Asturias Liberal > España > El dilema

Como todos sabemos, los automóviles están dotados de elementos de seguridad activa y de seguridad pasiva con la finalidad de minimizar los riesgos de tener un accidente y sus consecuencias.

Los elementos de seguridad activa son los encargados de reducir el riesgo de sufrir un accidente, y entre ellos podemos encontrar –por ejemplo- los neumáticos, la suspensión, los frenos, el ABS (encargado de evitar el bloqueo de los frenos en fuertes frenazos), el ESP (ayuda a equilibrar la frenada en situaciones de riesgo), la dirección asistida, el control de tracción… o incluso el diseño de la propia carrocería, vital para proporcionar la estabilidad del vehículo y un buen comportamiento dinámico.

A la carrocería podemos incluirla también en el conjunto de elementos de seguridad pasiva, que son aquellos que se encargan de minimizar las consecuencias de un accidente cuando éste ya se ha producido: una buena carrocería es el primer elemento para proteger a los ocupantes del vehículo en caso de impacto o colisión.

Además de la carrocería, otros elementos de seguridad pasiva son los cinturones de seguridad, los apoyacabezas, los cada vez más numerosos airbags, el chasis (que junto con la carrocería está diseñado para absorber los impactos) … o incluso los cristales (diseñados para que no dañen a los ocupantes).

Los modelos más modernos también incluyen otros dispositivos como pueden ser los detectores de fatiga en el conductor, detectores de cambio de carril, detectores de ángulos muertos, frenada de emergencia o incluso llamada automática a un teléfono de emergencia.

Con el paso de los años, la investigación por parte de los fabricantes de automóviles y la exigencia por parte de las autoridades han hecho posible que nuestros coches estén dotados de un montón de dispositivos y sistemas que velan por nuestra seguridad de manera activa y pasiva; por si eso fuera poco, las inspecciones técnicas periódicas se encargan de asegurar que nuestros vehículos se mantienen en buen estado.

El pasado 28 de abril la península ibérica sufrió un apagón generalizado, por unas horas estuvimos sin energía y -en muchos casos- sin comunicaciones debido a la cada vez mayor dependencia eléctrica.

Cuando llevábamos un par de horas yo me acordé de aquellos enfermos que en sus casas dependen de un respirador, o de aquellas personas que cuentan en sus domicilios con dispositivos de asistencia telemática.

Cuando el apagón ya sumaba cuatro o cinco horas también me acordé de aquellos vecinos con dificultades de movilidad que necesitan de un ascensor para acceder a sus viviendas, de aquellos que no podían hacer NADA en sus casas, tan electrificadas y “domotizadas” como las modas nos han impuesto en los últimos años…

Afortunadamente el apagón sólo duró unas pocas horas, aunque para algunos fueran interminables. Sin entrar a valorar las causas o los culpables, sin entrar en debates técnicos para los que –reconozco- no estoy preparado, y a tenor de lo uno escucha y lee, el comportamiento de nuestra red eléctrica durante el apagón me ha recordado a la seguridad en los vehículos: por una parte, la seguridad activa (aquellos componentes que están para evitar los accidentes) parece que no ha funcionado correctamente, por lo que hemos sufrido una severa desconexión eléctrica.

Por otra parte, hemos tenido la fortuna de que, gracias a la seguridad pasiva (aquellos elementos encargados de minimizar las consecuencias de un accidente), personificada en la propia fortaleza de nuestra red, haya sido posible que este apagón sólo durara unas horas.

Y esto es un dilema, como el que se planteaba en una recordada escena de la magnífica película española AIRBAG que algunos recordarán:

Ustedes, ¿qué opinan?: ¿ha sido buena o mala suerte, como le pregunta el sargento al cabo?… ¿o tal vez hay gato encerrado?, como le chivan a Pazos por teléfono…

Insisto en que, sin entrar en los debates técnicos o partidistas, sí que creo que la población debería preguntarse cómo es posible que en un país como el nuestro, plenamente desarrollado, con tantos ingenieros tan bien preparados, con tantos expertos y asesores, con tan densa administración y tantas regulaciones, con tantos tertulianos (hoy en día ya es una reconocida profesión), con tantos impuestos que pagamos sólo con nuestra energía (repasen su factura de la luz o revisen el gravamen de los combustibles)… ¿cómo es posible –insisto- que hayamos sufrido un apagón de esta envergadura sin que ninguna autoridad competente lo haya previsto?

La siguiente reflexión que deberíamos hacernos es si estamos articulando unas ciudades vivibles en casos de falta de energía:

  • ¿dónde vamos a cargar los nunca suficientemente ponderados vehículos eléctricos?,
  • ¿nuestros dispositivos electrónicos?,
  • ¿cómo vamos a cocinar con nuestras encimeras o con nuestros hornos eléctricos?,
  • ¿cómo nos vamos a comunicar?… aunque quizá a algunos no les importe,
  • ¿cómo nos vamos a asear?,
  • ¿tenemos un plan de contingencia para estas situaciones o estamos a merced de un futuro apagón por el motivo que sea?

Les confieso que al pensar en una causa del apagón del 28 de abril lo primero que pasó por mi cabeza fue el caos total del que hablaban en la película La Jungla de Cristal

Ya sé que es una película, una ficción, pero en lo que va de siglo ya hemos visto y vivido cosas tan chocantes que no deberíamos desdeñar esa posibilidad.

Y ustedes, ¿qué opinan?: ¿seremos capaces, como sociedad, de aprovechar este aviso para aprender y poner medidas para que sucesos como este no vuelvan a ocurrir?

Este accidente, que ha sido un serio aviso, deberíamos considerarlo una oportunidad para tener altura de miras y tomar las medidas necesarias con el fin de que, en un país como España -con un mix energético envidiado en todo el mundo- no volvamos a pasar por esta situación; pero esas medidas a tomar deberían ser eminentemente técnicas y no sé si estamos preparados para eso: no por falta de técnicos cualificados (que los tenemos), sino por falta de criterio sensato en quien tiene que tomar las decisiones.

La sociedad y nuestras empresas necesitamos energía estable a demanda, energía en el momento preciso en el que enchufemos un aparato o pulsemos un interruptor, y una energía lo más barata posible que nos haga ser una sociedad avanzada y competitiva.

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