> España > El Fascismo Imaginario y la presunción de los «justos»

La primera vez que escuché y pronuncié la palabra fascismo fue en el patio del instituto Alfonso II del Oviedo de los años 70. Un compañero llamaba, medio en broma, medio en serio, “fascista” a otros porque no le pasabamos el balón o cualquier otra absurda situación que le contrariaba. Una exageración adolescente sin consecuencias aparentes. Pero la costumbre de la hipérbole creció. Hoy, en pleno 2025, el término se ha convertido en la piedra angular de la indignación automática, en la cuchilla verbal con la que se ejecuta socialmente a cualquier adversario político.

Santiago Gerchunoff lo advierte en Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo (Anagrama): nunca se ha hablado tanto de fascismo como en tiempos en los que no existe.

O, al menos, no en la forma en la que nos lo vendieron los libros de historia. Su uso ya no responde a una realidad objetiva, sino a una estrategia de poder que convierte la memoria en un arma y la política en una moralina grotesca.

Porque llamar fascista a todo lo que nos incomoda no es solo una simplificación insultante. Es también un acto de injusticia hacia las verdaderas víctimas del fascismo y del nazismo reales, aquellas que murieron en campos de concentración, que fueron perseguidas, torturadas, fusiladas o reducidas a cenizas en una chimenea industrial.

Cada vez que alguien compara un gobierno democrático con el Tercer Reich, cada vez que se describe a un diputado conservador como un nuevo Mussolini, no solo se banaliza la tragedia del siglo XX: se pisotea la memoria de quienes la sufrieron.

Pero el problema va más allá de la injusticia histórica. El abuso de la palabra fascismo responde a una serie de sesgos cognitivos que no solo distorsionan la percepción de la realidad, sino que revelan un fondo de totalitarismo latente en quienes la esgrimen con alegre impunidad.

Porque detrás de esta obsesión con ver nazis en cada esquina se esconde algo mucho más peligroso: la voluntad de acallar al disidente sin necesidad de argumentos.

Los sesgos del antifascismo desquiciado

El pensamiento humano está lejos de ser una máquina racional. Nos movemos por atajos mentales, interpretamos la realidad a través de filtros inconscientes que nos confirman lo que ya queremos creer. Y el abuso de la palabra fascismo no escapa a esta dinámica. Gerchunoff lo intuye, pero conviene detallarlo.

1. Sesgo de disponibilidad: «el fascismo está en todas partes» (o eso parece).

Si una palabra aparece constantemente en los medios, en redes sociales, en tertulias y en el parlamento, tendemos a creer que aquello que describe es ubicuo. El sesgo de disponibilidad nos lleva a sobrestimar la frecuencia de un fenómeno en función de su omnipresencia en el discurso público.Es así como alguien puede convencerse de que vivimos bajo una inminente amenaza fascista mientras pide su café con leche en un bar, consulta Twitter en su smartphone y se queja de la extrema derecha en un plató de televisión donde todos cobran de dinero público.

2. Sesgo de encuadre: la lucha del bien contra el mal.

El modo en que se presenta un problema condiciona nuestra respuesta. Y aquí entra en juego el sesgo de encuadre: si el debate político se plantea como una batalla entre la civilización y la barbarie, entre la democracia y el fascismo, cualquier matiz intermedio desaparece. El que discrepa no es un adversario legítimo, sino un enemigo moral.La consecuencia es devastadora: en lugar de discutir ideas, se condenan personas. Y una vez que alguien ha sido señalado como fascista, ya no hay diálogo posible. Se le deshumaniza, se le expulsa del ámbito de la legitimidad política.

3. Sesgo de confirmación: cuando solo buscas fascistas, los encuentras.

Nada fortalece más una convicción que la búsqueda obsesiva de pruebas que la respalden. El sesgo de confirmación lleva a filtrar la realidad para que encaje con nuestras creencias previas.Si partes de la premisa de que la extrema derecha está resurgiendo como en los años 30, cualquier medida conservadora se convierte en una señal inequívoca del retorno del fascismo. Un control migratorio, una reforma judicial, una crítica a la ideología de género… todo encaja en el relato apocalíptico de un Reich en construcción.

4. Sesgo de falsa analogía histórica: la historia no se repite, pero algunos insisten.

El progresismo contemporáneo ha convertido la historia en un oráculo. Cualquier fenómeno político es interpretado como una repetición de los años 30, una advertencia de que estamos a punto de revivir la caída de la República de Weimar. El problema es que la historia no funciona como un ciclo mecánico. La Alemania de Hitler no es la Europa de hoy. Pero la falsa analogía histórica permite simplificar los problemas actuales, eliminando cualquier análisis serio sobre sus causas reales.

5. Sesgo de atribución hostil: todos los que no piensan como yo son nazis.

La polarización política ha radicalizado nuestra percepción del otro. El sesgo de atribución hostil nos lleva a asumir que los adversarios no solo están equivocados, sino que tienen intenciones malvadas.De ahí que cualquier discrepancia ideológica no sea interpretada como una diferencia legítima, sino como una prueba de la maldad intrínseca del otro. Y dado que los fascistas son malos, cualquier acusación de fascismo justifica la censura, la persecución o la violencia simbólica.

El totalitarismo que esconde el antifascismo de pacotilla

Aquí llegamos al núcleo del problema. El abuso del término fascismo no es solo una cuestión de retórica inflamada. Es un síntoma de una mentalidad profundamente totalitaria. Porque cuando una palabra deja de ser descriptiva y se convierte en un insulto universal, su único propósito es la descalificación. No busca describir un fenómeno real, sino silenciar a quien lo recibe.

Y es aquí donde la paradoja se vuelve siniestra: aquellos que más hablan de fascismo han heredado, sin darse cuenta, algunos de los tics autoritarios de los regímenes que dicen combatir.

• Pretenden erradicar el disenso político, no con ideas, sino con etiquetas.

• Recurren a la censura y la cancelación para impedir que el otro hable.

• Creen que su ideología está fuera de toda discusión, como si fueran los sumos sacerdotes de una nueva religión política.Esto no significa que el fascismo haya desaparecido. Hay actitudes, discursos y dinámicas que pueden recordar, en ciertos aspectos, a momentos oscuros del siglo XX. Pero reducir la complejidad del presente a una lucha binaria entre fascismo y antifascismo es una estrategia burda que solo beneficia a quienes se sienten cómodos en la histeria colectiva.

Conclusión: el deber de la memoria, la responsabilidad del lenguaje

El fascismo existió. Fue real. Mató a millones. Destruyó países enteros y arrasó con generaciones. Lo mínimo que podemos hacer por sus víctimas es no prostituir su memoria en manipulaciones políticas propias del propagandista nazi Joseph Goebbels.

Cada vez que alguien usa el término fascista para describir a un político conservador, a un empresario, a un periodista incómodo o al vecino que se atreve a cuestionar una moda ideológica, está haciendo dos cosas:

1. Está banalizando el horror del siglo XX.

2. Está justificando, de forma más o menos velada, la eliminación simbólica de su adversario.Y eso, paradójicamente, se parece demasiado a lo que los verdaderos fascistas hacían.

Enlaces relacionados:

LIBRO: Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo, de Santiago Gerchunoff.

Sesgos:

Este artículo ofrece una lista exhaustiva de sesgos cognitivos, incluyendo aquellos que afectan la percepción y el juicio en contextos sociales y políticos:

https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo%3ASesgos_cognitivos

Este otro artículo profundiza en el sesgo de confirmación, explicando cómo las personas tienden a buscar y valorar información que confirma sus creencias preexistentes, lo que puede contribuir al uso despectivo de términos como «fascista» para descalificar a oponentes políticos:

https://es.wikipedia.org/wiki/Sesgo_de_confirmaci%C3%B3n

Este analiza cómo las diferencias de opinión pueden intensificarse debido a diversos mecanismos, incluyendo el sesgo de confirmación, lo que puede llevar al uso excesivo de términos despectivos en debates políticos:

https://es.wikipedia.org/wiki/Polarizaci%C3%B3n_de_las_actitudes

Y este último artículo describe cinco sesgos cognitivos comunes, incluyendo el sesgo de confirmación, y cómo afectan nuestras decisiones y percepciones, especialmente en contextos de diversidad y opinión pública:

https://observatorio.tec.mx/sesgo-cognitivo/