Cuenta la leyenda que años ha, en un rincón atemporal no tan lejano, ciertas personas se rebelaron con la fuerza de mil huracanes.

Nacieron, vivieron y murieron donde la tierra y el cielo se unían en un cálido abrazo y el amanecer era preludio de otro día más, lleno de vivencias, sueños y esperanzas.

Desconocían la actualidad tecnológica, no sabían quiénes eran los Bill Gates, Elon Musk o Steve Jobs; su ingenio, perseverancia y tenacidad constituían su verdadero capital.

Con unas cuantas vacas, una docena de gallinas y dos cerdos (quién los tenía…), construyeron un legado donado a fuego y transferido a generaciones.

Recordemos a nuestros abuelos, emprendedores empresariales, adalides de la polivalencia, púgiles férreos contra el desaliento, guerreros y baluartes familiares.

Imaginémoslos, con manos callosas, mentes pre-claras y corazones valientes, enfrentándose a la incertidumbre climática, implorando para que el sol no se escondiera o las lluvias llegaran en su debido momento. Acometiendo cada día una nueva aventura, un desafío que requería dotes infinitas de ingenio y paciencia.

Imaginémoslos cultivando la tierra con amor, sembrando no sólo semillas, sino también sueños de un futuro mejor. Sueños que no solo alimentaban familias, sino que también sembraban las bases de una comunidad unida, fiel y resiliente.

Y luego llegaron nuestros padres, quienes, con escasos conocimientos, pero con una voluntad inquebrantable, exploraron otras actividades. Con cada paso, aprendieron a navegar y naufragar diariamente por un mundo proceloso, enfrentándose a retos que parecían a todas luces insuperables.

Fueron trabajadores por necesidad, pragmáticos en soluciones, perseverantes en sus metas y valientes, siendo esa osadía, ese brío y ese empeño en superarse la causa que impulsó a que muchos de nosotros estemos aquí. Con nobleza, lucidez, con talento innato, con esfuerzo, transformaron pequeñas nociones en grandes realidades, demostrando que el verdadero emprendimiento no siempre se mide en cifras, sino en la pasión y el sacrificio.

Hoy, mirando atrás, observamos (muchos con fascinación) que nuestros mayores no solo fueron agricultores o peones industriales; fueron visionarios que nos enseñaron la recompensa del esfuerzo constante, el significado de la colaboración (sin clústeres ni AEI´s) y la capacidad de levantarse y seguir adelante ante la adversidad. Nos dejaron un legado que va más allá de las vacas y los cerdos; nos transmitieron la esencia del emprendimiento: la capacidad de soñar, de tomar riesgos y de caerse y levantarse; una y otra vez.

Así que admiremos a nuestros abuelos y padres, esos grandes emprendedores que, con su dedicación y pasión, su infinita paciencia, sus manos y corazones, nos mostraron el camino de éxito que hoy seguimos. Que, aun siendo nuestros maestros, todos los minutos de su vida continuaron siendo aprendices y discípulos de la vida.

Nos recuerdan que el auténtico espíritu emprendedor habita en todos nosotros, en cada paso que damos y obstáculo que superamos de camino hacia nuestras metas.

Ellos nos enseñaron que la perseverancia y la pasión a lo largo de sus vidas han sido las claves para superar múltiples vericuetos, todo ello sin quitar un ápice de humildad, templanza, moralidad ética o eficiencia. Su legado nos inspira a ser valientes, a arriesgarnos y a nunca rendirnos, porque cada pequeño logro es un peldaño más en la escalera del éxito.

Sigamos honrando su memoria, llevando adelante sus enseñanzas y creando nuestras propias historias de emprendimiento.”

Nuestros mayores, grandes emprendedores.