.

Nos meten corruptos y falsarios en las listas electorales y no podemos libremente elegir éste sí y aquel no. Son listas cerradas de “lo tomas o lo dejas. Los partidos «nuevos« que venían a cambiar las reglas y el bipartidismo, rápidamente se han acoplado al sistema establecido en cuanto han “pisado moqueta”, actuando igual que los partidos viejos”. ¡Y qué decir de los partidos independentistas!, a los que les interesa sacar el mayor provecho posible del “bote común”, pero en realidad el resto de España les importa “un pito”.

Nunca faltarán los palmeros que los apoyen, bien porque viven directamente del partido, de alguna de sus subvenciones, de sus chiringuitos, o simplemente porque tienen tan interiorizada la propaganda que consideran al partido una banda a la que pertenecer, un club, o una especie de secta religiosa de la que son fieles creyentes, forofos ciegos, como quien es de tal o cual equipo de fútbol, sin posibilidad alguna de cambiar su voto bajo ninguna circunstancia, ni cuestionar los mensajes que del partido le llegan.

Se tragan todo y lo defienden a capa y espada, con el “argumentario” del partido en la mano, sin razonar ni pensar. ¿Cómo puede ser que hoy defendamos una cosa y mañana la contraria? Por que lo manda el líder, pues a ello, “palabra del Señor”.

Mientras sean los partidos, el líder del partido más bien, con su “sanedrín”, los que decidan las listas, bien «a dedo« o bien con elecciones internas poco claras, y no nos las den abiertas, para poder decidir nosotros a qué personas concretas queremos votar, mientras el voto de un soriano o un vasco valga más que el de un extremeño, asturiano o aragonés, mientras diputados y senadores voten según las órdenes recibidas del partido y no según los deseos de los votantes de la provincia que los eligieron, o según su conciencia tras un debate informado, mientras los órganos judiciales sean infiltrados por simpatizantes de éste o aquel partido, no nos engañemos, esto no es democracia.

Es un simulacro. Una oligarquía ponderada, repartida según el número de votos que cada partido tenga.

Sólo la cultura y la formación podrán sacarnos de esta espiral descendente y destructiva. Sólo el conocimiento y la educación da los mimbres para saber discernir lo que es cierto de lo falso, lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo inoportuno y lo accesorio de lo imprescindible. ¿Es casual que cada vez haya menos recursos para educación, ciencia y cultura, y más para propaganda, redes sociales y publicidad en los presupuestos? No lo creo.