El felón Fernando VII fue más repudiado tras su muerte que lo fue en vida. No solo fue un mal rey, sino un personaje inmoral, cobarde y traidor a España. Traicionó a su padre una vez y dos, en el complot contra él y en el Motín de Aranjuez. Elogió epistolarmente a Napoleón y sus triunfos militares contra los españoles. Traicionó a los suyos al jurar la Constitución de 1812, la primera constitución liberal de Europa, pues la francesa era jacobina y despótica, en nada liberal. Traicionó a esa nuestra constitución y a los liberales que la apoyaron aplaudiendo la entrada de los 100 mil Hijos de Angulema, los del del absolutismo reinante en la patria de San Luis tras la caída de Napoleón. Traición que concretó con fusilamientos y represiones múltiples.

Nada nuevo en España

Personajes así proliferan no por mero desquiciamiento mental, que es el error que muchos cometen al pretender explicar como simples malabares psicológicos lo que resulta de las facilidades que el desorden institucional ofrece a aventureros que no pasarían a más de existir más concierto. Ni Fernando VII ni Pedro Sánchez hubieran prosperado de no haberse dado la invasión de Napoleón para aquél, ni el preludio zapaterista tras el atentado atroz el 11-M de 2004 para éste.

Era de esperar que moviese alguna ficha y haber aprovechado un movimiento arriesgado, mas no. Ni moción de confianza ni dimisión. Es Sánchez la paloma volteadora que cae en el mismo sitio tras la cabriola, un girador de 360º que pretende confirmarse a sí mismo con su inventado movimiento, pues nada objetivo fuera de él justifica su «nuevo rumbo».

Y, mientras no llegue la fecha en que pueda, no anunciará elecciones anticipadas, cosa que no hay que descartar para el segundo semestre según interprete los resultados en Cataluña. De momento tomará impulso para acorralar a los españoles en el mismo marco propagandístico que ya se viene forjando desde los tiempos de Zapatero: expulsar a la mitad de España del discurso oficial y recorrer un tramo más hacia la venezolanización.

Más de lo mismo

Del discurso lacrimógeno de Sánchez pueden desprenderse algunas medidas, algo de lo que intentará a lo Fernando VII:

  • -Imponer la censura de informaciones aún más de lo que lo está haciendo ya. Incluso por ley.
  • -Recortar la capacidad de los jueces para investigar cualquier tipo de corrupción que afecte a su entramado de poder, estimulando a los fiscales a, eso sí, a actuar contra los cargos del PP.
  • -Crear una ola de adhesiones a la causa de la democracia versión Sánchez, que es la versión de los dictadorzuelos que por Sudamérica pululan.

Con todo eso los aliados que ya lo son seguirán siéndolo aún más.

Los jueces y los ciudadanos

Solo quedan los jueces y los ciudadanos. Aquellos, para investigar lo que Sánchez ha querido tapar con su dramón lacrimógeno y que afecta solo a los fanáticos seducidos por las montañas rusas de las emociones más simplonas y por las paguitas gubernamentales más indignas. Ni el PP ni, por más que lo intente, Vox. Son, en cambio, los jueces, apurando su resistencia al este salto hacia la caverna histórica de la izquierda, y los ciudadanos, haciendo más ruido que los pocos miles de miembros del club de fans de Sánchez y sus dramas, los únicos que pueden frenar el torrente mientras lo que quede de Estado de Derecho no vaya llegando definitivamente a Estado de Capricho.

Por tanto…

Los ciudadanos que aún hablamos con libertad, hemos de movilizarnos. ¿Cómo?

  • -Difundiendo nuestras noticias por los canales libres y alternativos de que disponemos.
  • -Retomando las manifestaciones que hubo el otoño pasado con ocasión del anuncio de la Ley de amnistía a los golpistas catalanes.

Remover, denunciar y, cosa muy necesaria, proponer alternativas, exigir a los partidos que aún responden con algo de decencia, a que unan fuerzas. Tales partidos nada arreglarán si los jueces no les señalan el camino de la ley y la gente no les ofrece posibilidades de éxito electoral.