Asturias Liberal > Aportaciones > Ideología u odiología, he ahí la cuestión

Cuenta la leyenda que años ha hubo una persona que siempre había sido una ferviente defensora de sus ideales.

Desde su juventud -casi desde que tenía uso de razón- defendiendo causas que ella consideraba justas, apoyando ideas y valores, apoyando a los partidos que prometían un futuro más claro y, por supuesto, también más sostenible.

Se sentía, a su manera y en su círculo de actuación de escasa relevancia por ser más bien reducido, parte de un movimiento que luchaba contra el cambio climático, el machismo, el conservadurismo o la desigualdad.

Sin embargo, con los años, la realidad económica, política, social o deportiva, entre otras, se había tornado cada vez más polarizada.

El deporte había pasado a ser claramente disyuntivo y sólo había una opción a todas luces en la vida cotidiana de tertulias, manteles y cafeterías; Madrid o Barcelona, River o Boca, Messi o Cristiano, siendo un auténtico sacrilegio erigirse en paralelo -por ejemplo- como admirador del Madrid por su historia de éxitos en la Champions League y por el Barcelona que destacaba por su estilo de juego y su famosa cantera.

Al final, más allá de la competencia, donde los hinchas defendían a su equipo con fervor, lo que realmente debería unir a los aficionados debería sería el amor por el deporte, en este caso el fútbol. ¿Su equipo favorito? El que mejor jugara eso sí, a ser posible de su comunidad autónoma y también del país. Esa respuesta era digna de mofas y chascarrillos por doquier.

Con relación a la política y a su izquierda otrora “progresista”, que alguna vez le había parecido un faro de esperanza, ahora le daba la sensación de que se había fragmentado en facciones que se atacaban entre sí, mientras que la que llamaban “ultraderecha radical” parecía que ganaba terreno, alimentando -decían- el miedo y la división.

De esta manera, en su mundo actual no había espacio para el diálogo, la oratoria argumental o la libertad de expresión siempre en términos respetuosos y democráticos y había que decantarse por izquierda o derecha, por Madrid o Barcelona, por blanco o negro, y donde los matices de grises que ella tanto valoraba parecían haber desaparecido.

Un día, mientras revisaba las cuentas de su hogar, se dio cuenta de que su económica doméstica distaba mucho de tiempos no tan lejanos. Los precios habían subido y seguían subiendo, los salarios se habían estancado, decían que la inflación estaba bajando, que el IPC también, le hablaban también de la deflación del IRPF, todo ello expresiones financieras que, además de no entender, se la traían al pairo.

Lo que tenía claro es que su situación no estaba acorde con la subida de la vida y las promesas de cambio eran eso, sólo promesas y, por cierto, más celestiales que terrenales, más lejanas que nunca.

En una conversación con su pareja, surgió el tema de las próximas elecciones. Esa persona, con su vigor e ímpetu habitual, volvió a hacer un soliloquio sobre la importancia de votar por principios, por creencias, por valores, por aquellos ideales que siempre había defendido.

Pero su pareja, cansada de la lucha constante y de las promesas vacías, le hizo una pregunta que la dejó pensativa: “¿Y si lo que necesitamos es proteger nuestra economía, más que nuestras creencias?”

Esa noche, obviamente, esa persona después de un duermevela importante se dio cuenta de que había estado tan centrada en sus ideales que había olvidado lo que realmente importaba: su bienestar y el de su familia.

Y así, se olvidó de la IDEOLOGÍA y empezó a tomar forma en su mente un nuevo concepto: la ODIOLOGÍA: En lugar de votar por lo que creía que era correcto, ¿por qué no votar por lo que considerara “menos malo” y por tanto pudiera afectarla menos a futuro? ¿Por qué no deshacerse de aquéllos “ladrones de tiempo” que vendían consejos que para ellos no aplicaban, que amenazaban su estabilidad económica, independientemente de sus creencias?

Pragmatismo de economía doméstica (se dijo a sí misma): votaré a quién crea me vaya a tocar menos la cesta de la compra. ¿Y de esta manera seré fiel seguidora del partido ganador así como de su programa político? En absoluto, simplemente velaré y consideraré aquello que sería mejor para mi familia. Llamémoslo IDEOLOGÍA CONTRAPUESTA U ODIOLOGÍA A LAS PROMESAS INCUMPLIDAS.

Con el tiempo, esa persona se fue alejando de su fervor ideológico. En lugar de asistir a debates, reuniones y manifestaciones que solían llenarla de energía, comenzó a buscar espacios más tranquilos donde pudiera reflexionar sobre sus creencias.

Se dio cuenta de que necesitaba un equilibrio en su vida, así que empezó a explorar nuevas pasiones, que le permitieron expresar sus pensamientos de una manera diferente. Aunque su compromiso con las causas sociales no desapareció, encontró que había otras formas de contribuir al cambio que resonaban más con su nuevo enfoque de vida.

Y se quedó tan ancha con sus nuevos ideales: liberal en lo social, conservadora en lo económico y, sobre todo, fiel guardiana de sus intereses domésticos.